“Si el petróleo y la influencia fueran los premios, entonces parece que China, y no Estados Unidos, ha ganado en última instancia la guerra de Irak y sus consecuencias, sin disparar un solo tiro.” — Jamil Anderlini
Por Ramzy Baroud
Un movimiento muy esperado de la política exterior estadounidense bajo la Administración Biden sobre cómo contrarrestar el crecimiento económico y las ambiciones políticas sin obstáculos de China se produjo en forma de una cumbre virtual el 12 de marzo, en la que participaron, además de Estados Unidos, India, Australia y Japón.
Aunque la llamada “Cuadrilateral” no reveló nada nuevo en su declaración conjunta, los líderes de estos cuatro países hablaron de la “histórica” reunión, descrita por el sitio web “The Diplomat” como “un hito importante en la evolución de la agrupación”.
En realidad, la declaración conjunta tiene poca sustancia y, desde luego, no aporta nada nuevo en cuanto a la forma de revertir -o incluso frenar- los éxitos geopolíticos de Pekín, su creciente confianza militar y el aumento de su presencia en las vías fluviales estratégicas mundiales o en torno a ellas.
Durante años, la “Cuadrilateral” se ha ocupado de formular una estrategia unificada para China, pero no ha logrado concebir nada de importancia práctica. Dejando a un lado las reuniones “históricas”, China es la única economía importante del mundo que se prevé que produzca un crecimiento económico significativo este año, y de forma inminente. Las proyecciones del Fondo Monetario Internacional indican que la economía china se expandirá un 8,1 por ciento en 2021, mientras que, por otro lado, según los datos de la Oficina de Análisis Económico de EE.UU., el PIB de este país ha disminuido en torno al 3,5 por ciento en 2020.
La “Cuadrilateral” —[’Quad’ o ‘la OTAN asiática] que significa Diálogo de Seguridad Cuadrilateral— comenzó en 2007, y se reactivó en 2017, con el objetivo evidente de repeler el avance de China en todos los campos. Al igual que la mayoría de las alianzas estadounidenses, la “Quad” es la manifestación política de una alianza militar, a saber, los ejercicios navales de Malabar. Estos últimos comenzaron en 1992 y pronto se ampliaron para incluir a los cuatro países.
Desde el “pivote hacia Asia” de Washington, es decir, la inversión de la política exterior estadounidense establecida que se basaba en centrarse más en Oriente Medio, hay pocas pruebas de que las políticas de confrontación de Washington hayan debilitado la presencia, el comercio o la diplomacia de Pekín en todo el continente. Aparte de los estrechos encuentros entre las armadas estadounidense y china en el Mar de China Meridional, hay muy poco más que informar.
Mientras que gran parte de la cobertura mediática se ha centrado en el pivote de Estados Unidos hacia Asia, poco se ha dicho del pivote de China hacia Oriente Medio, que ha tenido mucho más éxito como esfuerzo económico y político que el cambio geoestratégico estadounidense.
El cambio sísmico de EE.UU. en sus prioridades de política exterior se debió a su incapacidad para traducir la guerra y la invasión de Irak de 2003 en un éxito geoeconómico descifrable como resultado de la toma de control de la abundancia de petróleo de Irak, las segundas mayores reservas probadas de petróleo del mundo. La estrategia estadounidense resultó ser un completo error.
En un artículo publicado en el Financial Times en septiembre de 2020, Jamil Anderlini plantea una cuestión fascinante. “Si el petróleo y la influencia fueran los premios, entonces parece que China, y no Estados Unidos, ha ganado en última instancia la guerra de Irak y sus secuelas, sin haber disparado un solo tiro”, escribió.
No sólo China es ahora el mayor socio comercial de Irak, sino que la enorme influencia económica y política de Pekín en Oriente Medio es también un triunfo. China es ahora, según el Financial Times, el mayor inversor extranjero de Oriente Medio y una asociación estratégica con todos los Estados del Golfo, excepto Bahrein. Compárese esto con la confusa agenda de política exterior de Washington en la región, su indecisión sin precedentes, la ausencia de una doctrina política definible y la ruptura sistemática de sus alianzas regionales.
Este paradigma se vuelve más claro y convincente cuando se entiende a escala global. A finales de 2019, China se convirtió en el líder mundial en términos de diplomacia, ya que entonces contaba con 276 puestos diplomáticos, muchos de los cuales son consulados. A diferencia de las embajadas, los consulados desempeñan un papel más importante en términos de comercio e intercambios económicos. Según cifras de 2019 publicadas en la revista “Foreign Affairs”, China tiene 96 consulados frente a los 88 de Estados Unidos. Hasta 2012, Pekín estaba muy por detrás de la representación diplomática de Washington, precisamente en 23 puestos.
Allí donde China está presente diplomáticamente, le sigue el desarrollo económico. A diferencia de la desarticulada estrategia global de EE.UU., las ambiciones globales de China se articulan a través de una enorme red, conocida como la Iniciativa del Cinturón y la Ruta, estimada en billones de dólares. Una vez completada, la BRI está destinada a unificar más de sesenta países en torno a estrategias económicas y rutas comerciales dirigidas por China. Para que esto se materialice, China se ha movido rápidamente para establecer una mayor proximidad física a las vías fluviales más estratégicas del mundo, invirtiendo fuertemente en algunas y, como en el caso del estrecho de Bab al-Mandab, estableciendo su primera base militar de ultramar en Yibuti, situada en el Cuerno de África.
En un momento en que la economía estadounidense se está reduciendo y sus aliados europeos están políticamente fracturados, es difícil imaginar que cualquier plan estadounidense para contrarrestar la influencia de China, ya sea en Oriente Medio, Asia o cualquier otro lugar, tenga mucho éxito.
El mayor obstáculo para la estrategia de Washington con respecto a China es que nunca podrá haber un resultado en el que Estados Unidos logre una victoria clara y precisa. Desde el punto de vista económico, China está impulsando el crecimiento mundial, equilibrando así la crisis internacional de EE.UU. resultante de la pandemia de COVID-19. Perjudicar a China económicamente debilitaría a EE.UU. y a los mercados mundiales.
Lo mismo ocurre desde el punto de vista político y estratégico. En el caso de Oriente Medio, el pivote hacia Asia ha resultado contraproducente en múltiples frentes. Por un lado, no registró ningún éxito palpable en Asia, mientras que, por otro, creó un enorme vacío para que China reorientara su propia estrategia en Oriente Medio.
Algunos sostienen erróneamente que toda la estrategia política de China se basa en su deseo de limitarse a “hacer negocios”. Aunque el dominio económico es históricamente el principal impulso de todas las superpotencias, la búsqueda de Pekín de la supremacía mundial no se limita a las finanzas. En muchos frentes, China ya ha tomado la delantera o se está acercando a ella. Por ejemplo, el 9 de marzo, China y Rusia firmaron un acuerdo para construir la Estación Internacional de Investigación Lunar (ILRS). Teniendo en cuenta el largo legado de Rusia en materia de exploración espacial y los recientes logros de China en este campo -incluido el primer aterrizaje de una nave espacial en la zona del Polo Sur-Cuenca de Aitken de la Luna-, ambos países están dispuestos a tomar la delantera en la resucitada carrera espacial.
Ciertamente, la reunión de la “Cuadrilateral” liderada por Estados Unidos no fue histórica ni cambió las reglas del juego, ya que todos los indicadores atestiguan que el liderazgo mundial de China continuará sin obstáculos, un acontecimiento de consecuencias que ya está reordenando los paradigmas geopolíticos del mundo que han estado vigentes durante más de un siglo.
El verdadero plan de China y lo que los estadounidenses deben saber sobre la China de hoy
Fuente:
Ramzy Baroud: How China Won the Middle East Without Firing a Single Bullet; en Mint Press News, 19 de marzo de 2021.