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Ataque a la criatura humana. Artificial versus natural

Está en pleno desarrollo una gigantesca guerra contra la criatura humana. Todos los fundamentos de nuestra especie están siendo atacados -biológicos, antropológicos, ontológicos- bajo los golpes de un inmenso, monstruoso aparato de dominación tecno-financiera que lo abarca todo y que tiene en sus manos el destino de la humanidad, decidida a modificarla para recrear una nueva especie trans y posthumana. La ruta marcada hasta 2020 (pandemia, identidad digital, compresión de la movilidad, sistemas de identificación y vigilancia, limitación de la agricultura, alimentación artificial, acentuación ecoclimática, represión de la disidencia, medicalización generalizada, difusión de la ideología de género, transhumanismo) sugiere que el cambio de paradigma se encuentra en su fase decisiva. La tendencia es lo andrógino, lo trans. La vacía humanidad occidental, atrapada por los mitos paralelos del mercado y la tecnología, se reduce al esquema que Diego Fusaro extrae de la mitología griega. Las deidades posmodernas son Dioniso, que preside el caos y la transgresión; Proteo, el dios de las hibridaciones. Por último, Narciso, la contemplación del yo, el egoísmo engrandecido del ritual del selfie a la espera del “me gusta”. A pesar de todo, está creciendo una nueva conciencia, un antagonismo aún minoritario y confuso, formado por muchos pequeños fuegos. Signos de cautelosa esperanza.

 

Por Roberto Pecchioli

Al hombre cotidiano no le gusta tratar temas universales. Pensar en la vida y la muerte, el bien y el mal, la paz y la guerra le da miedo. Parece justo, pues ya es demasiado complicado vivir el día a día. ¿Por qué preocuparse por cuestiones que son mucho más grandes que nosotros, a menudo irresolubles y fuera de nuestro control, amargándonos la existencia? Mirar a nuestro alrededor se vuelve cada vez más duro, como un angustioso ejercicio de teratologíay estudio de cosas monstruosas. Sin embargo, son temas ineludibles; alguien tiene que reflexionar y tomar nota de la realidad, etapa previa para intentar comprender el mundo, emitir juicios, luchar por lo verdadero, lo bello, lo bueno y lo justo.

Nos enfrentamos a un Vía Crucis con muchas, demasiadas estaciones, con la esperanza de que tarde o temprano llegue la resurrección. Nuestra tesis es que está en pleno desarrollo una gigantesca guerra contra la criatura humana. Todos los fundamentos de nuestra especie están siendo atacados -biológicos, antropológicos, ontológicos- bajo los golpes de un inmenso, monstruoso aparato de dominación tecno-financiera. Los dominadores poseen todos los medios, económicos, financieros, industriales, técnicos, culturales, mediáticos. Una cúpula de unos miles de “amos universales” (Giulietto Chiesa) tiene en sus manos el destino de la humanidad, decidida a modificarla, remodelarla, incluso trascenderla para recrear una nueva especie trans y posthumana. Posee todos los medios, determina todos los fines. Los suyos, que podemos resumir en el dominio sobre la materia humana inerte, indiferenciada, que se pondrá a las órdenes del aparato tecnológico.

Para ello, suprime la verdad y la realidad: lo artificial se impone a lo natural, los hechos son sustituidos por la representación impuesta, el universo por el metaverso. El poder de esta cúpula se ha hecho inconmensurable en los albores de la cuarta revolución industrial, basada en el poder de las tecnologías electrónicas. El mundo, de “analógico” que era, ha pasado a ser “digital”. El primer término describe el funcionamiento de la mente humana, basado en el reconocimiento de similitudes entre objetos y situaciones incluso muy distantes entre sí. Este tipo de razonamiento es la base de la creatividad, fundamental para resolver problemas nuevos e inesperados. Digital (dígito, cifra) es la forma típica de aplicar la informática y la electrónica, que trata las cantidades en forma numérica, convirtiendo los valores en números de un sistema de numeración conveniente, normalmente el sistema binario.

En un contexto tan complejo, asistimos a un profundo y rapidísimo “cambio de paradigma” en el sentido indicado por el epistemólogo Thomas Kuhn, es decir, al vuelco de toda la cosmovisión y de todas sus implicaciones. Antes de examinar los tres frentes de la guerra que libra la cúpula fintech contra el homo sapiens, es necesario recordar los fundamentos teóricos sobre los que se sustenta el hipercapitalismo globalista “absoluto”, es decir, liberado de toda atadura o límite: un materialismo crudo ajeno a cualquier hipótesis trascendente; el culto al progreso historicista-nihilista. Un nihilismo anunciado con desesperada lucidez por Friedrich Nietzsche junto a la “transvaloración de todos los valores”.

En los albores del siglo XX fue el Papa Pío X quien captó el sentido del tiempo que se avecinaba en su encíclica E supremi (1903). “Con todas las fuerzas y con todos los artificios se tiende a suprimir completamente el recuerdo y la noción de Dios”. Incompatible con toda forma de espiritualidad, pero también enemigo de toda alternativa ética, política, económica, de valores, el poder se alimenta de la voluntad de poder, del odio implacable a todo límite, visto como un impedimento, un retroceso. Nada es sagrado, todo está disponible, materia que conquistar, ocupar, remodelar, comprar y vender. La advertencia de Ezra Pound se vuelve incluso ridícula: el templo es sagrado porque no está en venta (Cantos, Canto XCVI).

En el espíritu de la época -una época sin espíritu, una época de vacío (G. Lipovetsky)- no hay más templo que la mercancía, la reducción de todo a una cosa, un producto al que se puede atribuir un código de barras y poner una etiqueta de precio cambiante. El “desencantamiento del mundo” del que hablaba Max Weber está llegando a su fin: todo está calculado y es calculable, el pasado es la torpe minoría de edad intelectual de una humanidad infantil, el futuro no existe salvo en la forma predictiva de la intersección y el procesamiento de datos y metadatos.

En un mundo reducido a una figura, una cosa, una masa, resurge el mensaje desesperado de Pier Paolo Pasolini: quiero reconocer las cosas y, en la medida de lo posible, quiero volver a mitificarlas. Lo que se nos hace emprender es un viaje al desierto, o a la “noche del mundo” anunciada por Martin Heidegger, acogida con efervescente alegría por los mercaderes “occidentales” contemporáneos. La objeción más común entre los creyentes de los mitos posmodernos es la siguiente: ¿cómo puede el poder ser totalitario, absoluto, si predica algún tipo de democracia, inclusión, si de hecho la crítica más común es el exceso de permisividad?

Pasolini de nuevo: el poder tecno-capitalista “ya no se contenta con un hombre que consume, sino que exige que no sean concebibles otras ideologías que las del consumo. “. Ha “decidido ser permisivo porque sólo una sociedad permisiva puede ser una sociedad de consumo”. La esfera de los derechos, además, mientras se amplía desmesuradamente en la esfera individual e íntima -, se desdibuja en la esfera pública, donde el paradigma es el de la vigilancia, el del pensamiento único, el de la represión de las ideas, el de los principios contrarios al orden biopolítico/biocrático neoautoritario.

La ruta marcada hasta 2020 (pandemia, identidad digital, compresión de la movilidad, sistemas de identificación y vigilancia, limitación de la agricultura, alimentación artificial, acentuación ecoclimática, represión de la disidencia, medicalización generalizada, difusión de la ideología de género, transhumanismo) sugiere que el cambio de paradigma se encuentra en su fase decisiva. La vacía humanidad occidental, atrapada por los mitos paralelos del mercado y la tecnología, se reduce al esquema que Diego Fusaro extrae de la mitología griega. Las deidades posmodernas son Dioniso, que preside el caos, lo informe, lo ilimitado y la transgresión; Proteo, el dios de las hibridaciones, del cambio continuo, de la superación de toda frontera y la demolición de toda diferencia. Por último, Narciso, la contemplación del yo, el egoísmo engrandecido de los átomos desarraigados que tiene en la práctica del selfie su ritual compulsivo, para ser compartido en las redes sociales a la espera del “me gusta”, del pulgar hacia arriba de los átomos errantes conectados al metaverso.

Una guerra contra el hombre librada en forma de puesta en cuestión de la verdad, de la realidad misma, de los fundamentos de la existencia. Decíamos que se trata de trastocar los fundamentos biológicos, antropológicos y ontológicos del hombre. La biología -desacreditada, desvirtuada hasta convertirla en una variable dependiente de construcciones culturales- es atacada en su negativa a reconocer lo que siempre ha estado claro para los hombres de todos los tiempos y civilizaciones. El “macho y hembra los crearon” bíblico se niega en nombre de los “géneros”, que han ocupado el lugar de los (dos) sexos. Para la neocultura transhumana, los géneros son potencialmente infinitos, tantos como autorreconocimientos, incluso los más extraños, bizarros y (¡alguna vez!) desviados de cada ser humano, cambiantes, temporales y revocables. Los roles, las distinciones entre lo masculino y lo femenino no son más que construcciones sociales, como el embarazo y la maternidad.

La tendencia es lo Idéntico, lo andrógino, lo trans. La desidentificación étnica, personal, cultural, sexual, puerta de entrada a la fluidez existencial, conduce a una especie de desnaturalización destinada a sustraer la dimensión biológica adscrita. Sin fundamento biológico, soy lo que quiero ser o creo ser. La ex ministra de Igualdad del Gobierno español, Irene Montero, llegó a afirmar que la mujer no existe, ya que mujer es cualquiera que se sienta como tal. Corresponde a la sociedad y a sus normas tomar nota de ello. Siendo Montero una feminista radical, ¡no se entiende qué sentido tiene el feminismo en ausencia del sujeto!

Lo biológico es el objetivo de la medicalización total: somos personas sanas imaginarias, a las que atiborrar de fármacos, preparados, sueros génicos, cuya auténtica función (ARNm) es modificar permanentemente nuestro patrimonio genético. ¿Con qué fin? Biológico y al mismo tiempo antropológico es la sustracción progresiva de la procreación a la sexualidad natural. El resultado será la ectogénesis, es decir, la “producción” de seres humanos mediante máquinas, úteros artificiales y semen artificial. La consecuencia es la desaparición de las figuras parentales, la transmisión de la vida confiada a quienes disponen de la tecnología y pueden determinar, como en el Nuevo Mundo de Aldous Huxley, la cantidad y la calidad de la posthumanidad producida artificialmente.

No es casual que las etapas intermedias sean la propaganda asfixiante, h.24, de la sexualidad estéril, la homosexualidad y la transexualidad, fenómenos que desde la biología transitan al territorio de la antropología y la ontología, atacando los fundamentos del ser. De paso, la operación de reconfiguración humana necesita banalizar el aborto -elevado a derecho universal- rebautizado como “salud reproductiva”. Este sintagma muestra la regresión biológica de lo humano hacia lo animal. Al fin y al cabo, la ideología de los Señores considera que el homo sapiens no es más que una masa bioquímica manipulable. Se animaliza al hombre al mismo tiempo que se conceden al mundo animal derechos similares a los humanos. Absurdo, ya que el animal no puede reclamar derechos ni ejercer los deberes correspondientes.

Al mismo tiempo, se impone al hombre un neolenguaje despojado y limitado, el gruñido unificado a través del cual debe definir y juzgar los objetos y conceptos, el mundo que le rodea y a sí mismo según el nuevo paradigma impuesto. Desvinculado de su familia, alejado de la comunidad étnica, territorial y cultural a la que pertenece, impermeable a las instancias del espíritu, alejado de su naturaleza biológica e íntima, iniciado en una serie de dependencias, hibridado con la máquina y mientras tanto dependiente de aparatos artificiales, abandonado a los impulsos, incapaz de elevar el pensamiento más allá del momento, gobernado por el miedo, heterodirigido por el poder de la tecnoestructura, incierto, subyugado por lo artificial, el átomo humano pierde su libertad, deja de reconocer la realidad y se aleja de la verdad.

¿Sigue siendo, biológica y ontológicamente, homo sapiens, o se ha transformado en una especie diferente? Es la paradoja de la nave de Teseo, la cuestión física y metafísica de la persistencia de la identidad original de una entidad que ha cambiado por completo con el paso del tiempo. ¿Sigue siendo la criatura-hombre la misma si todos sus componentes han cambiado e incluso el cerebro se ha reconfigurado mediante máquinas y artefactos “pensantes”?

La mitología griega -que supo plantear a la humanidad todas las preguntas significativas- narra la nave en la que Teseo viajó en la aventura que le llevó a desafiar y matar al Minotauro, el monstruo con cuerpo de hombre y cabeza de toro, uno de los mitos fundadores de Occidente. El barco aparentemente permaneció sin cambios, a pesar de que cada uno de sus componentes fue reemplazado con el tiempo, desde la quilla hasta los remos y las velas. Llegó un momento en el que se habían sustituido todas las piezas originales, aunque el barco conservaba su aspecto original. Había sido completamente renovado, pero al mismo tiempo seguía igual. ¿Seguía siendo el barco de Teseo?

¿Lo verdadero, lo bueno, lo justo, lo bello siguen siendo el horizonte del significado o la guerra la han ganado hombres enemigos de otros hombres? Dicho en estos términos, el ataque al hombre requiere una respuesta principalmente espiritual. Para seguir siendo (o volver) humanos necesitamos más que nunca mirar hacia arriba, hacia lo que excede la materia. Es la madre de todas las batallas, en las que debemos enfrentar el amor por nosotros mismos, la criatura con la chispa divina, contra el frío cinismo de los oligarcas egoístas y los sociópatas desalmados. Donde crece el peligro, crece también lo que salva; Es la lección de Hoelderlin la que los últimos años muy duros han hecho realidad. A pesar de todo, está creciendo laboriosamente una nueva conciencia, un antagonismo aún minoritario y confuso, formado por muchos pequeños fuegos. Signos de cautelosa esperanza. Homo suma; humani nihil a me alienum puto, soy un hombre; nada de lo humano me es ajeno.

 

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Fuente:

Roberto Pecchioli, en EreticaMente: Attacco all’uomo. Artificiale versus naturale.

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