Pin Lean Lau plantea la hipótesis de cómo tecnologías de edición de genes, como CRISPR, son cada vez más baratas y fáciles de utilizar, lo que podría permitirle a científicos u organizaciones deshonestas al servicio de la oligarquía utilizarlas para lanzar operaciones de bioterrorismo o incluso introducir un escenario de “apocalipis zombi”. Pin Lean Lau es Profesora de Bioderecho en la Facultad de Derecho de Brunel y el Centro de Inteligencia Artificial e Innovación Social & Digital en la Univeraidad Brunel University de Londres.
Por Pin Lean Lau
Ha pasado más de un año desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró el COVID-19 como pandemia. Y quizás la lección más importante es que no estábamos preparados para enfrentarnos al debilitante virus.
Esto plantea algunas ideas aterradoras. ¿Y si la amenaza no fuera el COVID-19, sino un patógeno editado genéticamente y diseñado para convertirnos en zombis, criaturas agitadas y fantasmales con poca conciencia de nuestro entorno? Con los recientes avances en la edición de genes, puede ser posible que los bioterroristas diseñen virus capaces de alterar nuestro comportamiento, propagar dicha enfermedad y, en última instancia, matarnos. Y lo más probable es que aún no estemos lo suficientemente preparados para afrontarlo.
Un apocalipsis zombi puede parecer descabellado, reservado a los anales de las novelas gráficas, las experiencias de juego inmersivas y la cultura popular. Pero hay ejemplos de “zombificación” en la naturaleza. Quizá el más conocido sea la rabia, que puede provocar agresividad y alucinaciones y es casi siempre mortal una vez que aparecen los síntomas.
Pero hay otros. Una especie de avispa recientemente descubierta, por ejemplo, puede convertir a una especie concreta de arañas (Anelosimus eximius) en “zombis” poniendo huevos en su abdomen. La larva resultante se adhiere a la araña y se alimenta de ella, mientras que la araña, que antes era un individuo social, abandona la colonia y se prepara para morir sola. Otros ejemplos de zombificación en la naturaleza son la enfermedad del sueño africana, una afección neurológica mortal creada por parásitos transmitidos por insectos, y el hongo Ophiocordyceps unilateralis, que modifica el comportamiento de las hormigas carpinteras antes de matarlas y brotar de sus cabezas.
Armas para los patógenos
El año pasado, el Premio Nobel de Química reconoció el desarrollo de un tipo de tijera genética llamada CRISPR-Cas9. El interés por esta tecnología lleva un tiempo latente, con dosis iguales de excitación y temor. Por su capacidad de editar el genoma humano con una precisión sin precedentes, sustituyendo una sola letra del ADN, CRISPR ya ha demostrado su utilidad en el tratamiento de enfermedades genéticas como la anemia de células falciformes, la beta talasemia y muchas otras.
Pero, en teoría, CRISPR-Cas9 también podría utilizarse para fines más oscuros, como el bioterrorismo. Podría alterar patógenos para hacerlos más transmisibles o mortales. También podría convertir un agente no patógeno, como un microbio inofensivo, en un virus agresivo. La técnica podría incluso alterar un virus para hacerlo peligroso para un mayor número de especies que las que infecta actualmente, o hacerlo resistente a los antibióticos o antivirales.
Si CRISPR podría utilizarse para infectar a los humanos de forma que se conviertan en zombis sigue siendo una especulación teórica. Por el momento, probablemente haya formas más fáciles de aterrorizar a la gente. Pero a medida que las biotecnologías mejoran tras el COVID, el riesgo de bioterrorismo aumenta.
Si se pudiera crear una enfermedad similar a la de los zombis, está claro que no haría que las personas fallecidas volvieran a despertarse como zombis. Pero una infección que pasara a través de la saliva con una tasa de transmisión y mortalidad extremadamente alta, y que provocara agitación, comportamiento destructivo y muerte, no estaría muy lejos del horror que vemos en las películas de zombis. Un virus de este tipo se propagaría rápidamente de humano a humano de forma similar a enfermedades como los virus Ébola y Marburg. En la épica película de zombis “28 días después”, el ficticio “virus de la ira” se inspiró, de hecho, en estos dos virus de la vida real.
Dadas estas posibilidades, no es de extrañar que el director de la Inteligencia Nacional de Estados Unidos, James Clapper, calificara la edición de genes como “armas de destrucción masiva y proliferación” en 2018.
Muchos países son conscientes de los riesgos. En 2018, el gobierno de Estados Unidos publicó su primera estrategia de biodefensa, en la que participan múltiples agencias gubernamentales. El plan cubre no solo las amenazas deliberadas de bioterrorismo, sino también “los brotes que se producen de forma natural y las enfermedades infecciosas que se escapan de un laboratorio de forma accidental”. Y, curiosamente, la unidad del Mando Estratégico del Departamento de Defensa de EE.UU. ha publicado un programa de formación llamado CONOP 8888 (Counter-Zombie Dominance), que simula una situación de apocalipsis zombi. Sin embargo, fue diseñado para ser completamente ficticio, proporcionando entrenamiento militar y de defensa sin necesidad de involucrar información real y clasificada.
Cómo detenerlo
¿Tenemos alguna posibilidad contra estos patógenos editados genéticamente? Contamos con convenios de derecho internacional sobre toxinas biológicas y químicas. Éstas prohíben estrictamente que los Estados adquieran o conserven armas biológicas. Pero es cuestionable que sean adecuadas frente a los nuevos enfoques. Las tecnologías de edición de genes, como CRISPR, son cada vez más baratas y fáciles de utilizar. Esto significa que los científicos u organizaciones deshonestas podrían utilizarlas para el bioterrorismo.
Lo ideal sería revisar las disposiciones específicas de estos instrumentos internacionales y adaptarlas al entorno cambiante. Esto puede incluir la imposición de una moratoria sobre la experimentación con la edición de genes como herramientas de armas biológicas o permitir la experimentación estrictamente en beneficio de la salud humana.
En junio, un comité de expertos de la OMS publicó dos informes (véanse aquí y aquí) en los que se hacían recomendaciones sobre cómo gobernar la edición del genoma humano a nivel institucional, nacional y mundial. Su marco incorpora estructuras de gobernanza que ya existen en distintos países, como autoridades reguladoras o directrices nacionales sobre la edición del genoma o tecnologías similares. Recomienda, por ejemplo, que los comités de ética revisen los ensayos clínicos y las aprobaciones en este ámbito.
Aunque estas recomendaciones aportan cierta claridad, es preocupante que se trate de simples directrices que no tienen fuerza de ley. La OMS no está en condiciones de regular la edición del genoma en cada país. Por lo tanto, corresponde a cada país aplicar estas recomendaciones como parte de su propia legislación nacional. Otro problema es que las directrices no abordan cuestiones de seguridad y eficacia, ya que esto no formaba parte del alcance de la revisión. Pero eso puede cambiar en el futuro.
Por ahora, estas recomendaciones son lo más parecido a un marco global de gobernanza. Y a medida que la tecnología siga desarrollándose, es de esperar que también evolucionen en consecuencia. Pero en última instancia, puede que tengamos que pensar en cómo hacer que estos marcos sean legalmente vinculantes.
Si todo lo demás falla, puede que tengamos que empezar a trabajar en nuestras habilidades cardiovasculares y de supervivencia, y tomar una hoja de los libros de los preparadores de supervivencia.
Fuente:
The Conversation: Zombie apocalypse? How gene editing could be used as a weapon – and what to do about it.