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Pensar con el corazón: El ego límbico

El ego límbico. Continuamos con la publicación de la precuela al libro Pensar con el Corazón, del catedrático y teólogo Carlos Enrique Delfino, que Vida Coherente lanzará en el último trimestre de 2019. En el tercer capítulo, titulado “El ego límbico”, Carlos Delfino aborda el tema de la ilusión del ego y los dos aspectos del ego que modelan al ser humano.

 

Científicamente, sabemos que tanto la realidad cotidiana como la llamada “espiritual” son ilusiones generadas por el cerebro. Lo difícil de entender son los procesos de manifestación de la realidad perceptual. El resto es muy real y muy concreto, pero vemos sólo el último paso del proceso y creemos que es el primero, como afirmaba Jacobo Grinberg. (1)

Tras lo cotidiano —manipulándolo— está el ego, la suma de memoria, herencia y sentidos, más la sociedad y el medio ambiente. Tras la espiritualidad parece estar lo que la neurociencia llama conciencia límbica. Este nombre responde al concepto equivocado que tiene la ciencia sobre la conciencia como una cualidad del hombre superpuesta en el sorprendente universo del cerebro. Los dos aspectos del ego modelan al ser humano.

Espiritualidad y cotidianidad tienen sus correlatos orgánicos, como se ha demostrado cuando por medio de manipulación cerebral se consigue que el sujeto experimente estados y sensaciones que hasta ahora estaban sólo al alcance de personas muy espirituales o de meditadores experimentados. Por lo tanto, ambas son provocadas por el cerebro.

El aspecto egóico es el responsable de la realidad cotidiana, y el límbico, de la segunda realidad. Ambos tipos de consciencia conviven en el hombre contemporáneo y desde el punto de vista neurobiológico o cerebral son tan reales como la realidad cotidiana. Ambas son fruto de la actividad de nuestro cerebro. Y esto no quiere decir que sean falsas, pues constituyen una experiencia real para el sujeto —“otra realidad” o “segunda realidad”— que el cerebro puede lograr gracias a las características del sistema límbico.

La “realidad secundaria” incluye al hipocampo, lo que significa que la persona puede diseñar toda una experiencia mística sobre la base de lo que aprendió a lo largo de su vida. Así sucede que los cristianos por lo general ven a Jesús, los budistas a Buda y los Musulmanes a Mahoma. Sucede siempre. Otros verán entidades más modernas, de la Nueva Era, como Maestros Ascendidos y todo tipo de personajes que han salido a la luz gracias a la imaginación de muchos. Además, como en toda esa zona del cerebro se localiza lo que llamamos el cerebro emocional, toda la experiencia de “realidad secundaria” viene acompañada de verdaderos éxtasis emocionales. De hecho, la neurociencia define la espiritualidad como un éxtasis emocional.

 

Francisco J. Rubia ha definido la espiritualidad como:

“Sentimiento o impresión subjetiva de alegría extraordinaria, de acceso a otra realidad diferente a la cotidiana, más vívida e intensa, producida por una hiperactividad del cerebro emocional. La espiritualidad aún no es religión (por ejemplo, los estados espirituales producidos por un éxtasis en la audición de música), pero es la base de toda religión, que no se entiende sin la existencia de esa ‘segunda realidad’.” (2)

 

Rubia sostiene una teoría sobre “el éxtasis como probable origen de la espiritualidad”. La espiritualidad es tan antigua como el ser humano y no es extraño que ya en los homínidos se dieran manifestaciones de una cierta espiritualidad, quizás de manera fortuita al descubrir por casualidad el potencial de alteración de la mente de plantas u hongos durante la exploración de su entorno en busca de alimento. Al ser definida de este modo, la primera constatación es que la espiritualidad es inherente al ser humano, pero que su origen hay que buscarlo en los “estados alterados de la consciencia”.

Por todo esto, la ciencia comprobó que el 99.9% de las experiencias místicas, con seres de luz o con los “grandes”, como Jesús, son totalmente irreales, y meros inventos del aspecto límbico del ego. La persona no miente, de verdad vio, escuchó y cree ser, honestamente, un elegido. Pero nada de eso es cierto.

La verdadera espiritualidad (lo que hoy llamamos trabajo consciencial), es el más coherente de todos los estados y no tiene nada que ver con estas descripciones de éxtasis y estados alterados de consciencia o las visiones a partir de plantas que producen alucinaciones. El trabajo consciencial no es un circo. Por eso, ¡No creas todo lo que te cuentan!

De igual forma, no existen estados alterados de la conciencia, pues la conciencia no se altera, son estados alterados del cerebro. Precisamente, nosotros buscamos a la conciencia misma —negada por este científico y su tradición materialista— y la conciencia en sí, que lejos de ser alterada es coherente.

La teoría “clásica” ha sido la postulada por el psicólogo norteamericano William James en el siglo XIX. Para James, la consciencia es una secuencia de estados mentales conscientes, siendo cada uno de estos estados la experiencia de algún contenido concreto. James también pensaba que la consciencia tiene que haber tenido un propósito evolutivo, por lo que la trataba como una función y no como una entidad.

En el siglo XVIII, el biólogo suizo Charles Bonnet intentó resolver el dilema introduciendo el llamado “epifenomenalismo”, una idea que después asumió también el biólogo británico Thomas Huxley.

La teoría basada en el dualismo cartesiano postula que la mente, alma o espíritu es inmaterial, y que la autoconsciencia, como propiedad de esa mente, está separada del cerebro, que es físico e inconsciente. Esta teoría ha sido sostenida por Karl Popper y John Eccles. El problema que plantea esta teoría es que no explica cómo se produce la experiencia subjetiva, ni tampoco cómo funciona la interacción entre un ente inmaterial y otro material.

Stuart Hameroff y Roger Penrose defienden otra teoría que supone que los microtúbulos, que se encuentran en toda célula nerviosa, están designados para permitir la coherencia cuántica y las conexiones cuánticas en todo el cerebro. La dificultad es que no explica cómo surge la experiencia subjetiva por lo que muchos autores concluyen que la teoría cuántica de la consciencia sustituye un misterio por otro.

 

Experiencias cercanas a la muerte (ECM)

Cuerpo y cerebro son observables por terceros. La conciencia es una entidad y ésta es la gran diferencia que tiene Vida Coherente con respecto a la ciencia oficial. ¿Qué hay de las fotografías de Konstantín Korotkov? ¿Y las experiencias cercanas a la muerte (ECM)?

En otros programas de Vida Coherente expliqué la experiencia cercana a la muerte del Dr. Peter Fenwick (de 10 minutos) y la experiencia cercana a la muerte del médico Lloyd Rudy (de 20 minutos). Sin embargo, la ECM más larga de todas las que he conocido está narrada en el libro “24 minutos del otro lado, vivir sin miedo a la muerte” (3), de nuestra amiga Tessa Romero:

“La experiencia de la muerte es casi idéntica a la del nacimiento. Es el inicio de otra existencia, el paso a un nuevo estado de consciencia, el principio de una vida nueva. La naturaleza de la muerte es el mayor enigma de la humanidad. A través de este libro viajaremos al más allá (del otro lado del velo de Maya, la verdadera realidad, la que nos esconde el ego y la parte límbica del ego), para descubrir que la muerte es un tránsito a otra existencia.

Experimenté una muerte clínica durante veinticuatro minutos, pero renací. Elegí regresar para salvar la vida de una persona. Mi deseo es ayudar a las personas a no temer esta experiencia, al saber que la muerte es el despertar a una vida nueva (esta es la motivación primordial, por la que elegimos venir a esta vida, y lo otro hoy se llama Tanatología, pero qué puede hacer un estudio teórico al lado de quien realmente lo experimentó). Me comprometí a transmitir confianza a los desesperados. Estos años de crecimiento personal y mis experiencias vitales me han enseñado que hacer realidad nuestros sueños es un deber y una responsabilidad moral. Es nuestra obligación ayudar a los demás a través de nuestro propósito en la vida, sea cual sea. Cada uno conoce su misión en el fondo de su corazón.

 

Fueron 24 minutos sin oxígeno en el cerebro. Tessa Romero no sufrió ningún tipo de lesión y su vida cambió totalmente. Además, al decir que “cada uno conoce su misión en el fondo de su corazón”, ella afirma que el corazón lo sabe, y que la conciencia y el corazón están en íntima relación. Allí está la actividad que elegimos antes de venir. ¿Cómo podemos saber que venir a esta vida es una elección y que además planificamos una actividad especial? Eso pertenece a otro capítulo, y como todo en Vida Coherente, tenemos una fundamentación para afirmarlo.

 

El ego colectivo

Para terminar con el tema del ego, cabe preguntarse si existe también un ego Colectivo. La respuesta es sí. Y funciona casi de la misma manera que con la intuición del Inconsciente Colectivo de Karl Jung, con la diferencia de que el ego se puede adueñar de nuestro gigantesco inconsciente, así como de la pequeña conciencia activada de nuestro cerebro.

Mucha información viene desde el ego colectivo, disfrazada de información consciencial, en especial en aquellos eventos que producen un miedo masivo.

El Dr. Roger Nelson inició el experimento de los transmisores de números aleatorios en la Universidad de Princeton, cuyos derechos de autor fueron adquiridos por el Instituto Matemáticas del Corazón de California.

Lo único que prueba este experimento es la existencia del Ego Colectivo, mas no de la Conciencia Colectiva como se cree.

Como estos científicos oficialistas conocen la verdad, siguen defendiendo que la conciencia es un epifenómeno de la evolución neuronal. Sin embargo, ¡nosotros podemos demostrar fácilmente que no es así! Y lo haremos muy pronto.

 

Notas

1. Jacobo Grinberg-Zylberbaum. Meditación autoalusiva teoría y práctica. Facultad de Psicología UNAM e Instituto Nacional para el Estudio de la Conciencia, Ciudad de México, 1987.

2. Francisco J. Rubia. El síndrome de la ilusión en el blog Contenido Cero, 2013.

3. Tessa Romero. 24 minutos del otro lado. Edición Triunfa con tu libro, España, 2018. páginas 11–13.

4. Op.Cit.

 

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