Pánico y absurdo político ante la pandemia (por Thierry Meyssan). Todas las grandes epidemias influyeron en el curso de la historia, no forzosamente por haberse llevado grandes cantidades de vidas sino provocando revueltas y cambios de regímenes políticos. Bajo los efectos del pánico, los humanos suelen ser incapaces de reflexionar y llegan a comportarse como simple ganado. Muchas sociedades han sucumbido a las decisiones que tomaron en momentos de crisis.
A través de la Historia, las grandes epidemias que destruyeron economías de países enteros se vieron a menudo seguidas de derrocamientos de gobiernos. La epidemia de Covid-19 no debería ser la excepción, independientemente de la cifra total de decesos que llegue a provocar. Es por eso que, prácticamente en todo el mundo, los dirigentes políticos están aplicando medidas cuya inutilidad conocen, sólo para mostrar a sus conciudadanos que hacen todo lo posible por protegerlos.
La sicología social nos muestra que el miedo no es directamente proporcional al nivel de peligro sino a la imposibilidad de evaluar ese peligro y a la incapacidad para controlar sus causas.
Cuando aparece una enfermedad desconocida, la Ciencia trata de estudiarla dudando de todo. Pero los responsables políticos, con mucho menos conocimiento de la enfermedad que los hombres de ciencia, se ven empujados a tomar decisiones rápidas. Algunos se rodean entonces de personalidades que en algún momento se destacaron en el campo de la ciencia, califican a esas personalidades de «expertos» –aun tratándose de un problema que esas personalidades todavía no conocen– y utilizan a esos «expertos» para justificar sus decisiones políticas. El objetivo de esos políticos no es salvar vidas sino garantizar la continuación de su propio poder.
Confinamiento(s)
Los medios de difusión tratan de convencer a sus conciudadanos de que «su» gobierno ha adoptado las mismas medidas que otros gobiernos y de que por esa razón no puede ser acusado de laxismo. Esos medios oscurecen el debate al afirmar injustificadamente que 3 000 millones de personas están confinadas simultáneamente en todo el mundo por razones médicas, afirmación que es simplemente una mentira ya que los medios mezclan de forma indiscriminada situaciones muy diferentes.
El término «confinamiento» está siendo utilizado hoy para designar indiferenciadamente:
Una cuarentena, que en realidad es una medida de encerramiento o retención en un espacio controlado, generalmente a bordo de un barco y por decisión de autoridades aduanales, durante el tiempo suficiente para garantizar que personas, objetos o sustancias que deberían entrar en un país o territorio no son portadores de alguna enfermedad. Esta medida fue inventada en 1374 por el duque de Milán. Fue la medida que el gobierno de Japón aplicó en febrero de 2020 al crucero británico Diamond Princess.
Un cordón sanitario, o sea la medida de aislamiento aplicada a un país vecino o un grupo poblacional afectado por alguna enfermedad para evitar que la enfermedad se transmita a otras poblaciones. Esta fue la medida aplicada por las autoridades chinas para la provincia de Hubei. En el siglo XVII, Italia y España recurrieron a la imposición de cordones sanitarios utilizando para ello el ejército, que incluso tenía órdenes de disparar a matar contra los pobladores que violaran la medida.
El encierro de personas pertenecientes a grupos de riesgo. Se trata de la designación de una categoría de la población cuyas características la hacen más vulnerable a la enfermedad o que puede ser considerada como potencialmente enferma por lo cual se prohíbe a esa población el contacto con otras personas, tanto para no exponerla al riesgo de infección como para evitar que infecten a los demás. Eso es lo que se está haciendo en Francia, donde se prohíbe el acceso a las instituciones dedicadas al cuidado de personas de la tercera edad y estas últimas no tienen derecho a salir de dichas instituciones.
El encierro a domicilio de toda una población, sin distinción de personas. Los médicos especializados en epidemiología o virología no han solicitado esta medida. Los solicitantes son los especialistas en estadísticas sobre epidemias y su objetivo es evitar que los hospitales lleguen a verse desbordados por una afluencia masiva de enfermos en un corto plazo de tiempo. Esta medida no tiene precedente histórico.
Históricamente, las únicas medidas que han dado a veces resultados positivos han sido las tendientes a impedir que una enfermedad llegue a infectar un territorio, como en 1919, cuando la Samoa estadounidense logró protegerse eficazmente de la gripe española, que sin embargo asoló la vecina Samoa Occidental (el hoy Estado Independiente de Samoa). Sin embargo, el cierre de una frontera es inútil cuando la enfermedad ya ha penetrado en el país.
Lo que sí está demostrado es que las medidas que buscan frenar temporalmente una epidemia nunca han logrado disminuir la mortalidad. Peor aún, al prolongar en el tiempo el periodo de propagación de la enfermedad, esas medidas hacen que la población sea más vulnerable a una segunda y a una tercera ola de contaminación, hasta la eventual aparición de una vacuna y su producción masiva –lo cual requiere como mínimo 18 meses de preparación.
Mientras tanto, las poblaciones que rechazan el encierro a domicilio van adquiriendo una inmunidad de grupo que las protege ante las nuevas olas de contaminación. Contrariamente a lo que afirma el discurso dominante, las formas actuales de confinamiento favorecen considerablemente la cantidad de decesos. Dado el hecho que algunos países –como Corea del Sur y Suecia– no practican tales medidas, en el futuro será posible comparar los resultados ante nuevas olas de contaminación. La política de híper precaución de los dirigentes políticos puede entonces volverse contra ellos.
Decadencia de la civilización
No es posible vivir juntos si tenemos miedo unos de otros. La civilización no puede basarse en la desconfianza. Eso implica que no es humanamente aceptable, por ejemplo, prohibir el acompañamiento de los enfermos en su lecho de muerte. No podemos aceptar que nos priven de nuestra libertad sin razones válidas.
La Convención Europea de Derechos Humanos del 4 de noviembre de 1950, firmada por todos los Estados del continente europeo –desde el Reino Unido hasta Rusia– autoriza en su Artículo 5 «la detención regular de una persona susceptible de propagar una enfermedad contagiosa», pero no para manejar la afluencia de pacientes a los hospitales.
Los Tratados de la Unión Europea ponen la barra más alto aún al afirmar que el «derecho de circulación de las personas» es parte de la identidad misma de la Unión Europea. De hecho, varios Estados miembros de la Unión Europea se han puesto al margen de esa regla fundamental, iniciando así la desagregación del Estado supranacional.
Varios gobiernos han optado por convertir a los ciudadanos en enemigos. Al hacerlo, privan al Estado de su legitimidad ya que lo convierten en enemigo de la población.
En Francia, el prefecto de policía de París, Didier Lallement, declaró públicamente que los enfermos que hoy se encuentran en unidades de cuidados intensivos son personas que violaron las medidas de confinamiento.
En otras latitudes, el presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, ordenó inicialmente a la policía «tirar a matar» contra todo ciudadano que intentara violar las reglas de confinamiento, orden que luego modificó.
Si bien todos parecen conscientes del costo económico exorbitante de la política actual y de su impacto psicológicamente destructivo en las personas vulnerables, pocos tienen conciencia del precio político futuro.
Medidas de tipo placebo
Sin saber nada de la nueva enfermedad, las autoridades médicas y políticas aplican medidas que no pasan de ser simples placebos, para mantener alta la moral de sus conciudadanos.
En el siglo XVII, los médicos que luchaban contra la peste portaban una especie de traje confeccionado con lino, cuero o tejido encerado y una máscara con un pico alargado en el que ponían esencias de menta, de alcanfor u otras para purificar el aire que respiraban. El uso de esa indumentaria, inventada por el médico del rey de Francia, se extendió por toda Europa. Hoy en día, ante el coronavirus, el personal sanitario recurre al uso de trajes herméticos de plástico o de goma y de máscaras, tapabocas o nasobucos quirúrgicos. El uso de este último accesorio sanitario por parte de la población se inició en tiempos de la epidemia de gripe española, en 1918, en Japón e infundió cierta confianza a la población japonesa al equiparla con un accesorio similar al que usaban los cirujanos occidentales. El uso del nasobuco se extendió paulatinamente por Asia y ahora se expande mundialmente, incentivado por la epidemia de coronavirus.
En realidad, la eficacia de la indumentaria que usaban los médicos contra la peste nunca llegó a demostrarse, como tampoco se ha demostrado ahora la eficacia del uso masivo de máscaras quirúrgicas ante la actual epidemia de coronavirus. Pero al recomendar el uso de ese accesorio, las autoridades chinas, y posteriormente los dirigentes políticos de casi todo el mundo, proponen una “solución” para un problema que de hecho nadie puede resolver en este momento. Lo esencial no es prevenir y mucho menos curar, sino hacer ver que algo hacen.
Fuente:
Thierry Meyssan / Red Voltaire — Pánico y absurdo político ante la pandemia.