El 12 de septiembre, el Congreso solicitó a la CIA documentación para investigar cómo la agencia gestionó su investigación interna sobre los orígenes del COVID-19, pues un nuevo testimonio de un supuesto “soplón de gran credibilidad”, citado por el Subcomité Selecto sobre la Pandemia de Coronavirus y el Comité Permanente Selecto de Inteligencia de la Cámara de Representantes, alega que la CIA recompensó a seis analistas con importantes incentivos económicos para que cambiaran su conclusión (“de baja confianza”) sobre el origen del COVID-19 de una fuga de laboratorio en Wuhan a una zoonosis.
Un informe desclasificado de la Oficina del Director de Inteligencia Nacional (ODNI), publicado el 23 de junio, no encontró evidencia directa de que la pandemia de COVID-19 proviniera de un incidente en el Instituto de Virología de Wuhan en China, aunque no descarta la posibilidad de que el virus provenga de un laboratorio.
De hecho, hay un patrón evidente advertido por el Ministerio de Defensa de Rusia en una sesión informativa del 16 de agosto: los patógenos que caen dentro del área de interés del Pentágono, como el COVID-19, la influenza aviar, la peste porcina africana, posteriormente se vuelven pandémicos y las compañías farmacéuticas estadounidenses se convierten en los beneficiarios.
La EcoHealth Alliance actúa como intermediario crucial para estos esfuerzos, lo que suscita dudas sobre la naturaleza intencionada de COVID-19 y la implicación de los EE.UU. El Ministerio de Defensa de Rusia también destacó la implicación de entidades ucranianas en estos programas estadounidenses, lo que amplifica la preocupación sobre su alcance e intenciones a mayor escala, sobre todo al considerar que EE.UU. ha comenzado a prepararse para una nueva pandemia. Por lo que no se descarta que “EE.UU. utilice las llamadas tecnologías defensivas con fines ofensivos, así como para la gobernanza mundial creando situaciones de crisis de naturaleza biológica.”
Tal vez, el Congreso de los Estados Unidos debería permitir al bloque del BRICS investigar los biolaboratorios del Pentágono en Ucrania y alrededor del mundo, en vez de intentar reciclar una teoría que ha mostrado más ser parte de una operación de inteligencia estratégica de bandera falsa que una verdad científica concluyente.
