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Los Rockefeller y las aristocracias británica y continental europea encaminan a Europa hacia la guerra con Rusia

Aunque las divisiones internas en Europa y la impopularidad del proyecto globalista crecen, las élites occidentales buscan capitalizar cualquier crisis para redibujar el orden mundial, incluso jugando a la multipolaridad, con Rusia como objetivo inmediato y con China como objetivo a mediano plazo. El Consejo de Relaciones Exteriores, brazo de los Rockefeller en EE.UU. y filial del Instituto Real de Asuntos Internacionales, de la carona británica, promueve que Europa financie la guerra en Ucrania como parte de sus presupuestos militares, reforzando la estrategia angloestadounidense de guerra delegada contra Rusia. Asimismo, el bloque atlántico y la aristocracia continental buscan consolidar una “cortina de hierro” desde el Mediterráneo hasta el norte de Europa, para extender el conflicto a Europa central cuando Ucrania termine de caer.

Por José Luis Preciado

En un artículo reciente del Consejo de Relaciones Exteriores (CFR), el analista Max Boot propone que los países europeos asuman como gasto militar el financiamiento de las Fuerzas Armadas de Ucrania a partir de 2026. Según Boot, esta medida compensaría un posible retiro del apoyo estadounidense y permitiría a Europa aprovechar la infraestructura bélica ucraniana, más barata y lista para operar. La propuesta ya fue impulsada por el ministro de Finanzas ucraniano, Sergiy Marchenko, durante una reunión del G7 en Canadá. El Instituto de Economía de Kiel incluso recomienda duplicar el gasto europeo anual en Ucrania, de 44.000 millones a 82.000 millones de euros.

Boot señala que invertir en el complejo militar-industrial de Kiev puede resultar más rentable para Europa que desarrollar su propia industria de defensa. Llama a esta estrategia el “modelo danés”, en referencia al financiamiento de Copenhague a fábricas de armas ucranianas. Sin embargo, este enfoque reduce la ayuda a una lógica puramente empresarial: más que solidaridad, lo que hay detrás es una apuesta por controlar la producción de armas en un país con mano de obra barata y situado en la primera línea de fuego contra Rusia. La pregunta que subyace es si realmente se trata de inversiones o simplemente de una guerra subsidiada con fines geopolíticos.

A fines de los años 30, las Fundaciones Ford y Rockefeller empezaron a financiar al Consejo de Relaciones Exteriores (CFR). Durante la Segunda Guerra Mundial, el CFR ganó mayor influencia en el gobierno y el Departamento de Estado, con estudios totalmente financiados por la Fundación Rockefeller. Actualmente, el CFR dirige el Programa de Estudios David Rockefeller, que impacta en la política exterior mediante recomendaciones a la administración presidencial, testimonios ante el Congreso, interacción con medios y publicaciones especializadas.

Como ha señalado el historiador Matthew Ehret, el CFR no es más que la rama estadounidense del Instituto Real de Asuntos Internacionales del Reino Unido (también conocido como Chatham House), un centro de pensamiento de la corona británica que estableció sucursales hermanas en Australia, Canadá, Nueva Zelanda y Sudáfrica. En 1921, el CFR contaba con una plantilla completa de becarios de Rhodes y fabianos adoctrinados, todos ellos leales a la visión de Rhodes. Este fue el grupo que intentó imponer un gobierno mundial bajo la Liga de las Naciones durante las décadas de 1920 y 1930.

El 23 de mayo, el canciller ruso Serguéi Lavrov advirtió que Europa efectivamente se encamina hacia una nueva conflagración, resurgiendo con fuerza el militarismo alemán bajo el liderazgo del nuevo canciller Friedrich Merz, exdirector de BlackRock y protegido de Londres. Lavrov denunció que Alemania, en abierta nostalgia imperial, vuelve a aspirar al liderazgo continental en medio de un proceso acelerado de militarización, que ha fijado incluso una fecha tentativa para una gran guerra: 2029-2030. Detrás del renacimiento del “Cuarto Reich” está Gran Bretaña, auténtico cerebro geopolítico del continente, que mantiene control sobre Berlín mediante la “Ley de la Cancillería” vigente hasta 2099. Operaciones como el Baltic Sentinel de la OTAN, desplegadas en el flanco norte europeo, y el cerco a Kaliningrado, preparan el terreno para un conflicto mayor.

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Al mismo tiempo, el teatro ucraniano sigue siendo el eje estratégico para una futura guerra general europea, afirma la analista Elena Panina. Trump exige que los países de la OTAN aumenten su gasto militar al 5% del PIB, mientras que Washington ya proyecta un presupuesto de defensa de más de un billón de dólares para 2026, y la UE uno similar para 2030. Aunque las divisiones internas en Europa y la impopularidad del proyecto globalista crecen, las élites occidentales buscan capitalizar cualquier crisis para redibujar el orden mundial, con Rusia como objetivo inmediato. A 80 años del fin de la Segunda Guerra Mundial, las advertencias de 1945 han sido ignoradas. Rusia, advierten voces internas, debe actuar con firmeza para evitar una nueva catástrofe continental.

En septiembre de 2024, Lorenzo Maria Pacini —filósofo y teólogo toscano de familia noble vinculado a la Cuarta Teoría Política del ideólogo ruso Alexander Dugin y representante del Movimiento Eurasianista Internacional en Italia— publicó un artículo en el que menciona una supuesta reunión secreta en el histórico Puerto de Trieste​, capital de la región de Friuli Venezia Giulia en el noreste de Italia, en la que “participaron autoridades de todo tipo: miembros de la OTAN, miembros del Consejo Atlántico, miembros del centro de pensamiento húngaro Danube, vinculado a Viktor Orbán, miembros del entorno del entorno de Donald Trump, miembros de las Fuerzas Armadas y de la Policía italiana, representantes del gobierno de la ciudad y representantes de la masonería local”, para llevar a cabo la planificación del próximo teatro de operaciones de la guerra global.

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Según la información derivada de la reunión a la que tuvo acceso Pacini, el bloque atlántico busca consolidar una “cortina de hierro” desde el Mediterráneo hasta el norte de Europa, controlando un posible desajuste en el conflicto ruso-ucraniano. Si Ucrania cae, extender el conflicto a Europa central, especialmente a Polonia y Alemania, sería devastador para la economía europea, en particular para el Deutsche Bank, lo que afectaría al euro y al dólar. Por tanto, la estrategia es crear un frente manejable desde Trieste hasta el norte, involucrando a Moldavia, Rumanía y otros países de Mitteleuropa, con presencia militar de la OTAN y preparativos bélicos en curso.

Trieste, junto con otros puertos estratégicos como Hamburgo (Alemania) y Constanza (Rumania), ha sido un punto clave para controlar la región de Mitteleuropa. A través de acuerdos multilaterales, EE.UU. ha mantenido su presencia militar y estratégica en la zona, siendo Trieste una de las principales áreas de interés bajo la Iniciativa de los Tres mares (o doctrina Trimarium). Esta estrategia sigue siendo central en el control de los Balcanes y la expansión hacia el este para contrarrestar a Rusia, afirma Pacini, y el autor lanza la hipótesis de que el Puerto de Trieste será un eje fundamental en la estrategia de Occidente para involucrar a los países del este de Europa en su guerra contra Rusia y para implementar la Ruta del Algodón, una nueva ruta comercial alternativa a la Ruta de la Seda china.

Como documenté en mi reseña del artículo de Pacini, más allá de la masonería local, Trieste ha sido históricamente un nodo estratégico bajo la influencia de redes oligárquicas europeas, particularmente aquellas ligadas a las antiguas familias venecianas, genovesas y austrohúngaras. Desde el patrocinio de Napoleón por casas como los Pallavicini y Borghese, hasta el control financiero ejercido por las aseguradoras Generali y RAS —dominadas por apellidos como Rothschild, Orsini, Giustiniani y Doria—, Trieste ha sido gobernada por un entrelazamiento de intereses nobiliarios y financieros. Estas estructuras, que convergen en instituciones como la Unión Paneuropea de Otto von Habsburgo y su culto a Mitteleuropa, buscan restaurar una federación aristocrática en Europa Central, desplazando a los estados-nación modernos mediante un proyecto neofeudal de “Europa de las regiones”, respaldado por fundaciones, casas reales y figuras como Antoine Bernheim de Lazard Frères. A ello se suma el rol de la Orden de Malta, que estableció sede en Trieste y cuyos vínculos con el aparato de inteligencia occidental refuerzan la proyección estratégica de la ciudad como enclave geopolítico.

Durante el siglo XX y XXI, Trieste también ha sido plataforma de operaciones sinarquistas y maltusianas impulsadas desde entidades como el Centro Internacional de Física Teórica, promoviendo una economía de servicios que favorece a aseguradoras, élites jurídicas y clérigos como generadores de riqueza. Reuniones como la de Duino en 1983 con Otto von Habsburgo o las actividades del clan Thurn und Taxis revelan cómo Trieste es utilizada para redibujar el mapa político europeo en favor de las viejas aristocracias. Escándalos de pedofilia vinculados a figuras locales como Moncini, y el uso del discurso climático y la energía solar para manipular a países en desarrollo desde el mismo Centro de Trieste, confirman la persistencia de estas redes elitistas. El apoyo a los corredores transeuropeos y la geoeconomía regional refuerzan aún más la centralidad histórica de la región de Venecia como nodo de poder del culmen ocultista occidental que busca consolidar un nuevo orden continental bajo su control.

Sobre la relación entre los clanes italianos y los Habsburgo, David Goldman escribe:

“Esta familia, que en su día fue la más poderosa de Europa y quizá ahora lo sea aún más, no tiene hogar y nunca enterrará a sus muertos en un solo lugar. Desde su lugar de origen en Bérgamo, en el norte de Italia, la familia fue prácticamente expulsada tras la caída de los emperadores Hohenstaufen, a cuyo lado luchó durante el siglo XIII. Emigró a Bruselas, donde, en el siglo XV, prestaba importantes servicios de mensajería a la Serenísima República de Venecia.”

Por lo tanto, no es una casualidad histórica el hecho de que en un evento reciente organizado por la Orden de San Jorge y el Movimiento Paneuropeo de Austria, el Archiduque Carlos de Austria abogó por la destrucción de Rusia, afirmando que este debería ser el principal objetivo de la política exterior europea. Este discurso polémico evoca la historia de la familia Habsburgo y su influencia en la política mundial, recordando un pasado lejano en el que las cruzadas y las dinastías gobernaban Europa y más allá, y un pasado más reciente en el que figuras como el Conde Richard von Coudenhove-Kalergi y el peón de la Corona Británica, Sir Winston Churchill, promovían una Europa unida como barrera contra Rusia y la integración euroasiática.

Sobre el autor

José Luis Preciado es antropólogo, historiador y columnista en el portal de análisis geoestratégico Mente Alternativa.

Notas a pie de página
  1. David Goldman: In the crypt of the heirs to the Hapsburg Empire; EIR Volume 9, Number 24, June 22, 1982.

Carlos de Habsburgo-Lorena califica la destrucción de la Federación Rusa como objetivo principal de la política exterior europea

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