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Mueren dos investigadores del COVID-19 y el embajador de China en Israel en menos de un mes

Hay una pandemia oculta, paralela a la del COVID-19: la de las misteriosas muertes que se deslizan entre la trama de la cura del virus y la guerra híbrida entre China y el Imperio Angloamericano. El embajador de la República Popular China en Israel, Du Wei, fue hallado sin vida cuatro días después de que el halcón de guerra estadounidense Mike Pompeo visitó el Estado judío para reunirse con el primer ministro convicto, Benjamín Netanyahu, y con el director del Mossad, Yossi Cohen, para arremeter contra el ‎proyecto chino de las «nuevas rutas de la seda». Solo unas semanas antes, el Dr. James Taylor y el Dr. Bing Liu, ambos científicos jóvenes y exitosos, murieron en condiciones igualmente sospechosas, justo en el momento en que más se necesita su talento. A estas muertes —que surgen en medio de una crisis geopolítica en la que China y Estados Unidos se acusan mutuamente de la responsabilidad del brote del coronavirus mientras escalan peligrosamente su guerra económica— se suman otras tres, igualmente sospechosas: La de Li Wenliang, el oftalmólogo de 34 años que descubrió el coronavirus, cuya muerte ya era divulgada en los medios de comunicación aún cuando había sido refutada por los empleados del hospital en el que se encontraba. La de Peter Salama, de 51 años de edad, el epidemiólogo en jefe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y director ejecutivo de situaciones de emergencia, quien era el responsable de introducir medidas de emergencia o por el contrario, rechazarlas. Un día después de su muerte, la OMS empezó a promover las políticas de cuarentena total. Igualmente extraña ha resultado la muerte del subdirector de la OMS, Ryan Paterson, quien convocó a una rueda de prensa urgente en la que prometió revelar información “sensacional” sobre el COVID-19. Según la versión oficial, Paterson murió “atragantado con un brócoli” una hora antes de la rueda de prensa. La muerte de Paterson ha sido ocultada por los medios de comunicación y la OMS. ¿Qué hedor ocultan todas estas muertes cuando se les valora en conjunto?

 

Encuentran muerto al embajador ‎de China en Israel

La policía israelí anunció que el embajador de la República Popular China en Israël, Du Wei, fue ‎hallado muerto en la residencia oficial de la embajada china, el 16 de mayo de 2020.

Según la policía israelí, el embajador chino estaba solo en la residencia y murió ‎de una crisis cardiaca mientras dormía. ‎El diplomático chino acababa prácticamente de asumir sus funciones como embajador de Israel, ‎en febrero pasado.

La República Popular China ha incrementado sus inversiones en Israel para convertir los puertos ‎israelíes de Haifa y Ashdod en terminales de la nueva «ruta de la seda» en el Mediterráneo.

El secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo, viajó a Israel el 13 de mayo para reunirse ‎con Benyamin Netanyahu y Benny Gantz antes de la formación del gobierno conjunto pactado ‎entre ambos políticos israelíes.

Para sorpresa de Netanyahu y Gantz, Pompeo ‎se mostró mucho más interesado en las inversiones chinas en Israel y en arremeter contra el ‎proyecto de chino de «nuevas rutas de la seda» que en conversar sobre la situación general en ‎el Medio Oriente. El director del Mossad, Yossi Cohen, estuvo presente en el encuentro entre el ‎secretario de Estado estadounidense y los mencionados líderes israelíes.

 

James Taylor, 1979-2020

Consideremos primero la vida y el trabajo de James Taylor, quien falleció el 2 de abril a la edad de 40 años. Cualquiera que desee conocer detalles sobre la causa de la muerte de este notable hombre se sentirá decepcionado; hasta la fecha, no se ha puesto a disposición del público ninguna información.

“La causa de la muerte de James aún no se conoce, y dado lo abrumada que está la profesión médica en Baltimore, es posible que nunca lo sepamos”, afirmó el sitio web de Galaxy Project, usando el coronavirus como una excusa para no poder profundizar en la muerte de un colega. “Dada la rapidez con que esto lo superó, es muy poco probable que haya sido COVID-19”.

Hasta que se reciba información adicional con respecto a la causa de la muerte, parece razonable preguntar si Taylor estuvo involucrado en algún proyecto o actividad que lo haya convertido en un blanco potencial del juego sucio. Una mirada superficial a su página de Twitter indica que hubo algunas discusiones apasionadas justo antes de muerte prematura. Sin embargo, antes de saltar a esas discusiones, son necesarias algunas palabras sobre su experiencia profesional.

Según su obituario en el sitio web de la Universidad Johns Hopkins, Taylor fue “un pionero en la investigación de la biología computacional y la genómica”, que hizo una contribución significativa como “científico, profesor y colega”.

Sin embargo, el momento decisivo de Taylor en la comunidad científica se produjo con la creación de Galaxy, un sistema basado en la nube que ha sido descrito como “el primer recurso integral de análisis de datos en Ciencias de la Vida”. Según su sitio web, Galaxy ofrece una plataforma abierta que tiene como objetivo hacer que la biología computacional sea accesible para los científicos, principalmente aquellos que participan en la investigación genómica, un campo de estudio importante en lo que respecta al desarrollo de medicamentos y vacunas.

Y es en este punto en particular que Taylor se involucró en el debate pocos días antes de su muerte. El 19 de marzo, el investigador hizo una pregunta aparentemente inocua en su página de Twitter: “¿Podemos hablar sobre el intercambio de datos genómicos para la investigación #covid19 #SARSCoV2?”

A juzgar por los comentarios, la pregunta resultó ser muy cargada. La pregunta de Taylor reveló la frustración que sienten otros grupos de investigación, como NCBI y Nextstrain, que intentaban recuperar las características genómicas de Covid-19 pero se toparon con obstáculos. Los colegas de Taylor, Anton Nekrutenko y Sergei Kosakovsky Pond, expresaron preocupaciones similares con respecto a esos obstáculos un mes antes en un documento titulado: “No más negocios como de costumbre: las respuestas ágiles y efectivas a las amenazas emergentes de patógenos requieren datos abiertos y análisis abiertos”.

“El estado actual de gran parte de la investigación del virus de la neumonía de Wuhan (COVID-19) muestra una lamentable falta de intercambio de datos y una considerable ofuscación analítica”, escribieron Nekrutenko y Kosakovsky Pond. “Esto impide la cooperación mundial en investigación, que es esencial para hacer frente a las emergencias de salud pública y requiere un acceso sin trabas a los datos, las herramientas de análisis y la infraestructura computacional”.

Aquí hay pruebas de algo que muchas personas sospechan desde hace mucho tiempo sobre el mundo académico: es despiadado y tan egoísta como cualquier corporación con fines de lucro. Los académicos no solo son ferozmente protectores de su trabajo, lo cual es perfectamente comprensible, sino que tampoco están ciegos ante el potencial de ganancias financieras que proviene de su trabajo. Pero estoy divagando.

A juzgar por su actividad en las redes sociales, parece que la principal polémica de James Taylor fue con GISAID, una plataforma con sede en Alemania que representa la Iniciativa Global para Compartir Todos los Datos sobre la Influenza. Esta organización pública y privada, que también se asocia con los gobiernos de Singapur y Estados Unidos, ha adquirido gran parte de los datos del genoma de muchas enfermedades, incluida la de Covid-19, información que sería crítica en el desarrollo de medicamentos y vacunas.

En un tuit de seguimiento, Taylor se quejó de que GISAID “tiene muchos más datos … pero las restricciones onerosas en el uso y el intercambio de datos, en particular, no permite compartir ninguna secuencia de datos”. Esto fue seguido por el comentario de que las restricciones de GISAID sobre el uso de sus datos son “un impedimento real para el análisis de datos rápido y colaborativo, incluidos nuestros esfuerzos para crear canales de análisis transparentes, reutilizables y reproducibles para el análisis de brotes”.

Al mismo tiempo que Taylor estaba castigando a GISAID por supuestamente no compartir sus datos de secuencia en Covid-19, GISAID se jactaba en su sitio web sobre su transparencia. Entonces, ¿quién tiene la razón? A juzgar por los comentarios en el feed de Twitter de James Taylor, parece que GISAID no fue completamente comunicativo con sus datos.

Dave O’Connor, por ejemplo, un virólogo de la Universidad de Washington (Madison), comentó en el hilo de Twitter de Taylor: “Dudo que muchas personas, si es que hay alguna, que contribuyeron con datos a GISAID lo hicieron con la intención de que se archivaran.”

La Dra. Melissa A. Wilson, una destacada bióloga evolutiva y computacional de la Universidad Estatal de Arizona, también expresó su consternación ante la imposibilidad de compartir datos genómicos críticos que podrían ayudar a los investigadores a descubrir una cura para el Covid-19.

En su tuit, fechado el 23 de marzo, Wilson dirigió una pregunta a Taylor, preguntando: “¿Dónde estamos almacenando los datos para que sean accesibles?”

En este punto, el lector podría estar preguntándose: “Bueno, y eso qué. ¿Qué importancia tiene que un grupo de investigadores tengan problemas para acceder a la estructura genómica del coronavirus?”. El problema es que eso podría significar la diferencia entre poder o no desarrollar una vacuna para la enfermedad.

Aquí debe mencionarse que el 18 de octubre de 2019, la Universidad Johns Hopkins, junto con el Foro Económico Mundial y la Fundación Bill y Melinda Gates, organizaron el Evento 201, un ejercicio de alto nivel que imaginó cómo se coordinarían los sectores público y privado en el evento de una pandemia. El evento reflejó tan de cerca el brote de Covid-19 (solo dos meses después) que Johns Hopkins emitió un comunicado negando que hubiera hecho una “predicción” sobre la pandemia.

Además, sobre la cuestión de producir vacunas para luchar contra Covid-19, Johns Hopkins parece ser un ferviente defensor.

“Me imagino que vamos a poner en marcha un programa de vacunación masiva”, reveló Andrew Pekosz, profesor de la Escuela de Salud Pública Bloomberg de Johns Hopkins, en una entrevista con Bloomberg. “Las vacunas que actualmente están a la cabeza … son las que se administrarán por inyección.

“Parece que las vacunas cambiarán el juego…”.

La pregunta que debe formularse es si James Taylor estaba trabajando de alguna manera en propósitos cruzados con otras organizaciones que están, por ejemplo, en la carrera por desarrollar una vacuna contra Covid-19. O, alternativamente, ¿el famoso investigador de 40 años murió de muerte natural en el mismo momento en que la búsqueda de una vacuna contra el coronavirus se había convertido en el foco central de los investigadores, las compañías farmacéuticas y su alma mater?

 

Dr. Bing Liu, 1982-2020

El 2 de mayo, Liu, un profesor asistente de 37 años de la Facultad de Medicina de la Universidad de Pittsburgh (UPSM), fue encontrado muerto con múltiples heridas de bala en su casa en un exclusivo barrio suburbano de Pittsburgh. Otra víctima, identificada como Hao Gu, fue encontrado muerto en su automóvil cerca de la casa de Liu con lo que la policía dice que fue una “herida de bala autoinfligida en la cabeza”.

Apenas cuatro días después del doble asesinato, la policía del municipio de Ross dijo que cree que el aparente asesinato-suicidio fue el resultado de una “larga disputa sobre una pareja íntima”.

“No hemos encontrado evidencia de que este trágico evento tenga algo que ver con el empleo en la Universidad de Pittsburgh, cualquier trabajo que se realice en la Universidad de Pittsburgh y la actual crisis de salud que afecta a los Estados Unidos y al mundo”, dijo el sargento detective Brian Kohlhepp.

Lo que hace que este caso sea particularmente convincente es que, según una página de homenaje en el sitio web de UPSM, es que “Bing estuvo a punto de hacer hallazgos muy significativos para comprender los mecanismos celulares que subyacen a la infección por SARS-CoV-2 y la base celular sus complicaciones”.

El otro detalle notable es cuán estrechamente alineados estaban los currículums académicos de Bing Liu y James Taylor. Ambos académicos participaron en el oscuro campo de la biología de sistemas computacionales, así como en técnicas de aprendizaje automático para predecir mejor el comportamiento de las especies biológicas.

Las vidas de los dos académicos se cruzaron debido a su afiliación mutua con la prestigiosa Universidad Carnegie Mellon, también ubicada en Pittsburgh. Allí, Liu trabajó como becario postdoctoral en el departamento de informática, mientras que Taylor allí impartió seminarios sobre su programa Galaxy. Si por casualidad Taylor no hubiera estado familiarizado con el prolífico trabajo académico de Liu, eso probablemente habría cambiado después de que se lanzara la supuesta investigación de Liu sobre el Covid-19. Pero ese momento mágico no ocurriría, por supuesto, debido a la muerte trágica y prematura de Liu.

Con respecto al supuesto asesinato-suicidio, los detalles son incompletos. Primero, los principales medios de comunicación están retratando el asesinato como resultado de una “larga disputa sobre una pareja íntima”. Sin embargo, los medios locales informaron que Liu y su esposa no tenían hijos y eran muy fieles. Por supuesto, eso no significa que los dos hombres no pudieran estar compitiendo por el afecto de otra mujer. Sin embargo, estando Liu a punto de lograr un gran avance en el frente del coronavirus, seguramente tendría muy poco tiempo para cualquier otra “actividad extracurricular”.

En cualquier caso, no está claro cómo se conocieron los dos hombres, mientras que el móvil del asesinato también sigue siendo un misterio, informó el Post-Gazette. Pues los vecinos no informaron haber escuchado ningún disparo al momento de los asesinatos.

Finalmente, hay problemas con la elección del arma homicida, en este caso un arma de fuego. Dado que tanto Liu como su presunto asesino no eran ciudadanos estadounidenses, esto abre la pregunta de cómo Hao Gu pudo adquirir un arma de fuego. Es ilegal, aunque ciertamente no imposible, para los no ciudadanos comprar armas de fuego en los Estados Unidos.

Entonces, lo que nos queda, en un momento en que el mundo está buscando desesperadamente una forma de combatir Covid-19, es el legado de dos investigadores pioneros que estaban trabajando para encontrar formas de comprender mejor la enfermedad. Aunque es posible que nunca sepamos la verdadera historia detrás de la muerte prematura de cada hombre, la probabilidad de que dos investigadores de renombre, con antecedentes profesionales casi idénticos, mueran con un mes de diferencia en un momento en que ambos avanzaban contra la pandemia sin duda debe ser mucho menor que las posibilidades de alguien realmente sucumbiendo a Covid-19. Las muertes de Bing Liu y James Taylor merecen un escrutinio mucho mayor por parte de los principales medios de comunicación.

En cuanto a la muerte del novel embajador de China en Israel, Du Wei, no es una casualidad que Mike Pompeo ‎se haya mostrado mucho más interesado en las inversiones chinas en Israel y en arremeter contra el ‎proyecto de chino de «nuevas rutas de la seda» que en conversar sobre la situación general en ‎el Medio Oriente durante su visita a Israel cuatro días antes de la muerte de Wei. Tampoco parece una casualidad que el director del Mossad, Yossi Cohen, haya estado presente en el encuentro entre el ‎secretario de Estado estadounidense y los mencionados líderes israelíes.

¿Qué hedor ocultan estas dos tramas cuando se les lee en conjunto? El de la intención desesperada de manchar y sabotear el creciente rol de China en el mundo unipolar actual.

Siguen ocultando que banqueros angloamericanos organizaron la Segunda Guerra Mundial

 

Fuentes:

Red Voltaire — Encuentran muerto al embajador de China en Israel.

Robert Bridge / Strategic Culture — A New Pandemic? Two Trailblazing COVID-19 Researchers Dead in a Month.

Mente Alternativa — Asesinan en EEUU a investigador chino que estaba a punto de lograr ‘hallazgos significativos’ sobre el coronavirus.

Daniel Estulin — Coronavirus y la OMS: Cómo se fabrica una pandemia a nivel burocrático.

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