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La obsesión de los globalistas con Carlomagno

Mientras el Instituto Carlomagno presenta a Carlomagno como un defensor de la cultura occidental cristiana tradicional, los globalistas occidentales, que también lo alaban, han intentado erradicar la historia cristiana de Europa, excluyendo toda mención a ella en la Constitución de la Unión Europea. En este artículo, Walt Garlington se da a la tarea de explicar semejante contradicción, que como toda operación de guerra cultural, tergiversa los conceptos, las ideas y la historia a tal punto que termina nublando la percepción de las personas hasta hacerlos dudar de su propia identidad, lo que al final termina beneficiando a los que buscan desterrar la tradición para sustituirla con perversas y deshumanizantes ideas mundialistas. Tras haber roto la comunión de Occidente con la Iglesia Ortodoxa y despojado de la autoridad del emperador legítimo, Carlomagno es la inspiración del propio Imperio anticristiano de los globalistas occidentales modernos.

 

Por Walt Garlington

Los globalistas de Europa Occidental están enamorados de Carlomagno. En 2012, la ex directora del FMI Christine Lagarde dijo entusiasmada:

“Carlomagno es a menudo conocido como el Pater Europae, el líder que forjó una unidad cohesiva a partir de una Europa occidental dividida, y desencadenó un renacimiento intelectual y cultural.

También es famoso por sus reformas económicas: armonizó y unificó una compleja variedad de monedas e introdujo un nuevo patrón monetario, el livre, basado en la plata”.

También está el edificio Carlomagno de la UE, el Premio Europeo Carlomagno de la Juventud y la Vía Carlomagno del Consejo de Europa.

Al mismo tiempo, los tradicionalistas de Occidente también proclaman su devoción por él. El Instituto Carlomagno, situado en Minnesota, declara,

“El Instituto Carlomagno es una editorial de publicaciones periódicas sin ánimo de lucro dedicada a la restauración de los principios y tradiciones con los que se fundó la civilización occidental y sobre los que se ha construido la República estadounidense. Nuestro propósito es cultivar la discusión y el debate sobre temas seminales dentro de los estudios de política, cultura, historia, familia, educación y artes. En términos de punto de vista, el Instituto Carlomagno transmite los valores de un conservadurismo de corazón”.

Aquí hay una contradicción.

Personas como el Instituto Carlomagno lo presentan como un defensor de la cultura occidental cristiana tradicional.

Y sin embargo, los globalistas occidentales, que también lo alaban, han intentado erradicar la historia cristiana de Europa, excluyendo toda mención a ella en la Constitución de la UE, lo que le valió la reprimenda del Papa Benedicto XVI en más de una ocasión. Un ejemplo:

En un duro discurso a los obispos europeos, Benedicto dijo que Europa estaba cometiendo una forma de “apostasía de sí misma” y, por tanto, dudaba de su propia identidad.

El Papa, que al igual que su predecesor Juan Pablo II pide a menudo que se mencione a Dios y al cristianismo en la Constitución europea, dijo que los dirigentes no podían excluir los valores que contribuyeron a forjar el “alma misma” del continente.

“Si en el 50 aniversario del Tratado de Roma los gobiernos de la unión quieren acercarse a sus ciudadanos, ¿cómo pueden excluir un elemento tan esencial para la identidad de Europa como el cristianismo, en el que se sigue identificando la inmensa mayoría de su población?”, dijo.

“Esta forma única de apostasía de sí misma, incluso ante Dios, ¿no la lleva (a Europa) a dudar de su propia identidad?”.

Alguien está malinterpretando la vida y el legado de Carlomagno. Pero, ¿quién tiene razón y quién no? Dos acciones suyas definitorias disipan la niebla de la confusión.

La primera es su convocatoria del Concilio de Fráncfort, celebrado en el año 794 d.C., que rechazó la decisión del VII Concilio Ecuménico (Universal) de la Iglesia (+787) que defendía la veneración de los iconos del Señor Jesucristo, su Purísima Madre y todos los santos y ángeles. Este fue el primer paso hacia la desacralización del arte en Occidente, que ha dado lugar al brutalismo que se aprecia en su arquitectura reciente (por ejemplo, en los propios edificios de la UE) y en otros campos, un resultado irónicamente denunciado recientemente por uno de los escritores del Instituto Carlomagno.

La segunda es su decisión de modificar ilegalmente el Credo Niceno (añadido a la liturgia franca en algún momento entre finales del siglo VIII y principios del IX, según Dom Gregory Dix), de modo que se dice que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, en lugar de simplemente del Padre, como reza la versión original aprobada por el Segundo Concilio Ecuménico (+381). Esta deformación de las verdaderas relaciones entre las Personas de la Santísima Trinidad, que es el Sumo y Supremo Bien, tuvo previsiblemente efectos catastróficos en todo Occidente. El Dr. Joseph Farrell, en su esclarecedor libro God, History, and Dialectic: The Theological Foundations of the Two Europes and Their Cultural Consequences, describe el desastre:

“Estos ensayos tratan de las dos Europas y de las tres Trinidades en las que se basan. La primera Trinidad es la Santísima Trinidad de la doctrina cristiana clásica, incorrupta por su formulación agustiniana, la Trinidad de Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Como primer término de la segunda Trinidad está la formulación dialéctica de la Santísima Trinidad de San Agustín de Hipona; como segundo término de la segunda Trinidad está la Historia que esa formulación dialéctica moldeó y dio forma, y como tercer término de la segunda Trinidad están las divisiones que resultaron de la aplicación de la dialéctica trinitaria de Agustín en la Historia, los cismas resultantes de “Europa” en Primera Europa, Segunda Europa y Rusia. Las causas de la división tripartita de la Historia de la Segunda Europa en sus Edades Antigua, Medieval y Moderna hay que atribuirlas, pues, a la formulación dialéctica de la Trinidad de San Agustín. Esta transubstanciación de la Trinidad de un Misterio revelado a una deducción dialéctica y, finalmente, a un proceso dialéctico que actúa dentro de la Historia es sencillamente ininteligible sin Agustín. En el siglo XIII, la Edad del Padre, la Edad del Hijo y la (próxima) Edad del Espíritu de Joa-chim de Floris, o la Edad de Oro, la Edad Oscura y el Renacimiento de Petrarca o Gibbon, o las conocidas Tesis, Antítesis y Síntesis de Hegel, o los periodos “supersticioso, metafísico, y científico” de Comte, y finalmente, nuestras propias divisiones superficialmente académicas y objetivas de la “Historia” Antigua, Medieval y Moderna no son más que reelaboraciones agotadas y cansadas de la herejía original que separó a la Iglesia Latina de la Ortodoxia Oriental y creó las Dos Europas. La historiografía de la Segunda Europa, incluso en su forma más declaradamente laica, el marxismo, es así una de las muchas implicaciones lógicas e inevitables de la agustinización de la doctrina que tuvo lugar entre los siglos V y IX en el Occidente cristiano.

…En las ironías del desarrollo histórico, uno se encuentra con que las dos helenizaciones son formalmente adoptadas y aceptadas por las dos Europas aproximadamente al mismo tiempo, en el siglo IX. En ese espacio y en ese tiempo, chocan abiertamente por primera vez, y el icono de ese choque, con todas las implicaciones historiográficas que conlleva, es la coronación de Carlomagno por el Papa León III en el año 800 d.C. Como veremos, trágicamente la Segunda Europa es incapaz siquiera de interpretar las acciones o actividades del papa León con algo parecido a la coherencia, y ese hecho pondrá de relieve la primera aparición de un problema persistente en la historiografía de la Segunda Europa, pues el enfrentamiento más que ninguna otra cosa demostrará que fueron las de Oriente la ortodoxia y la civilización cristianas originales, y que el Occidente de Carlomagno constituyó el alejamiento y la digresión. No entenderemos del todo la alarma de un San Focio a finales de ese siglo, o la cuidadosa diplomacia de un León III a principios del mismo, o la monumental arrogancia de un Papa Nicolás I, si no penetramos en sus orígenes teológicos últimos. De hecho, veremos que el hecho de que la Segunda Europa agustinizada de Occidente llegara a verse a sí misma como el canon de la “civilización judeocristiana” es el resultado de ese alejamiento y choque, y del crecimiento a sus propios ojos de su estatus como la medida canónica de lo que es genuinamente civilización “cristiana” o “europea” proviene en última instancia de la equiparación carolingia del agustinismo con su propia ortodoxia y ambiciones imperiales. Incluso los enormes sistemas históricos de un Hegel o un Toynbee son producto de esta asunción. …

Para Agustín, el obispo, y el agustinismo, el sistema, son dos cosas distintas. Agustín el obispo insistió, no menos vigorosamente que sus grandes homólogos de Capadocia -Santos Basilio de Cesaria, Gregorio de Nisa y Gregorio Nacianceno- en la continuidad directa de la Iglesia con los antiguos hebreos y con la autonomía cultural que Dios les había conferido. Pero Agustín el helenizante erigió un sistema fundado en una continuidad de la teología con la filosofía griega, una continuidad de incalculable enormidad: la identificación de El Uno (to en) de la filosofía griega con el Dios Único y Padre de la doctrina cristiana. Ese matrimonio de Teología y Filosofía no se produjo en algún nivel secundario de la doctrina, sino en el núcleo, en la cumbre, de toda creencia cristiana, la doctrina de Dios mismo. Mientras esta cohabitación pasó desapercibida y sin ser cuestionada, sus implicaciones ocultas echaron raíces, crecieron y finalmente abrumaron y ahogaron el componente cristiano. Nuestra actual crisis moral y espiritual es el resultado de ese matrimonio, y no se resolverá hasta que las iglesias que persisten en él, empezando por Roma, se arrepientan y se retracten del error. Porque Agustín vio discontinuidad con ese mundo greco-pagano, pero los teólogos, filósofos y humanistas que vinieron después de él y que fueron los herederos de su sistema, vieron cada vez más continuidad.

Por lo tanto, en su núcleo, la Segunda Europa es pagana, porque adora una definición pagana de Dios, pagana, porque se está desmoronando desde dentro, sobrecargada [sic., es decir, “sobrepuesta”. –A.F.] sólo con un barniz cada vez más delgado y superficial de un lenguaje cristiano”.

Carlomagno utilizó la teología para crear un imperio en Occidente sobre el que podía gobernar sin que nadie se lo impidiera, como han señalado el padre John Romanides y otros. Creó de hecho, sin exagerar, un Imperio anticristiano (“anti” en el sentido de “en lugar de”). Pues Occidente, desde los tiempos de San Constantino hasta Carlomagno, ya pertenecía al Imperio Romano Ortodoxo, icono del reino celestial en la tierra. Michael Warren Davis, en un espléndido ensayo sobre la monarquía, incluye estos pasajes que son relevantes para este tema:

Cristo es el Rey de todos; Él comparte Su realeza con los gobernantes de esta tierra porque-una vez más-Él quiere. Él da a los hombres el honor de gobernar a Su pueblo en Su lugar.

Así, en cierto sentido, la Encarnación continúa desarrollándose a medida que la realeza de Cristo se encarna en la persona del Rey, del mismo modo que el obispo actúa en la persona de Cristo cuando ofrece los misterios sacramentales. Todo ese poder viene de Dios y pertenece a Dios, pero llega a nosotros a través de nuestros semejantes.

Y, como observó en una ocasión el metropolita Kallistos Ware, esta encarnación de la autoridad transformó la cristiandad en un vasto icono viviente:

“Si Bizancio era un icono de la Jerusalén celestial, entonces la monarquía terrenal del Emperador era una imagen o icono de la monarquía de Dios en el Cielo. …

[Los bizantinos] creían que Cristo, que vivió en la tierra como un hombre, había redimido todos los aspectos de la existencia humana, y sostenían que, por lo tanto, era posible bautizar no sólo a los individuos humanos, sino a todo el espíritu y la organización de la sociedad. …. De hecho, Bizancio fue nada menos que un intento de aceptar y aplicar todas las implicaciones de la Encarnación”.

Tras haber roto la comunión de Occidente con la Iglesia Ortodoxa y despojado de la autoridad del emperador legítimo, Carlomagno es la inspiración del propio Imperio anticristiano de los globalistas occidentales modernos (y de su odio a Rusia, que está regenerando lentamente su amor por la Iglesia Ortodoxa y por la monarquía). Por eso lo adoran tanto.

Nuestros amigos tradicionalistas, por desgracia, se equivocan. La preponderancia de la evidencia es que Carlomagno no es el amigo y restaurador de lo que es verdadero y bello, sino su enemigo y destructor. Probablemente no llegaremos muy lejos en la mejora de las cosas aquí en Occidente hasta que sean capaces de reconocerlo.

 

La guerra cultural y epistemológica que desintegró la civilización occidental en el siglo XX

 

Fuente:

Walt Garlington, en Geopolitika: The Globalists’ Obsession With Charlemagne. 5 de mayo de 2023.

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