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Soberanía española y futuro geopolítico

Está claro que el futuro de esta España triplemente colonizada es muy negro de no mediar un giro soberanista (en cuanto a liderazgo político) y una “insubordinación fundante” (en cuanto a soberanía económica).

 

Por Carlos X. Blanco

Quienes vivimos en Occidente somos como reos con la venda puesta en los ojos. Aunque contamos con una mano libre para deshacernos del velo, ni siquiera existe ya entre la gente el deseo de hacer ese movimiento liberador. Para completar el cuadro, los habitantes de esta parte del mundo nos tumbamos tranquilamente sobre un polvorín a la espera de que alguien prenda la mecha. Una potencia no europea, la potencia norteamericana, parece haberla encendido ya. El problema es que bajo nuestros asientos no tenemos realmente pólvora u otras sustancias combustibles convencionales, lo cual ya sería de temer. Estamos hablando de armas nucleares.

¿Por qué somos, europeos y españoles, reos? Los países que han renunciado a su soberanía, o que por medio de maniobras sucias la han perdido, son como personas condenadas a muerte. Mientras les llega su fin, ya decretado, son como los presos que no pueden dar un paso sin verse sometidos a la más estrecha vigilancia. Como escribo desde España, puedo hablar de estos procesos en carne propia. Sin necesidad de acopiar abundante documentación sobre asuntos ajenos, antes bien, hablando sobre lo vivido de manera personal, puedo dar fe de cuanto sucedió desde mi lejana niñez: una pérdida de soberanía. No se trata de la pseudohistoria (“memoria democrática”) que se explica en las escuelas españolas: se trata de la historia real y vivida en la mayoría de los hogares. Oficialmente, hemos transitado desde la Dictadura hacia la Democracia liberal, con pluralidad de partidos. Hemos ido desde la mordaza y el miedo hacia el paraíso de las libertades. Realmente, carnalmente, lo que hemos visto fue el aborto de otras posibles modalidades de transición y la pérdida —por secuestro y usurpación— de la soberanía nacional.

El proceso fue análogo al de muchas otras repúblicas hispánicas. La larga mano estadounidense se adivina en cada paso: golpes de Estado, creación de grupos insurrectos, cooptación de líderes y élites… Siempre se trata de dirigir desde fuera y desde lejos los procesos de cambio, unos procesos que no tienen que tomar como punto de partida una situación idílica: la España tardofranquista no era una España idílica, ni mucho menos. La clave del presente ensayo no es ensalzar en abstracto ninguna clase de régimen, ni tampoco compararlos en abstracto: régimen autoritario y régimen demoliberal, antes y después de 1978. Lejos de eso, la clave de nuestras reflexiones se sitúa en el continuum “más soberanía-menos soberanía”. Partiendo de una situación de soberanía máxima, esto es, cuando una nación y una parte significativa del pueblo tiene el poder sobre las últimas decisiones (declarar la paz o la guerra, asegurar y proteger fronteras y pueblos, adoptar sin coacciones grandes decisiones de destino), un Estado puede reestructurarse entonces para ir ganando libertades y bienestar. Esto es lo que no le fue permitido a la España tardofranquista. Desde fuera, con no pocas maniobras sucias, incluyendo el terrorismo y el “ruido de sables” distorsionado y amplificado, se empujó a una España franquista que había acometido (entre muchos sacrificios y con escasas libertades cívicas) una parcial “insubordinación fundante”(en la terminología del profesor Gullo).

Esto vino representado perfectamente por varios hitos, en orden cronológico: el asesinato del almirante Carrero, la imposición de un Borbón traidor en el trono, la introducción de la partitocracia y el modelo centrífugo del Estado (“Estado de las Autonomías” y Régimen del 78), la (re)invención del PSOE en clave neoliberal, esto es, el socialismo de Felipe González, que inició la era de la subordinación (privatización y destrucción del tejido agroindustrial y educativo del país). Todo ¿para qué? Para lograr que una España en camino de la “insubordinación fundante” fuera lo suficientemente poderosa para que, desde dentro del propio bloque anticomunista de Occidente, se impusiera con voz propia y como nota discordante ante las franquicias de los yanquis en el Viejo Continente –léase Alemania- y en el Mediterráneo –léase Francia y Marruecos.

España, allá por 1973, concretamente el 20 de diciembre, vio cómo su Presidente del gobierno, el almirante Luis Carrero Blanco, saltaba por lo aires, junto dos acompañantes: un policía y el chófer. El país quedó conmocionado al ver las imágenes por televisión. La impunidad de la ETA, la organización terrorista supuestamente vinculada al independentismo vasco, se hacía cada vez más visible. Aquel atentado no fue el primero cometido por la banda, pero tamaño magnicidio, cometido con la bendición del Tío Sam, auguraba décadas futuras llenas de plomo, en las que los asesinos de ETA incluso ganaron prestigio entre la izquierda. Los adeptos al Régimen de Franco, cuando el Caudillo ya era anciano y achacoso, entreveían que la “transición” comenzaba a ser pilotada desde el exterior. La implicación de los servicios secretos norteamericanos, y sus connivencias con el separatismo vasco y con grupos violentos de toda laya, idóneos a la hora de ser empleados para desestabilizar el país, se iba haciendo palpable. Es evidente que alguien desprotegió al almirante. Altos cargos sabían y consentían. Documentos de la CIA desclasificados posteriormente indicaban a las claras que “había que deshacerse de Carrero”. Y vaya si lo hicieron. Que los ejecutores materiales hayan sido miembros del grupo terrorista separatista vasco no obstruye las elucubraciones, más que razonables, sobre sus verdaderos impulsores intelectuales, y estas elucubraciones son las siguientes:

  1. Que los instigadores, impulsores, colaboradores necesarios, etc. hayan sido los servicios secretos yanquis, interesados en bloquear otras formas de transición política tras la muerte del Caudillo y ávidos por implantar “su” modelo demoliberal que, en el fondo, era el modelo de subordinación colonial a los intereses de los E.E.U.U.
  2. Que los propios ejecutores materiales, los etarras, no sólo habrían recibido ayuda, apoyo, colaboración necesaria, etc. por parte de los yanquis en este asesinato concreto, sino que la misma existencia del entramado terrorista, y sus posteriores prolongaciones en forma de “lucha callejera” y “socialización” generalizada de la violencia en las Vascongadas y Navarra, principalmente, haya sido el fruto de planes y fondos extranjeros, maquinados en los E.E.U.U. y en otros países europeos (Alemania, Francia).

Las elucubraciones señaladas en a) y en b) quizá no sean fáciles de demostrar, pero sí son sumamente racionales si al menos nos atenemos a la lógica de los precedentes. La lógica de los actos precedentes reza más o menos así: si un enemigo tradicional de España (o de la nación que sea objeto de estudio) ya hizo de las suyas a través de la técnica “X”, y le ha ido bien, hay mucha probabilidad de la técnica “X” haya sido empleada en tiempos ulteriores. La política internacional del imperio yanqui es famosa por su empleo del atentado y del sabotaje, pues éstas son sus técnicas “X” favoritas. El hundimiento del Maine fue el acto de terror y sabotaje idóneo para que el imperio yanqui arrebatara a España sus muy preciadas posesiones de Cuba, Puerto Rico, Filipinas, etc. Con posterioridad, los norteamericanos han ensayado la táctica terrorista para fabricar el casus belli necesario para sus conquistas, agresiones y depredaciones: contra Japón, Vietnam, Afganistán, Iraq, Siria, Libia… Por otra parte, el entrenamiento, armamento y formación de grupos armados (guerrillas, “contras”, insurgentes, yihadistas, “células islamistas”, etarras y grupúsculos “anti-capitalistas” varios) es algo fácil de llevar a cabo por parte de unos servicios secretos tan extendidos en el planeta, tan entrenados y bien regados con dinero, y sobradamente capacitados tecnológicamente, como son los norteamericanos.

El imperio depredador yanqui se hizo grande, verdadero imperio continental, a costa de la Hispanidad. Sin la Hispanidad, la nación yanqui sería un pequeño mosaico de terruños de la costa atlántica de Norteamérica. Sin sus exacciones y destrozos en Iberoamérica, seguirían siendo una provinciana prolongación de la anglosfera al otro lado del “charco”. Y sin la aquiescencia de las potencias europeas en 1898, la nación yanqui no hubiera iniciado su escalada planetaria de agresiones que se inició con el asalto a los últimos restos transcontinentales de la Monarquía Hispánica.

Las similitudes que el “giro” de la política española sufrió a partir de 1973, y las actuales o relativamente recientes revoluciones de color, en países árabes principalmente, o el Maidán de Ucrania, saltan a la vista. Se trata de activar elementos locales descontentos por algún motivo (esto del motivo es lo de menos, y sólo se tiene en cuenta en cuanto combustible humano para prender y hacer estallar un conflicto que al Imperio depredador le interese exacerbar). El conflicto religioso, étnico, ideológico, separatista, etc. se inventa, si es que no existía previamente. Y el diseño del mismo se hace desde oscuras y distantes oficinas de los servicios secretos yanquis.

Cuando el presidente del gobierno español y sucesor de Franco fue asesinado, quizá con la inacción y traición de altos cargos franquistas que ya andaban en tratos con los yanquis, España no era una nación exenta de problemas, ni mucho menos. A pesar de la crisis petrolera de entonces, el país había superado el hambre de la posguerra y el aislamiento de una dictadura como la de Franco, que siéndolo, no era sin embargo “más dictadura” que otras habidas en el mundo posterior a 1945, bien queridas por Washington. Otros regímenes, a veces más feroces en su despotismo, se libraron de bloqueos y aislamiento internacional, puesto que todo ello siempre depende de los intereses geopolíticos y comerciales del gendarme anglosajón. Con todo y con eso, los españoles habían logrado –por sus esfuerzos y con una gestión tecnocrática muy eficaz- situar a su país en el noveno puesto de las potencias económicas mundiales.

España era, hacia 1973 un país industrializado (hoy es un mero parque turístico, donde las actividades de hostelería, turismo de playa y prostitución son las fundamentales). Su sistema de enseñanza era exigente y riguroso, y se había logrado que los hijos de obreros y campesinos accedieran en masa al Bachillerato y a la Universidad. Había problemas pendientes: Carrero tenía encomendada una transición no demoliberal, una “democracia orgánica” que integrara a los descontentos. Esta tarea, en una sociedad civil más sana que la de ahora pero inexperta políticamente, era una tarea dura. Pero la soberanía económica del país era, en aquel entonces, un dato incontestable, una baza. No como ahora: la España democrática, europeísta y otanista es un país intervenido por la Unión Europea. La Unión Europea, esa monstruosidad que “rescata” a cambio de obedecer los dictados de la institución supranacional. La U.E. no es otra cosa que una máquina inventada por el neoliberalismo: sirve para reducir a la nada la soberanía de los estados débiles y con problemas graves (corrupción, deuda, violencia, inestabilidad) para poder saquearlos mejor.

Aquel atentado contra la vida del almirante, a la vez lugarteniente y previsible sucesor de Franco, no abrió las puertas a la democracia, como suelen pensar los liberales e izquierdistas, y como pensaron cuantos mostraron su agradecimiento a los etarras (pues, por increíble que parezca, esto se dio).  Aquel asesinato de tres personas, una de ellas clave para encauzar los destinos del país sin renunciar a la soberanía, dio la clave de cuanto vino después. Posteriormente, vinieron gobiernos comandados por un Borbón necio y traidor, que ahora mismo anda fugado por los desiertos árabes, rodeado por jeques idénticos a él en cuanto a soberbia y desprecio por la ética y por la dignidad de los pueblos. Aquel Borbón, que a decir de casi todos, se sentaba en un trono de cartón piedra por voluntad (equivocada y mal aconsejada) del propio Franco, era en realidad un títere de la CIA y de la Casa Blanca. Antes de ser rey, ya andaba vendiendo secretos de la Patria a una potencia extranjera, lo cual ya sería motivo suficiente para ser sometido a juicios por alta traición. Con la venta de secretos para asegurarse su acceso al Trono, en vista de que los apoyos entre los españoles, franquistas incluidos, eran dudosos, Juan Carlos I traicionó a los saharauis e inició el proceso de connivencia con el rey de Marruecos que desde entonces hasta hoy ha marcado la prostituida política exterior española. La actual situación del reino de España es exactamente la misma que la creada hace casi 50 años por el actual “Rey Emérito”: un Estado que ha regalado una provincia de su territorio (antigua “colonia”) como es el Sahara Occidental, abandonando a su gente (el pueblo saharaui, dotado de derecho a la autodeterminación, un derecho que le sigue siendo negado), la cual sufrió y sufre situación de genocidio (con las bombas de napalm incluidas). España sigue siendo colonia de Marruecos después de la traición borbonista. España es una nación que se entrega de rodillas a un estado como el marroquí que constantemente

a) le chantajea con la “bomba humana” de la inmigración ilegal,

b) le mete la droga (principal fuente de recursos del Rey moro y de su camarilla) en sus ciudades y destruye a la juventud española, degradándola,

c) exige a las arcas públicas españolas, salidas de los impuestos extraídos del pueblo, que le pague los estudios a una parte enorme, aún no bien calculada, de los niños y jóvenes magrebís, tanto dentro de España como de Marruecos,

d) implanta en la España heredera de la Reconquista toda la red de sus mezquitas específicamente alauitas en competencia con las sauditas y las de los diversos emiratos,

e) amenaza directamente sobre la soberanía e integridad territorial de España con insinuaciones de nuevas “marchas verdes” sobre Canarias, Ceuta, Melilla y Andalucía, para “reclamar lo que un día fue suyo”, con grave insolencia,

f) favorece la sustitución étnica del pueblo español con el plan confesado de extenderse hacia el norte.

Con todos estos recordatorios, únicamente deseo llamar la atención del lector sobre la muy frágil situación geopolítica de España.

Es grave: España es triple colonia. Colonia de Estados Unidos y de sus dos franquicias, europea y magrebí. Eso implica que España puede desaparecer en un futuro no muy lejano y desestabilizar todo el sur de Europa.

Algunas claves ya han sido apuntadas más arriba, pero quiero enumerarlas, rastreando los antecedentes y detonantes de la “pérdida de España” acaecida desde 1973 y, oficialmente con el R78 (Régimen constitucional de 1978), esto es, la evaporación de su soberanía y su transformación en país “PIG” (cerdo, en inglés, término con el que literalmente fue calificado el Estado heredado del juancarlismo por Alemania y Francia y las finanzas internacionales): país altamente endeudado, desindustrializado y sometido al colonialismo triple: yanqui, marroquí y francoalemán.

  1. Sus problemas centrífugos. Manejamos la hipótesis de que una ideología racista y retrógrada como la de Sabino Arana, el líder del nacionalismo vasco, ha cobrado fuerza solamente a través del terrorismo, y que éste ha contado desde los años 60 con una inestimable ayuda exterior. El incendio separatista se propaga hoy por la parte de Cataluña: un enjambre de pequeños partidos corruptos y analfabetos, igual que los partidos vasquistas, como son los partidos catalanistas, mal llevados entre sí y malquistados con su propia tierra y su historia nunca serían peligrosos para el Estado de no mediar un fuerte apoyo exterior globalista y “europeísta”.
  2. Su colonización cultural: europeísmo y anglosfera son propalados sin cesar por el sistema educativo y los medios de comunicación. La verdadera tradición hispánica, el origen de la Hispanidad tras la victoria de don Pelayo en Covadonga (722) y su expansión hacia el sur para recuperar las tierras godas caídas en manos musulmanas, así como hacia las Américas y Asia, son procesos ignorados y distorsionados en nuestro sistema educativo por acción de la ideología anglosajona y europeísta. Hay un grave problema de endofobia en España, fobia a lo propio y a lo interno o esencial.
  3. La aceptación perruna de ideologías foráneas y locas: ideología de género y LGTBI+, animalismo, multiculturalismo, relativismo cultural y moral… Todo ello e parte del mecanismo de dominación “occidental”.
  4. La destrucción de la Cultura del Trabajo. Lo cual va aparejado al proceso de privatizaciones y desertización agroindustrial. La izquierda posmoderna se acoge a las ideologías enumeradas en el punto 3), y otros estupefacientes ideológicos, a la vez que apoya decididamente la “paga universal”, el “derecho a la pereza” y el parasitismo como sistema de vida.
  5. La destrucción de la natalidad y de la familia, que va indisolublemente unida a los mecanismos anteriores del 1 al 4. De esta manera se destruye la homogeneidad de un pueblo multisecular, uno de los más antiguos y definidos del mundo, para garantizar así la sustitución étnica y la consiguiente modificación de fronteras. Cuando no se invade una nación con bayonetas, se hace con permisos migratorios regalados y feracidad de vientres ajenos.

Está claro que el futuro de esta España triplemente colonizada es muy negro de no mediar un giro soberanista (en cuanto a liderazgo político) y una “insubordinación fundante” (en cuanto a soberanía económica). Este giro se debe complementar con un reforzamiento de las fuerzas armadas, a integrar en alianzas militares hispanoamericanas antes que en las atlantistas, y muy especialmente en los ámbitos naval y nuclear (como parecía vislumbrar Carrero Blanco). Ahora parece poco probable ese giro, pero de no darse en los próximos años se puede vaticinar:

  1. Desaparición de España con la multiplicación de “taifas” que no harán sino crear más inestabilidad en el Mediterráneo.
  2. Ampliación del Reino de Marruecos hacia Canarias y hacia la península, esto es, Europa. Así, el estado Magrebí alcanzaría unas proporciones y fuerza similar a la de Turquía, y obtendría una situación análoga a la de esta potencia, con territorios en dos continentes, uno de ellos Europa.
  3. Ampliación hacia el norte del limes musulmán. También será una fuente de inestabilidad.
  4. Movimientos de población, siempre indeseables y foco de conflictos cuando son descontrolados, masivos y motivados por una “huida” del Estado. Si el Estado Español ya abandonó hace medio siglo una provincia suya, podría volver a hacerlo en otras.
  5. Recorte sustancial del territorio europeo de una U.E. cada vez más sometida al imperialismo yanqui y a los aliados de éste, los cuales son extra-europeos y parecen dispuestos a extender sus propios imperialismos: Marruecos, Turquía, Arabia Saudí o Israel estarán llenos de gozo al ver nuevas tierras y nuevas masas humanas a las que explotar.

Está de sobra señalado que el papel de España es clave, pese a su postración y debilidad actual. Lo que yo he llamado en este ensayo la “lógica de los antecedentes” o “precedentes” permite adelantarse a los siguientes movimientos del ciclo histórico. Lo que ya ha pasado puede volver a suceder, y de una manera más grave e irreversible. Los españoles debemos ser los primeros en reaccionar, adivinando los futuros movimientos del enemigo, detectando quién es y no olvidando nunca que este es un mundo en el que jamás se ha declarado una verdadera paz. Por desgracia, es así.

 

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Fuente:

Carlos X. Blanco, en Geopolitica.ru: Soberanía española y futuro geopolítico.

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