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Cómo salvarse del Covid-19 bajo un bombardeo atómico

Las autoridades estadounidenses tratan de hacer olvidar al público las terribles ‎consecuencias que tendría un bombardeo nuclear. ¿Cómo? Divulgando instrucciones ‎sobre lo que habría que hacer en esa situación… para protegerse del Covid-19. ‎Pero la realidad es que las radiaciones nucleares matarían en 2 semanas a todas las personas ‎presentes en el lugar del bombardeo atómico, contaminadas o no con el Covid-19.

 

Por Manlio Dinucci

La Agencia Federal para el Manejo de Urgencias (FEMA), dependiente del gobierno federal de ‎Estados Unidos, acaba de actualizar sus instrucciones a la población sobre el comportamiento ‎que se debe adoptar en caso de ataque nuclear [1] y esas nuevas instrucciones tienen en cuenta… el ‎Covid-19, las medidas de confinamiento provocadas por la epidemia y las normas a seguir para ‎protegerse del virus en caso de bombardeo atómico. ‎

Para estar preparado cuando se dé la alarma sobre un ataque nuclear inminente –explica la FEMA– ‎usted debe saber que «debido al Covid-19 numerosos lugares por donde usted pasa para ir a su ‎trabajo y regresar pueden estar cerrados o no tener horarios de apertura regulares». Así que ‎usted debe fijarse ante todo «en los mejores lugares donde guarecerse, que son los sótanos y los ‎pisos intermedios de los edificios». ‎

En esas instrucciones la FEMA pasa por alto los efectos reales –científicamente demostrados– ‎de una explosión nuclear. Aun suponiendo que las personas que tratan de escapar tuviesen la ‎suerte de encontrar un lugar donde poder ‎guarecerse no sometido al confinamiento por causa del Covid-19, la onda expansiva de la explosión atómica, capaz de desatar vientos de ‎‎800 kilómetros por hora, puede provocar el derrumbe o incluso la explosión de las edificaciones ‎más sólidas. Además, el impacto calorífico puede fundir o hacer estallar las estructuras ‎de concreto y hasta las personas que se encontraran en «los mejores lugares donde guarecerse» ‎acabarían muriendo carbonizadas, aplastadas y simplemente vaporizadas por el calor proyectado ‎por la explosión atómica. ‎

Los efectos destructivos de una bomba atómica de sólo 1 megatón (equivalente a la potencia ‎explosiva de 1 millón de toneladas de tritio) abarcan un radio de 14 kilómetros a partir del punto ‎donde se produce la explosión. Y si se trata de una bomba de 20 megatones, el radio de ‎destrucción sobrepasa los 60 kilómetros. ‎

Ante un efecto destructivo de tamañas proporciones, la FEMA quiere instruir a la gente sobre ‎cómo protegerse del Covid-19. Cuando comience el ataque nuclear, instruye la FEMA, ‎‎«infórmese con las autoridades locales sobre qué refugios públicos están abiertos, porque ‎es posible que hayan cambiado de emplazamiento por causa del Covid-19»; en el momento de la ‎evacuación, «para protegerse usted y su familia del Covid-19, lleve con usted 2 mascarillas ‎por persona y un gel hidroalcohólico para las manos de al menos 60% de alcohol»; dentro del ‎refugio «siga practicando el distanciamiento social, poniéndose su mascarilla y manteniendo una ‎distancia de al menos 6 pies (casi 2 metros) entre usted y las personas que no pertenecen a ‎su familia». ‎

En resumen, ese guión implica que, en medio de una alarma de ataque nuclear, los 330 millones ‎de estadounidenses, mantienen la calma, se informan sobre qué refugios están abiertos, ‎se preocupan ante todo por protegerse del Covid-19 apertrechándose con mascarillas y gel ‎hidroalcohólico y, al llegar al refugio, siguen manteniendo el distanciamiento social… lo cual ‎significa que en un refugio con capacidad para recibir 1 000 personas serían admitidas no más de 200 y ‎las demás… se quedarían afuera. ‎

Aun admitiendo que la gente siguiese esas instrucciones de la FEMA para protegerse del Covid-19, ‎de todas maneras las personas quedarían expuestas a las radiaciones nucleares después de la ‎explosión atómica, radiaciones que afectarían un área mucho más amplia que el área destruida ‎por la o las explosiones atómicas. Un número creciente de personas, aparentemente ‎no afectadas, comenzarían a presentar síntomas causados por las radiaciones nucleares. Como ‎no existe actualmente ningún tratamiento contra ellas, el resultado sería inevitablemente fatal. ‎

Cuando afectan el sistema nervioso, las radiaciones nucleares provocan intensos dolores de ‎cabeza y letargia, después la persona cae en estado de coma, acompañado de convulsiones y el ‎fallecimiento sobreviene en 48 horas. Si las radiaciones provocan un síndrome gastrointestinal, ‎la víctima sufre vómitos y diarrea hemorrágica, así como fiebre alta, y muere en una o ‎dos semanas. ‎

Pero la FEMA se preocupa también por el estado mental de las personas y anuncia: «la amenaza ‎de una explosión nuclear puede provocar un stress posterior en numerosas personas que ya hoy ‎sienten miedo y angustia a causa del Covid-19». Así que recomienda seguir las instrucciones ‎sobre la manera de «manejar el stress durante un evento traumático». La FEMA sugiere que, ‎en caso de ataque nuclear, los estadounidenses contarán con la asistencia de psicólogos que –‎mientras estallan las bombas nucleares– los enseñarían a manejar su stress convenciéndose de ‎que, gracias a la FEMA, han escapado al Covid-19.

 

Fuente:

Manlio Dinucci / Il Manifesto — Cómo salvarse del Covid-19 bajo un bombardeo atómico. Traducido al español por Red Voltaire a partir de la versión al francés de Marie-Ange Patrizio.

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