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Economía física larouchista: Sobre la canasta de bienes tangibles y el comercio sin moneda

En este trabajo publicado por EIRNS en el año 2000, Lyndon LaRouche propuso “remplazar el podrido sistema mundial”, a partir de la innovación desde estructuras de sistemas regionales asiáticos de cooperación económica. “Tales esfuerzos regionales, de combinarse, pudieren servir de ladrillos del nuevo sistema monetario y financiero mundial, una vez que, misericordiosamente, se declare al actual Fondo Monetario Internacional (FMI) en reorganización por quiebra, o que, sencillamente, se desintegre por sí mismo, a corto plazo… Semejante programa de reconstrucción mundial revivirá los mejores rasgos de cooperación económica entre los Estados Unidos y Europa occidental entre 1945 y 1965… Es decir, debemos concebir la economía en tanto economía física, en vez de poner el acento en los activos financieros nominales, y debemos verla como expresión del poder creciente del hombre en y sobre el universo que habitamos. Debe expresar también el reconocimiento del papel de las formas de cooperación basadas en los principios culturales de la cognición, en vez de la perversa noción hobbesiana del hombre, autodegradado a una criatura bestial gobernada por el placer y el dolor… Debe haber una nueva concepción, más rica y profunda, de las nociones de estrategia, tanto militar como en otros planos. La causa real de las guerras en la historia de la civilización europea moderna, no ha sido otra cosa que la lucha de las oligarquías modernas por subyugarse unas a otras o, más generalmente, por mantener las poblaciones en estado de virtual ganado humano, o devolverlas, como pretenden los actuales ideólogos de la Sociedad Mont Pelerin, a la condición política y social de un hato de ganado… Hoy el principal peligro que enfrenta la civilización es el de esa misma oligarquía financiera internacional, con eje en Londres, que ha adoptado el creciente coro de lambiscones de la Mont Pelerin y su dogma del ‘libre comercio’ como instrumento para destruir la existencia del Estado nacional soberano, reduciendo tanto la escala como la esperanza de vida de la mayor parte de la población humana, cuyos sobrevivientes quedarían reducidos a la condición de ganado humanoide.”

 

Por Lyndon LaRouche Jr.

Salvo los habituales bribones y analfabetas en economía, círculos influyentes de buena parte del mundo informan con vacilaciones cada vez menores que el podrido sistema monetario y financiero mundial está condenado a reventar pronto en una reacción en cadena. Entre los círculos pertinentes de todo el mundo, salvo los Estados Unidos, una de las preguntas cada vez más frecuentes y notables es cómo y exactamente con qué remplazar al actual sistema mundial.

En consecuencia, en Asia del este y del sur se vienen dando más y más pasos sólidos en busca de un reemplazo, tendencia que está en marcha desde que Malasia, bajo la dirección del primer ministro Mahathir bin Mohamad, ha persistido en el uso, a todas luces exitoso, del control de cambios y capitales. Las semanas recientes de acciones tercas, desesperadas y provocadoras de Larry Summers, secretario de Hacienda de los Estados Unidos, y de Alan Greenspan, presidente perenne de la Reserva Federal, han incitado discusiones
semejantes fuera de Asia. Estos pasos se encaminan más y más al surgimiento de sistemas regionales de cooperación económica. Tales esfuerzos regionales, de combinarse, pudieren servir de ladrillos del nuevo sistema monetario y financiero mundial, una vez que, misericordiosamente, se declare al actual Fondo Monetario Internacional (FMI) en reorganización por quiebra, o que, sencillamente, se desintegre por sí mismo, a corto plazo.

Entre los que estudian la posibilidad de alternativas regionales al FMI, que está a punto de irse a pique, algunos economistas importantes han propuesto que el precedente del papel que tuvo el dólar estadounidense de 1945-1966, basado en reservas de oro, en la creación de un sistema de tipos de cambio fijos pudiere superarse ahora con un nuevo sistema de tipos de cambio más o menos fijos basado en “canastas de monedas”, regionales o de otro tipo, en vez del antiguo dólar basado en reservas de oro. Las proposiciones de ese tipo que reciben más publicidad hoy día son las provenientes del grupo de naciones de Asia llamado “ASEAN más tres”, así como de importantes círculos de Europa continental occidental. Discusiones semejantes están en marcha entre los países de la Organización de la Conferencia Islámica.

En algunos círculos europeos importantes, la atención se ha dirigido tanto a los derechos especiales de giro (DEG) del FMI como al plan del Sistema Monetario Europeo (SME) que emprendieran conjuntamente el presidente Valery Giscard d’Estaing, de Francia, y el canciller Helmut Schmidt, de Alemania, a fines de los setentas. Es útil comparar esos y otros planes similares con mi propia proposición de mediados de los setentas, de crear un Banco de Desarrollo Internacional (BDI), que atrajo la vigorosa atención antagónica de Henry A. Kissinger, en una época secretario de Estado de los Estados Unidos, y de círculos concomitantes.

En los círculos pertinentes de Europa, así como de otras partes, hay acuerdo, en general, en que lo que hicieron los Estados Unidos del presidente Franklin Roosevelt para organizar el sistema monetario posterior a la Segunda Guerra Mundial funcionó muy bien, sobre todo para beneficio de los Estados Unidos y Europa occidental. Este sistema prosperó hasta las secuelas de ese año aciago, 1963, en que el canciller alemán Konrad Adenauer fue forzado a renunciar, el presidente de los Estados Unidos, Jonh F. Kennedy, fue asesinado, y el presidente de Francia, Charles De Gaulle siguió sufriendo la presión corrosiva de las amenazas de asesinato y otros ataques, que persistieron en el tumultuoso cambio de paradig ma cultural y económico de 1967-1969 (1).

Sin embargo, entre los que reconocen la urgencia de volver a los principios de los acuerdos monetarios internacionales anteriores a
1971, con tipos de cambio fijos, se subraya también que, comparado con las prestigiosas moneda y economía estadounidenses que aún existían cuando vivía el presidente Kennedy, el dólar estadounidense del año 2000 está en andrajos. Además, hay el temor de que, con un nuevo gobierno de Bush en los Estados Unidos, o con la alternativa, por ahora improbable, de Gore, el valor del dólar se hunda rápidamente a profundidades incalculables. Aparte de estas consideraciones, como observan círculos pertinentes de Europa y Asia, la fuente que con terquedad más conspicua se resiste al restablecimiento de un sistema de tipos de cambio fijos son los propios Estados Unidos. Por esta y otras razones, se ha puesto a discusión que el nuevo sistema monetario y comercial que se necesita use una canasta de monedas para remplazar el papel que tuvo en 1945-1965 el dólar estadounidense, respaldado en reservas de oro.

Concuerdo con que el modelo de los derechos especiales de giro pudiere ser uno de los rasgos importantes de las medidas de recuperación económica necesarias; pero no comparto, aunque me parece entendible, la sugerencia de que una canasta de monedas pudiere ser un elemento venturoso de la reforma urgente. En vez de la canasta de monedas que se sugiere, propongo el siguiente método de dos fases para instaurar el nuevo sistema monetario y comercial mundial que se necesita con tipos de cambio fijos.

Propongo que estructuremos la discusión de estos asuntos en la forma siguiente. Acordemos que, en este momento, la agenda de las reformas propuestas se organice implícitamente en tomo a la noción de que es probable que la escapatoria segura de los desastres financieros y monetarios mundiales hoy en marcha ocurra solamente en dos fases sucesivas distin tas, aunque empalmadas.

Sirva esto para subrayar que, desde el trágico disparate que adoptara el gobierno de los Estados Unidos para la conferencia monetaria de Washington de octubre de 1998, dicho gobierno no sólo abandonó sus opciones anteriores para encabezar una reforma monetaria generalizada, sino que se ha puesto a promover, con la mayor terquedad, una espiral hiperinflacionaria financiera mundial, que a últimas fechas se ha tornado análoga a la que llevó a la hiperinflación de los precios de las mercancías de la Alemania de Weimar en marzo noviembre de 1923.2 La necedad continua de la política monetaria y orientaciones conexas de los Estados Unidos, a partir de las sesiones de la conferencia de Washington de octubre de 1998, agravada por la conducción y el resultado catastrófico de la reciente guerra de la OTAN contra Yugoslavia, ha arruinado mucho de la capacidad diplomática que tenían los Estados Unidos antes de octubre de 1998 para desempeñar un papel dirigente constructivo en la reforma monetaria mundial. Así que, en vista del grado monstruoso de degeneración tanto de la credibilidad como de la formulación de la política de los Estados Unidos desde octubre de 1998, la reforma
viable, si es que se va a hacer, casi seguramente tendría lugar
en dos fases sucesivas regionales y mundiales.

La primera fase se ilustra en la reanimación que hay, en las discusiones entre representantes de la asociación ASEAN Más Tres, de la propuesta de 1997 de E. Sakakibara, de Japón, de crear un Fondo Monetario Asiático. Su institución sería no sólo una medida de defensa contra la guerra financiera de los fondos de apuestas financieras y especuladores afines; iría también a promover medidas urgentes para fomentar el comercio de mercancías tangibles y las mejoras de capital a largo plazo entre las naciones asiáticas. En la primera fase, pudiéramos prever que en varias regiones del planeta surjan agrupaciones regionales de perspectiva semejante, un tanto empalmadas, y que cooperen entre sí.

La segunda fase sería el restablecimiento de una organización monetaria efectivamente mundial para sustituir al ya quebrado sistema del FMI, lo cual incluiría la vuelta a los tipos de cambio fijos. Esta segunda fase sería un nuevo sistema monetario, levantado a iniciativa, entre otros, de los grupos regionales de las naciones participantes.

Por lo tanto, examinemos la cuestión de la “canasta de monedas” a la luz del hecho de que abordar la reforma en dos fases es, de momento, la única perspectiva visible, si es que todavía le queda al mundo cualquier perspectiva favorable para las décadas venideras.

El problema así definido es el siguiente.

Mientras exista el sistema del FMI, y sus atributos anexos existan en su forma presente, el intento de usar una “canasta de monedas” como una especie de sustituto del papel que tuvo el dólar estadounidense en 1945-1963, no es un remedio, sino una trampa. Pero el mundo no puede esperar hasta que haya una reforma monetaria general para tomar ciertas medidas prácticas urgentes para defenderse de los peores efectos de la catástrofe .financiera y monetaria mundial que se nos viene encima. Por eso, en esta fase, se ha vuelto esencial instituir medidas preliminares que operen enteramente al margen de la supervisión u otro control de parte del sistema monetario “globalizado” que hoy se precipita a la ruina.

Por eso, hoy en día, necesitamos ver la reforma monetaria como un proceso de dos fases. La primera fase es el surgimiento de bloques regionales que operen ya sea al margen del sistema existente del FMI o en paralelo con él. La segunda fase será el papel decisivo de dichos bloques regionales para constituir el remplazo del sistema del FMI, que ya está irremediablemente quebrado. Mientras tanto, las medidas que tomen los bloques regionales deben eludir escrupulosamente los efectos ruinosos que resultarían sin falta si dichas medidas se enredaren sistémicamente con el ya condenado sistema del FMI. Una persona prudente no se queda en su camarote del Titanic cuando ya se está hundiendo. La transición debe basarse en valores económicos que existen independientemente del presente sistema del FMI y que sin duda pueden sobrevivir el fin de éste.

 

¿Qué hay en esa canasta?

Para evaluar cualquier canasta de monedas que se escoja, preguntémonos: “¿Cuánto vale en verdad cualquiera de estas monedas?” Una respuesta elaborada escrupulosamente sería: “Cualquier combinación de estas monedas sería una inversión más o menos tan sólida como el Reichsmark alemán a principios de julio de 1923”. En pocas palabras, todo el sistema monetario y financiero mundial actual está atrapado en un ritmo acelerado de hiperinflación financiera y monetaria en activos financieros nominales; es un sistema atrapado actualmente en un estado límite crítico. Estamos al borde de la desintegración del sistema mundial actual, incluidas la mayoría de las monedas principales, con excepción tal vez de la de China y unas cuantas más.

Todas las medidas prudentes se deben diseñar para impedir que el crédito de los gobiernos nacionales se vea arrastrado al pantano en el que el sistema actual quedará sin duda enterrado. En pocas palabras, el consejo apropiado es: “No le echen dinero bueno al malo”.

Todas las decisiones económicas sólidas tienen que partir de los hechos decisivos que prueban que las instituciones financieras y monetarias reinantes están tan profunda y desesperadamente en quiebra que la economía mundial no puede salvarse sin eliminar de la cuenta de los activos financieros, vastamente hiperinflada, el equivalente a varios cientos de billones de dólares estadounidenses actuales. Es decir, los títulos financieros se deben alinear implícitamente con el nivel mundial presente de una valuación estimada en bienes tangibles del total de los productos internos de las naciones del mundo. Sin esa reducción drástica de los títulos financieros nominales, no será posible que la economía se recupere de la inminente depresión mundial, enorme y profundísima. De las cuentas del mundo se tendrán que eliminar activos financieros nominales por el equivalente de hasta 400 billones de dólares, o se tendrán que reducir, en reorganización por quiebra, a una mera fracción de su valuación nominal actual en bienes tangibles.

Los títulos que aparecen en formas tales como contratos financieros derivados, sobre todo derivados de venta libre al público, sencilla y categóricamente se deben borrar de los libros. De modo semejante se deben tratar los títulos ligados a “bonos chatarra” y caprichos especulativos semejantes. Mucho de la deuda internacional creada no por compras reales, sino por artificios de contabilidad y por los mecanismos administrativos de un sistema monetario de tipos de cambio flotantes, simplemente se deben condonar. Deberá rebajarse en grande el inflado valor financiero de los bienes raíces y cosas parecidas. Aun muchas deudas legítimas, entre ellas las que realmente han contraido gobiernos soberanos, se deberán reorganizar o reprogramar. En general, la masa total de los títulos financieros se deberá reducir de forma tal que la suma de los pagos del servicio de la deuda sean congruentes con la vuelta a la política de crecimiento económico que prevaleció en Europa occidental y América entre 1945 y 1965.

Lo que debe gobernar sobre todo esa reorganización financiera y monetaria es la preocupación por reanudar y mantener magnitudes de empleo, consumo y producción (sobre todo en los renglones de bienes tangibles de producción y consumo), así como un ritmo de crecimiento neto per cápita y por kilómetro cuadrado en la infraestructura y otros bienes tangibles, congruentes con lo que fueron lo que eran las metas convergentes de la política de los gobiernos de los Estados Unidos, Francia y Alemania durante los regímenes respectivos de John F. Kennedy, Charles De Gaulle y Konrad Adenauer. En otras palabras, la necesaria reorganización del quebrado sistema financiero y monetario internacional actual deberá traducirse en una reforma estructural de la composición de los renglones de empleo, inversión y flujos crediticios, para volver a objetivos y normas que no sean incongruentes con los objetivos concretos de esos gobiernos.

Estas medidas, drásticas y repentinas en apariencia, no son meras opciones políticas. Son ya un requisito para que se pueda continuar algo que merezca llamarse “vida civilizada moderna”.

A quienes aún no reflexionan en los hechos pertinentes, les parecerá extravagante la advertencia de que, sin esas medidas de reorganización financiera y monetaria en apariencia drásticas, sin imprimirle un giro de 180 grados a las tendencias que prevalecen cada vez más en la inversión y producción de bienes tangibles, el planeta se hundirá muy pronto en una era de tinieblas mundial, en condiciones como las de la zona africana al sur del Sahara, en las que es probable que, en unas décadas, la población mundial caiga muy por debajo de mil millones de individuos. Para todos los gobiernos inteligentes y otras entidades pertinentes, el informe alarmante, pero nada exagerado, de la tremenda amenaza que representan para todas las naciones las enfermedades infecciosas mundiales y regionales, tiene que ser un indicador del enfermizo estado actual de la economía mundial en su conjunto.

Ninguno de los especialistas calificados que han estudiado las causas físicas y otras causas inmediatas de los cambios de la densidad relativa potencial de población (y la esperanza de vida) de Europa y América más o menos desde 1500 después de Cristo, considerará extravagante esta advertencia. Si consideramos el desarrollo acumulado de la infraestructura y la tecnología productiva desde la era de tinieblas de mediados del siglo 14, debemos reconocer que las tendencias de la formulación de la política bajo el sistema del FMI desde mediados de los sesentas le han dado marcha atrás a la tendencia sostenida al aumento neto de la población que se había obtenido antes de 1966-1971 y que dominó largos trechos de la civilización europea por varios siglos. Sin darle marcha atrás tajantemente al descenso acelerado de la inversión en tecnología, descenso que, con repercusiones demográficas, ha predominado bajo el sistema del FMI desde mediados de los sesentas, hemos llegado ya al borde de una catástrofe demográfica mundial.

Semejante catástrofe puede evitarse, todavía a estas alturas, si las naciones principales del mundo concertaren medidas que, en efecto, lleven las relaciones económicas del mundo a formas de cooperación semejantes a las que compartieron los Estados Unidos y Europa occidental, después de la guerra, de 1945 a 1965. Bastaría volver a normas prácticas comparables a las que seguimos bastante bien en los Estados Unidos y Europa occidental continental, aunque con altibajos, en esos añ.os de la posguerra. Hoy en día, debemos añ.adir la advertencia de que esa cooperación se base en una verdadera alianza, esencialmente mundial, con las naciones que han sido hasta ahora víctimas constantes del legado del colonialismo, incluidas las prácticas neocoloniales inherentes en la actualidad a la práctica común del sistema del FMI, ya en bancarrota.

Si la participación de una importante nación exportadora de tecnología -el Japón- en el proceso de la ASEAN Más Tres, se extiende de hecho a una cooperación más general por toda Eurasia, ello representa, al menos de modo aproximado, una base económica “con todos los ingredientes” para obtener tasas elevadas de aumento en la productividad per cápita del trabajo, definida físicamente, entre todos los socios de semejante acuerdo. Y o espero que, a pesar de las cualidades ciertamente lamentables de ciertas preferencias predominantes en la actualidad en cuanto a precandidatos presidenciales estadounidenses, en 2001 pueda surgir un gobierno cuerdo del turbulento y por la mayor parte repulsivo proceso político que tiene lugar en estos momentos, un gobierno dispuesto a cooperar en un arreglo mundial del tipo que implican las aspiraciones del grupo de la ASEAN Más Tres.

Para llegar oportunamente a ese punto, son indispensables ciertos pasos preliminares. Para ubicar las medidas necesarias, debemos tener en cuenta ciertas enseñanzas importantes de antes de que cayéramos en el ruinoso sistema de “tipos de cambio flotantes” del FMI, ya en quiebra. Debemos apartarnos de los desastrosos cambios de orientación de los últimos treinta años y pico, y darle preferencia a las enseñanzas de la experiencia exitosa de 1945-1966.

Estamos en una situación en la que aun muchas de las monedas principales del mundo tendrán que o ser simplemente eliminadas de las cuentas o sometidas a reorganización por quiebra bajo autoridad de un nuevo sistema mundial. En esta transición, muchas monedas ahora importantes habrán de ser reorganizadas sistémicamente o remplazadas con monedas de nuevo cuño y mecanismos crediticios concomitantes. Estas monedas pueden reorganizarse o crearse, así, solamente dándole marcha atrás a las tendencias recientes a la “globalización”, invocando la autoridad para generar crédito propia del Estado nacional perfectamente soberano.

Se debe entender que dicha reorganización no es una proposición inconcebiblemente radical, como afirman algunos histéricos monetaristas fanáticos. Como lo he dicho, o lo hacemos racionalmente y de buena gana, o los frentes de choque del caos financiero, económico, político y social que arremete actualmente lo harán muy pronto en nuestro lugar, queramos o no.

Nos hemos visto en situaciones semejantes en el curso del recién concluido siglo 20; la presente crisis financiera y monetaria mundial es más profunda, más amplia y más grande que cualquiera que se haya visto en el siglo 20. También, como en algunos precedentes pertinentes del siglo 20, nos veremos obligados a eliminar de las cuentas a las monedas en quiebra, y a remplazarlas creando nuevas monedas, a las cuales ha de dar nacimiento el poder soberano de los gobiernos de los Estados nacionales.

Cierto, en estos momentos hay resistencia histérica a semejante reforma. Puede verse entre círculos políticamente poderosos de intereses oligárquicos financieros, que encarnan hoy día el mismo punto de vista sobre este asunto que los angloamericanos, entre otros, que respondieron al estallido de la Gran Depresión de los treintas uniendo fuerzas para llevar al poder a Adolfo Hitler y consolidarlo en 1933-1934. Lo significativo de este aspecto se ve más claro cuando se contrasta la reforma que en 1931 resolvió proponer la Sociedad Federico Schiller de Alemania con la política de círculos de representantes de los intereses oligárquicos financieros como Montagu Norman, de la Gran Bretaña, su instrumento Hjalmar Schacht, Brown Brothers de Nueva York, Harriman yvonPapen.

En nuestros días, esta clase de opositores monetaristas a las reformas indispensables, equivalentes modernos de los Norman y Schacht de los veintes y treintas, está representada en lo principal y con exactitud por los círculos de la Sociedad Mont Pelerin y por cómplices suyos como la ex primera ministra británica Margaret Thatcher, la Heritage Foundation, de los Estados Unidos, y los fanáticos “librecambistas” radicales del Congreso de los Estados Unidos. Si estas fuerzas favorables a la oligarquía financiera -ejemplificadas en los Estados Unidos por Larry Summers, Alan Greenspan y los seguidores del encuestador “Dick” Morris- se imponen, el mundo verá pronto regímenes y condiciones peores que los que sufrió Europa bajo el reinado de Adolfo Hitler. En esto radica, precisamente, el peligro inmediato para toda la civilización, expresado en los Estados Unidos en las precandidaturas presidenciales del gobernador George W. Bush y el vicepresidente Al Gore.

En estas circunstancias, la gente que define el rumbo de los gobiernos debiera estudiar con mayor cuidado los principios más profundos que explican el buen éxito que por unos veinte años, 1945-1965, tuvo el sistema de tipos de cambios fijos de Bretton Woods, sobre todo en las relaciones entre los Estados Unidos, Europa occidental y Japón. A este respecto, hay que prestar también atención al hecho de que el modo en que se puso en operación el sistema, después de la muerte más que inoportuna del presidente [Franklin D.] Roosevelt, fue muy inferior a lo que hubiera resultado, tanto en lo moral como en lo económico, si el gobierno de Truman que lo sucedió no hubiera hecho a un lado significativamente las intenciones de Roosevelt. En la medida en que las intenciones de Roosevelt se siguieron de verdad, se obtuvieron grandes beneficios para los Estados Unidos y Europa occidental, por lo menos hasta mediados de los sesentas. Con esos antecedentes, la cuestión que hay qye abordar ahora es cuáles son los rasgos exitosos decisivos de ese sistema de tipos de cambio fijos que son plenamente aplicables, por principio, a las condiciones actuales del mundo, sumamente diferentes.

Vista por encima, la respuesta parece más bien sencilla y, por lo mismo, los organismos políticos dirigentes racionales la adoptan y apoyan sin dificultad. Sin embargo, como lo indicaré aquí, el buen éxito de tales remedios exige la participación importante de expertos que entiendan también ciertas sutilezas más profundas del asunto. Explicaré las distinciones y sus implicaciones.

 

La canasta de bienes

En verdad, el vigor del sistema de Bretton W oods de 1945-1965 reside en el hecho de que el patrón de medida del valor fue, de hecho, una canasta de mercancías tangibles. La fortaleza del dólar estadounidense como moneda de reserva se basó en la seguridad de que las obligaciones corrientes contra el dólar estadounidense se cubrirían con una combinación de superávit comercial y lingotes de oro con un precio fijo estándar para el oro de reserva monetaria. El sistema de reservas de oro funcionó porque se lo defendió con medidas proteccionistas y otras regulaciones, tanto internacionales como en el seno de cada nación. La fortaleza física de la economía estadounidense, fortaleza medida por el ritmo de crecimiento de la productividad física per cápita y por kilómetro cuadrado, fortaleza expresada en períodos de rápido aumento de la formación del capital en forma de bienes tangibles, fue decisiva para el modo en que la economía estadounidense se desempeñó en las primeras dos décadas del sistema monetario de posguerra. Esta fortaleza física, apareada con las necesidades de la Europa asolada por la guerra, urgida de productos agrícolas y máquinas herramienta de los Estados Unidos, le permitió al crédito estadounidense estimular un ritmo de crecimiento de la productividad física per cápita en Europa occidental del cual ésta obtuvo los medios para cubrir sus obligaciones con los Estados Unidos.

De hecho, con las medidas de recuperación del presidente Franklin Roosevelt en los treintas y con el sistema de Bretton Woods de 1945-1965, los Estados Unidos aplicaron el mismo tipo de medidas de crecimiento económico que propuso el doctor Lautenbach en la reunión de 1931 de la Sociedad Federico Llst: extender crédito para levantar la capacidad productiva de sus clientes y, así, durante 1945-1965, enriquecer a la creciente economía estadounidense dándole a Europa la capacidad de pagar el crédito que se le otorgaba. Así pues, la proposición del doctor Lautenbach no sólo era congruente con las medidas que se tomaron efectivamente en los Estados Unidos con el presidente Franklin Roosevelt, legado de éste que informó las relaciones de la posguerra, de 1945 a 1965, entre los Estados Unidos y Europa occidental; lo que hay que subrayar es que las medidas tanto de Roosevelt como de Lautenbach se basaban explícitamente en lo que el secretario de Hacienda de los Estados Unidos Alexander Hamilton definiera ante el Congreso como el sistema americano de economía política, contrario a Adam Smith, la misma orientación que representaron los destacados economistas del siglo 19 Federico List y Henry C. Carey, y que la Sociedad Federico List representaba en Alemania en la época en que el doctor Lautenbach ofreció su plan.

Es ésta, en lo esencial, la misma idea que expresan Japón y otros proponentes actuales de un sistema de cooperación en Asia de la ASEAN Más Tres. Los sectores de la economía internacional que tienen la capacidad de proveerle a las naciones los medios para aumentar su productividad laboral recibirán su pago -según los acuerdos apropiados de financiamiento a mediano y largo plazo- del aumento de la productiva per cápita del trabajo que resulte del empleo de la tecnología importada correspondiente.

Tal era lo que se proponía el presidente Franklin Roosevelt con la ayuda que los Estados Unidos le dieran en la posguerra a las naciones y pueblos que él quería que fuesen librados de los sistemas y legados coloniales de Portugal, los Países Bajos, la monarquía británica y Francia. Roosevelt detalló el desarrollo de la infraestructura en Africa como un modelo de esta política. Dicho plan, como lo intentaba Roosevelt, debió haber sido la base de nuevas formas de cooperación entre los sectores de la economía mundial que tienen la capacidad de surtir tecnología avanzada, y las regiones menos desarrolladas. Esta orientación programática fija la misión que debe orientar el nuevo sistema monetario mundial de tipos de cambio fijos.

Hay que subrayar a estas alturas un requisito del sistema de tipos de cambio fijos. Si la tasa de descuento del crédito que se extienda internacionalmente a mediano y largo plazo excede el límite de 1 ó 2 por ciento de interés simple anual, no es posible, en general, tener ritmos rápidos de formación de capital en bienes tangibles, y sobre todo no es posible en las naciones en desarrollo como unidades. Si se permite que los valores de las monedas fluctúen por presiones de centros oligárquicos financieros como Londres, el costo general de los empréstitos en el mercado libre subirá sin falta y tenderá a reflejarse, hasta axiomáticamente, en requisitos de pago de interés compuesto, en vez del mero interés simple. De hecho, la existencia misma de un sistema de patrón oro, como el que mantuvo Londres en todo el mundo hasta 1931, o de un sistema de tipos de cambio flotantes, como el que puso en movimiento el decreto del presidente Richard Nixon de agosto de 1971, presagia una catástrofe más o menos inmediata para las llamadas naciones en desarrollo y la ruina en última instancia para las demás.(3)

En la situación presente, en que la valuación que se le atribuye a todas y cada una de las monedas de Europa y América, entre otras, está cada vez más en duda, ¿qué encarna esa clase de valor duradero en el que pueda basarse racionalmente la formación de capital en bienes tangibles a mediano y largo plaw? En las célebres palabras del Hamlet de Shak:espeare: “Ser o no ser: he ahí el dilema”. Cuando se demuestra del modo más palmario que las formas duraderas de valores económicos no se pueden inferir de una cantidad de dinero, ¿dónde reside una valuación medible de la actividad económica?

Volvemos al asunto de la “canasta de bienes”. Con “canasta de bienes” me refiero a la noción que subyace implícitamente en el éxito relativo del sistema monetario de tipos de cambio fijos de 1945-1965. Me refiero al modo en que el Informe sobre las manufacturas de Alexander Hamilton definió lo que vino a llamarse en todo el mundo el sistema americano de economía política. Así como el buen éxito del sistema trasatlántico de 1945-1965 se basó en el crecimiento económico físico coordinado de las economías nacionales de los Estados Unidos y Europa occidental, Hamilton, apoyándose, por medio de Vattel, en la obra de Godofredo Leibniz, basó la política económica de los Estados Unidos en el crecimiento en común de las industrias urbanas y el campo.(4)

En pocas palabras, la economía sólida basa sus mediciones del desempeño en ritmos de crecimiento, medidos en unidades físicas per cápita y por kilómetro cuadrado, no en los precios nominales (por ejemplo, financieros) que se le anexen a una lista de bienes producidos.

Así, en una situación en la que el contenido de bienes tengibles entre las monedas es fluctuante, nos queda la opción de construir una unidad sintética de cuenta basada en cierta canasta acordada de bienes tangibles. De ahí en adelante, cuando las monedas fluctúen, será a éstas, no a los bienes, a las que se les darán implícitamente valores ajustados, basados en la canasta de bienes usada para definir la unidad. Dicha unidad sintética pudiere servir de sistema de cuenta de un mecanismo internacional de crédito, digamos, en ese sentido, como base para crear una especie de sucesor de los derechos especiales de giro.

De modo que, en los préstamos a mediano y largo plazo para inversiones en capital físico, las monedas del caso se valúan usando como patrón la canasta de bienes. El préstamo se hace en estas unidades, no en precios monetarios; sin embargo, al exportador se le acredita la cantidad correspondiente de unidades sintéticas en el momento en que se entrega el producto, y el pago del préstamo se determina por el precio que la moneda del caso tenga en esas unidades en el momento en que se venza ese pago específico.

De hecho, se emplea así un sistema semejante al trueque, de préstamo de productos físicos a mediano y largo plazo, para tener algo cercano al sistema de “reservas de oro más mercancías exportadas” que operó en las relaciones trasatlánticas en el período 1945-1965 de un sistema de tipo de cambio fijos.

Tal es el meollo del asunto.

Veamos ahora más detenidamente el uso provisional de semejante unidad sintética de cuenta comercial. Veamos el modo en que se ha de diseñar y utilizar semejante unidad.

Le resultará obvio al lector que lo que diremos sobre esta unidad supone una serie de aproximaciones sucesivas a los valores exactos deseados; pero no hay por qué creer que eso es causa de objeciones razonables. La verdad es que, en contra de las supersticiones estilo Laputa que difunden ciertos místicos académicos entre sus crédulos alumnos de las universidades de Harvard, Chicago, etc, todos los precios y demás valores que se fijan en la práctica económica cotidiana nunca se acercan a la realidad más que para servir de aproximaciones razonables; el mítico “precio justo” sólo existe en la mente de personas engañadas. En contra de utilitaristas como Jeremías Bentham, no hay ningún valor al cual los precios de las mercancías tenderán a converger asintóticamente en un estado de “caída libre”. No hay números fortuitos en los procesos económicos reales, sino sólo los charlatanes de costumbre que enseñan un dogma de números fortuitos.

El margen de error en que se puede incurrir al adoptar un valor estimado tal como una canasta estándar de bienes se tiene que entender como una decisión razonable que se hace, de hecho, apoyándose en la administración inteligente de las relaciones por parte de una entidad calificada, así como en un entendimiento enraizado en la buena fe entre las partes del acuerdo.

 

La práctica y la teoría

La clave para establecer una unidad de cuenta razonablemente determinada para una canasta de bienes es rechazar, desde el comienzo, el supuesto reduccionista del insumo-producto de, por ejemplo, Piero Sraffa, de la Gran Bretaña, según el cual el consumo puede representarse como un proceso de producción de mercancías por mercancías. Debemos examinar el modo en que la combinación de las canastas de infraestructura económica (digamos, obras públicas), consumo hogareño y formas de inversión tangibles, técnicamente progresistas, con uso cada vez más intenso de capital, en bienes de capital para la producción y la distribución física, aumenta la productividad del trabajo, medible en producción física per cápita y por kilómetro cuadrado. Ese factor del ritmo de crecimiento, expresado en bienes tangibles, es el que define la noción apropiada de valor económico asignable.

Todo eso está bien; pero hay un problemita. En ciertos renglones, esas mediciones de tasas de crecimiento son más o menos obvias; pero hay aquí una sutileza que ha menudo se pasa por alto, lo cual puede tener graves consecuencias. Revisemos las mediciones más obvias y, luego, lo que le pudiera parecer a algunos las endiabladas sutilezas.

El cálculo esencial a intentar en cualquier plan racional de estudios económicos es lo que debemos llamar propiamente la densidad relativa potencial de población de la economía nacional en su conjunto. La medición a derivar de esta norma es una medición del ritmo de aumento o reducción de esa densidad potencial. Esa medición define lo que se debe entender que expresa una noción subyacente de crecimiento económico. Esto incluye los pasos siguientes.

El estudio competente de los procesos económicos no empieza con la producción de mercancías, sino, más bien, con la producción de personas. Es decir, con el desarrollo de los niños para que lleguen a ser, decenios después, miembros adultos útiles de la economía en su conjunto. En verdad, ahí reside la raíz natural de la formación de capital.

Para estructurar los cálculos, tenemos que definir el tamaño mínimo de la unidad familiar típica y sus índices de natalidad y mortalidad. Lo hacemos para estimar qué se necesita para satisfacer las normas de crecimiento y bienestar autosostenido de la población en su conjunto. Se define un nivel de tecnología -por ejemplo, un conjunto de tecnologías- que le permitan a esa población generar un correspondiente ritmo neto de crecimiento económico físico. Definimos la relación entre la fuerza de trabajo adulta y la población total como una fuerza de trabajo organizada en familias, es decir, organizada del modo en que las formas viables de hogares producen el desarrollo emocional e intelectual de desearse en el miembro adulto útil de la sociedad. Esto establece la norma general para fines de comparación.

(Las condiciones límite que habían protegido a la economía estadounidense fueron devastadas por Jimmy Carter, fanático de las medidas de austeridad fiscal, y Richard Nixon, mal hadado títere de la Sociedad Mont Pelerin.)

Se definen entonces las características estructurales correspondientes de la división del trabajo en la sociedad en su conjunto. El primer objetivo es calcular las canastas de consumo familiar, desarrollo de la infraestructura (por ejemplo, obras públicas), producción industrial y producción agrícola, y medirlas tanto per cápita como por kilómetro cuadrado del territorio total de la economía nacional. Esto define conjuntos de “canastas” de bienes, incluidos los servicios económicos profesionales (como salud, educación, ciencia) que requiere cada uno de estos renglones generales de canastas. Estos renglones de consumo, más desperdicio, se comparan con la producción total de la economía, medida en la misma forma. De ahí salen las comparaciones obvias de ritmos de aumento: mejor, menor o estancado.

Así, aplicando un precio determinado sintéticamente al ingreso de un hogar medido per cápita de la fuerza de trabajo, así como por unidad de superficie, tenemos un método conveniente y razonablemente confiable para calcular valores monetarios. Añadiéndole a los costos así determinados la energía libre real generada por la producción, podemos calcular tanto la producción total de la economía como el ritmo de crecimiento correspondiente. En la medida en que este ritmo estimado de crecimiento coincida con un ritmo correspondiente de aumento de la densidad relativa potencial de población, el cálculo del ritmo de crecimiento es lo bastante sólido para fines de contabilidad y otras funciones administrativas relativas a la economía en general.

Es notable que, en una economía racional, los precios no los fija el libre comercio anárquico, sino las condiciones límite humanas impuestas al proceso económico en su totalidad. Estos límites, por su naturaleza, deben fijarlos, en lo principal, los gobiernos.

Ejemplo típico de esas condiciones límite son las llamadas medidas “proteccionistas”, como las regulaciones de la economía que se suprimieron por influencia de la Sociedad Mont Pelerin o fanáticos semejantes, sobre todo desde que tomó posesión, en enero de 1969, el malhadado presidente Richard Nixon, seguidor crédulo de la Sociedad Mont Pelerin. Todavía más salvajemente se atacó a esos límites protectores bajo el reinado del presidente Jimmy Carter ( 1977-1981 ), ese fanático del libre comercio y la austeridad fiscal que, con apropiada ironía histórica, inició el endeudamiento crónico del gobierno de los Estados Unidos, que desde entonces ha atormentado a la nación (gráfica 2). De modo semejante, la reducción de la porción del ingreso nacional que recibe el 80 por ciento de la población con menores ingresos familiares desde que Jimmy Carter llegó a la Presidencia, en 1977, revela el deterioro de las condiciones de vida de la población estadounidense, lo cual refleja el saqueo caníbal de las mejoras anteriores de la capacidad productiva, así la correspondiente reducción general de la productividad física per cápita de la fuerza de trabajo en su conjunto.

Si bien nada más a corto y mediano plazo, las medidas proteccionistas sí tienden a aumentar los precios, efecto por el que los monetaristas rabiosos no dejan de lloriquear. (A mediano y largo plazo, el elevado ritmo de aumento de la productividad, posibilitado por el elevado ritmo de formación de capital físico, produce una disminución prolongada de los precios de productos particulares, a la vez que hay un mejoramiento general de la calidad de esos productos.) De manera que ese aumento de precios se puede considerar un aumento por encima del nivel del llamado “libre comercio” al del “comercio justo”.

Las medidas proteccionistas regulatorias producen dos beneficios indispensables en cualquier economía cuyo gobierno es lo suficientemente sensato para imponerlas. Primero, dan protección directa o indirecta a los ingresos y, por tanto, a la productividad potencial expresada por las familias de los trabajadores; esto, junto con medidas fiscales racionales, le asegura al gobierno y al sector privado los recursos para mantener la densidad relativa potencial de población deseada. Segundo, con ello, los gobiernos crean el mercado para las inversiones públicas y privadas de capital a mediano y largo plazo de las que depende el mejoramiento de la densidad relativa potencial de población.

La promoción del bienestar general, parte integral del derecho constitucional fundamental de los Estados Unidos -por más que a últimas fechas sea una obligación violada flagrantemente-, exige que se tomen las medidas necesarias para asegurar el mejoramiento de la densidad relativa potencial de población de la nación, per cápita y por kilómetro cuadrado. Esto incluye obras públicas que ningún empresario privado podría acometer por negocio; es clara, en este campo, la responsabilidad del gobierno soberano por las condiciones de vida y de trabajo de todo el pueblo en todo el territorio de la nación.

De modo que la política pública, moldeada de este modo, crea lo que los seguidores fanáticos de la Sociedad Mont Pelerin motejan de intervención deliberada y arbitraria del Estado en los asuntos del comercio. Sin esas medidas que la Sociedad Mont Pelerin aborrece, ninguna economía moderna podría sobrevivir mucho tiempo. De hecho, tres decenios y pico de influencia ideológica de esa sociedad entre los gobiernos principales han dejado en escombros las economías otrora exitosas que crecieron en los Estados Unidos y Europa occidental entre 1945 y 1965. 5 En este proceso, los valores económicos físicos que se han destruido desde mediados de los sesentas incluyen mucho del entero desarrollo neto de la infraestructura moderna, la agricultura y la industria obtenido en Europa y América en los cien años anteriores, desde mediados de la década de 1860. Ni siquiera las dos guerras mundiales del siglo 20 le hicieron tanto daño neto a Europa y América como los “globalizadores” y los ideólogos del “libre comercio” en los últimos treinta años y pico, desde que subió al poder en el Reino Unido el ruinoso gobierno laborista de Harold Wilson.

Se puede plantear la misma cuestión de manera diferente. En los últimos treinta años y pico, un sistema monetario trasatlántico que hasta entonces había sido exitoso degeneró al estado actual de bancarrota. ¿Qué mediciones usaron los planificadores para darle paso a treinta años y pico de semejante necedad? ¿Qué estuvo tan fatalmente equivocado en los supuestos de las instituciones que desde mediados de los sesentas han producido con el mayor de los éxitos esta magnífica catástrofe mundial?

Son instituciones bien conocidas, fáciles de identificar: la Sociedad Mont Pelerin y sus correligionarios. El resultado que esa influencia ha producido no refleja meramente el resultado accidental de una interpretación a veces errónea de las cifras por parte de planificadores y administradores; la catástrofe que su influencia ha provocado es de naturaleza sistémica. El diseño mismo de los instrumentos empleados para descarriar a la parte preponderante de los planificadores y administradores más influyentes del mundo que le ha traído al planeta esta calamidad memorable. Son, pues, las normas prácticas sistémicamente aberrantes de los contadores financieros y la parte preponderante de los economistas las que nos han traído esta catástrofe, sistémicamente.

Cierto, las estadísticas que a últimas fechas da e interpreta, entre otros, el gobierno de los Estados Unidos son, como la cháchara de locos sobre la “sociedad de la información” y la mítica “nueva economía”, están cada vez más falsificadas, deliberadamente y con la misma intensa desesperación que es común encontrar entre los que, con señuelos fraudulentos para inversionistas y acreedores, intentan ocultar una bancarrota empresarial completamente madura. Sin embargo, esos fraudes tan comunes hoy entre gobiernos, banqueros centrales, etc, son un síntoma del problema subyacente, no su raíz.

Desde este punto de vista, lo que ha fracasado es el sistema empirista de contabilidad que ha menudo se enseña con la engañosa etiqueta de “economía”, sistema de contabilidad que ha quedado unido a los nombres de Adam Smith, Jeremías Bentham, etc. Pasemos de las superficialidades prácticas del diseño de una canasta de bienes a los principios subyacentes, la teoría, del mismo asunto.

La teoría pertinente es, en resumen, la siguiente. He expuesto estos puntos por extenso, repetidas veces, en los cinco decenios transcurridos desde que consolidé por primera vez mis descubrimientos originales en el campo de la economía física. Hay que repetirlos de nuevo, hasta que los alumnos dominen estos conceptos al grado de conocer las ideas, en vez de meramente aprender las palabras de la descripción.

1. En la ciencia de la economía física, según la definiera por vez primera la labor respectiva de Godofredo Leibniz en 1671-1716, la distinción específica de la especie humana es el hecho de que sólo el hombre es capaz de aumentar la densidad relativa potencial de población de su especie -su poder- por un acto voluntario. En el aumento del poder del hombre dentro y sobre el universo, el acto voluntario pertinente se expresa como el descubrimiento de lo que se demuestra que es un principio físico universal. La acumulación de ese conocimiento por parte del hombre, y su creación de formas de cooperación por cuyo medio se pueda aplicar dicho conocimiento, le permiten a nuestra especie elegir voluntariamente cambios de comportamiento de la especie por cuyo medio aumenta el poder de nuestra especie en y sobre el universo en formas claramente medibles. Esta medición se expresa esencialmente en la mayor capacidad del hombre para existir, per cápita y por kilómetro cuadrado del territorio bajo el dominio de una sociedad.

2. En la medida en que la expresión “ciencia física” se use para indicar lo que las aulas de nuestros días aceptan como su noción de la física matemática moderna, la existencia tanto de los procesos vivos como de los seres humanos en particular ha de considerarse sistémicamente imposible desde el punto de vista matemático. Desde la obra de Clausius, Grassmann, Kelvin, Helmholtz, Maxwell, Rayleigh y Boltzmann, entre otros, en el curso del siglo 19, es costumbre decir que, desde el punto de vista de la física matemática así definida, el universo físico está gobernado por una ley universal de entropía. Pero, para vergüenza perpetua de los defensores de ese dogma estadístico, ni los procesos vivos ni los procesos que ubican al hombre aparte de otros procesos vivos obedecen regla semejante de entropía universal. Dado que los procesos vivos y las personas son una parte sumamente eficiente del universo, se tienen que expresar ciertas dudas sobre la honradez y la cordura de los defensores de la entropía universal, aun a riesgo de parecer grosero y hacer que pierda los estribos el burro pomposo que le enseña ese dogma a los alumnos.

En economía, la verdadera ganancia de una economía considerada en su totalidad se expresa como un aumento marginal de la densidad relativa potencial de población. Esta ganancia marginal corresponde a lo que es útil llamar energía libre del sistema. De manera que, como la biosfera, proceso vivo en evolución ascendente, el proceso es característicamente antientrópico. En las economías reales, la cuestión de si la ganancia que se obtiene en algún punto es de veras una ganancia para la economía en su conjunto, recibe respuesta comparando las tasas de ganancia nominales con la razón de energía libre, expresada en correlativos de aumentos de la densidad relativa potencial de población. En verdad, la mayor parte de las ganancias atribuidas a la economía estadounidense desde agosto de 1971, sobre todo desde enero de 1977, han sido, en términos reales, una forma de seudocrecimiento: el ir consumiendo las inversiones del pasado en infraestructura económica básica, capital productivo, etc, como ganancia meramente nominal, de contabilidad financiera, que se saca de la economía real en lugar de añadirle energía libre.

3. Por eso, principalmente en respuesta a la difusión del dogma de Kelvin y Clausius de la termodinámica estadística, los apologistas de lo que todavía se considera el concepto común de la física matemática adoptaron la expresión entropía negativa, que se abrevia a veces negatoentropía. Según el difundido concepto estadístico del asunto, prevalece el supuesto de que a) la negatoentropía universal no existe; b) los procesos que, estadísticamente, parecen presentar comportamiento negatoentrópico pueden hacerlo solamente aumentando la entropía del ambiente en el que operan. Ejemplos notables de esto son las ideas que elaboró Ludwig Boltzmann en ese sentido, y el efecto de la influencia de Boltzmann en sus discípulos, notablemente las lastimosas ideas de Erwin Schrodinger sobre los principios de los organismos vivos.

4. Desde 1948-1952 he rechazado estas ideas de la entropía y la negatoentropía, propias de las matemáticas escolares generalmente aceptadas, y he dicho que reflejan la influencia de lo que ha de reconocerse, específicamente, como la enfremedad social del romanticismo neokantiano: la negación de la existencia de las formas concientemente aprehensibles de síntesis cognoscitiva de las que dependen en forma absoluta los descubrimientos de principios universales. (6) Las paradojas que revelan que el dogma prevaleciente sobre la entropía y la negatoentropía es patológico nos obligan a reconocer que el principio de la vida es un principio físico universal en sí y por sí, en el sentido en que la obra revolucionaria de Bernhard Riemann, discípulo y seguidor de Carl Gauss, define la noción de multiplicidad multiconexa. He añadido mi propia contribución original a la ciencia de la economía física; que el principio de cognición es también un pricipio físico universal. Dado que, como argumentó Vemadsky respecto a la biosfera, el principio antientrópico de los procesos vivos es categóricamente superior a los procesos no vivos, estadísticamente entrópicos, y, dado que, como lo muestra la historia económica del descubrimiento científico, los procesos cognoscitivos característicamente antientrópicos son superiores a los meros procesos vivos, estos dos principios físicos universales, distintos entre sí, el de la vida y el de la cognición, deben ubicarse en el lugar que les toca en el cuerpo de la ciencia física en su conjunto. (7)

5. A primera vista, los cambios de conducta que le permiten a la sociedad aumentar su densidad relativa potencial de población son cosa de cambios observables en las relaciones el individuo humano, demográficamente definido, y la naturaleza. Así, medimos ciertas cosas por los cambios en los valores físicos per cápita y por kilómetro cuadrado. Desde este punto de vista, podemos estimar que el aumento de la productividad del trabajo tiene la forma de un cambio en la curvatura característica de la geometría del espacio-tiempo riemanniano que representa el estado actual de desarrollo científico y técnico práctico. Vistas así las cosas, el añadido de un nuevo principio físico universal válido cambia la curvatura característica del dominio de acción físico-económico. La síntesis de un principio físico universal comprobado, que ocurre solamente por medio de los procesos soberanos de generación de hipótesis de la cognición individual, deviene así la forma de acción humana por medio de la cual aumenta el poder de la humanidad sobre el universo.

6. Sin embargo, viendo el asunto más de cerca, nos damos cuenta de que no podemos limitar esta función de la cognición a la cuestión de los descubrimientos comprobables de principios físicos universales. Dado que las nociones de principio universal no se pueden trasmitir solamente por medio de la percepción sensible, la capacidad de la sociedad de cooperar en la selección y el uso de principios físicos descubiertos depende de que el acto cognoscitivo de descubrimiento de un principio que realizó una mente se reproduzca en otra. Dicha reproducción, que ocurre en circunstancias como las de las formas humanistas clásicas de educación, nos es conocida como un cuerpo de principios universales, comprobados experimentalmente, de formas artísticas clásicas de composición. Mediante las formas de arte que hacen referencia a los procesos cognoscitivos de la mente en vez de la mera percepción sensible (por ejemplo, formas sensuales de placer y dolor), fomentamos las formas de discernimiento necesarias a la colaboración efectiva para producir y promover los principios físicos universales de los que depende el aumento antientrópico de la densidad relativa potencial de población de la humanidad. Estas formas clásicas incluyen no sólo lo que se reconoce comúnmente como las formas artísticas plásticas y no plásticas, sino también el desarrollo de las formas cultas de la lengua, el estudio de la historia y otros aspectos del estadismo.

7. De modo que la multiplicidad de esos principios físicos y artísticos clásicos universales representa el medio de principios por el cual la humanida adquiere tanto los principios físicos como los principios de cooperación de los que depende el aumento de la densidad relativa potencial de población de nuestra especie.

8. De las consideraciones anteriores se desprenden tres puntos decisivos de política económica. a) Que la fuente humana principal de crecimiento económico es la educación de los jóvenes, período de desarrollo que, para las economías más avanzadas de mediados de los sesentas, abarca más o menos el primer cuarto de siglo de la vida de porciones crecientes de la población total de recién nacidos. Esto quiere decir no sólo una forma humanista clásica de educación científica y artística en las escuelas y universidades, sino condiciones de vida familiar y comunitaria apropiadas, en lo emocional y de otros modos, para promover el autodesarrollo de las facultades cognoscitivas del joven. b) Que el revivir, por parte del educando, del acto de descubrimiento original de principios físicos universales comprobados, y el papel concomitante de los programas de investigación fundamental con eje en las universidades, son la fuerza motriz principal para hacer proliferar el progreso científico y técnico de la economía en su conjunto. c) El papel decisivo del empresario individual privado (a diferencia de las compañías tenedoras y empresas emisoras de acciones públicas, a menudo criaturas de papel), sobre todo los empresarios ocupados con actividades en el campo de las máquinas herramienta relacionadas con el diseño de experimentos de prueba de principios, al igual que los agricultores individuales progresistas, de impulsar el con justa razón apasionado proceso del progreso técnico. Una forma sensata de economía moderna exige que el Estado forme el ambiente regulado y levante la infraestructura económica básica en la que la función de las facultades cognoscitivas soberanas del individuo sirva de punta de lanza de las formas del progreso económico general cada vez más densas en capital y tecnología moderna.

Esta forma de crecimiento económico al impulso de la ciencia, la técnica y la educación es, por su propia naturaleza, de forma riemanniana. El añadido de nuevos descubrimientos comprobados de principios físicos universales amplía la multiplicidad multiconexa de principios físicos universales en aplicación. Ese cambio en la multiplicidad se expresa, característicamente, por un cambio en la curvatura implícita de acción del espacio-tiempo físico dentro de esa economía. Ese cambio, a su vez, se refleja en la forma antientrópica de aumento de la densidad relativa potencial de población. El ritmo de cambio, el ritmo de aumento de la productividad, así definida, es la sustancia de la razón antientrópica de “energía libre” de la que depende la generación continua de ganancia verdadera, no ficticia. Esos ocho puntos resumen el marco en el que se debe situar la discusión de las tasas de crecimiento económico.

 

La división mundial del trabajo

Como lo subrayan los casos de China y la India, la mayoría del mundo se ve en peligro por la escasez de terreno aprovechable en relación con las grandes concentraciones de la población existente del mundo. Las obvias tareas actuales para mejorar las condiciones de vida de la mayoría de la población mundial son aumentar la porción aprovechable de la superficie total, aumentar la densidad potencial de población de esas superficies, y acelerar el ritmo efectivo de progreso científico y técnico en los modos de producción y de vida familiar y comunitaria.

Para eso, tenemos que acordar varias reglas básicas entre las naciones. 1) Que se acreciente en mucho el número, la escala y la intensidad de las fuentes de las que brota el progreso científico y técnico, y que se aumente su fertilidad. 2) Que, para hacer posible la asimilación de ese progreso científico y técnico, se tiene que proveer la infraestructura económica básica necesaria (por ejemplo, obras hidráulicas, energía, transporte educación, servicios mádicos) en todas las zonas en que se quieran obtener tasas elevadas de mejoramiento de la productividad y las condiciones de vida. 3) Que para adquirir progreso científico y técnico, así como para construir la infraestructura necesaria, se debe ampliar muchísimo la creación de crédito a largo plazo para permitir el flujo desde los sitios en que se generen los mayores ritmos de progreso técnico a las zonas donde hay mayor oportunidad y necesidad de ese desarrollo del territorio, la población y la economía productiva.

Esto quiere decir que se deben elaborar los planes respectivos con la mira puesta más o menos un cuarto de siglo adelante. Lo cual vendrá a expresarse en la forma del crédito a largo plazo que se otorgue para los renglones pertinentes de mejoras del capital. Esto representará la nueva oportunidad de sobrevivir que necesita con desesperación esta desvencijada reliquia de civilización que está a punto de autodestruirse.

Semejante programa de reconstrucción mundial revivirá los mejores rasgos de cooperación económica entre los Estados Unidos y Europa occidental entre 1945 y 1965. Debe representar también una mejor manera de pensar en la economía, con un completo repudio de todo lo que tenga que ver o se parezca al dogma de la “revolución conservadora”, axiomáticamente irracionalista, de existencialistas como Schopenhauer, Nietzsche, Martin Heidegger, Friedrich von Hayek, Ludwig von Mises, Norbert Wiener, John von Neumann, Maurice Strong y los ideólogos de la Sociedad Mont Pelerin en general. Es decir, debemos concebir la economía en tanto economía física, en vez de poner el acento en los activos financieros nominales, y debemos verla como expresión del poder creciente del hombre en y sobre el universo que habitamos. Debe expresar también el reconocimiento del papel de las formas de cooperación basadas en los principios culturales de la cognición, en vez de la perversa noción hobbesiana del hombre, autodegradado a una criatura bestial gobernada por el placer y el dolor.

Debe haber una nueva concepción, más rica y profunda, de las nociones de estrategia, tanto militar como en otros planos. La causa real de las guerras en la historia de la civilización europea moderna, no ha sido otra cosa que la lucha de las oligarquías modernas por subyugarse unas a otras o, más generalmente, por mantener las poblaciones en estado de virtual ganado humano, o devolverlas, como pretenden los actuales ideólogos de la Sociedad Mont Pelerin, a la condición política y social de un hato de ganado. La insurgencia de la Confederación estadounidense, traidora quintacolumna de la monarquía británica empeñada en destruir la Unión y perpetuar para siempre el esclavismo, es arquetipo de una causa justa para la guerra, como la conducida por el presidente Abraham Lincoln; así mismo la aceptación tardía de las condiciones del Tratado de Westfalia, de 1648, en Europa, sentó los antecedentes en derecho internacional de toda la vida civilizada tal como se ha manifestado desde entonces en la civilización europea ampliada.

Hoy el principal peligro que enfrenta la civilización es el de esa misma oligarquía financiera internacional, con eje en Londres, que ha adoptado el creciente coro de lambiscones de la Mont Pelerin y su dogma del “libre comercio” como instrumento para destruir la existencia del Estado nacional soberano, reduciendo tanto la escala como la esperanza de vida de la mayor parte de la población humana, cuyos sobrevivientes quedarían reducidos a la condición de ganado humanoide, salvajes adictos al Nintendo. Estos bufones útiles son, en efecto, fascistas, del mismo modo que lo fue Hitler, su precursor. Si esta oligarquía y sus peones derechistas lograren imponer sus ideologías de “libre comercio”, globalización e intereses de accionista, pronto la civilización dejaría de existir sobre este planeta, por una o varias generaciones. El derrotar a esta oligarquía en su perverso empeño neoimperial sería la única causa justa para que haya guerra entre las naciones en esta coyuntura de la historia. En cualquier otro sentido, el mundo ha rebasado ya cualquier necesidad justificable de guerra, salvo para defender el orden de paz entre Estados nacionales soberanos.

Ha llegado el momento de dar a luz en este planeta un régimen de gobierno de las relaciones humanas entre Estados nacionales de una comunidad de repúblicas perfectamente soberanas, repúblicas entregadas a la causa del bienestar general tal como lo definen los párrafos introductorios de nuestra Declaración de Independencia, de 1776, y el preámbulo de nuestra Constitución federal. Entre naciones unidas en pos de tal comunidad de principio, entre Estados nacionales perfectamente soberanos, no puede haber guerra justa. El principio del bienestar general de todos los pueblos, así como de la posteridad de todas las naciones, es el único modo visible de que pueda instaurarse en todo el planeta un estado de relaciones apto para seres humanos.

En tal comunidad, la joya de toda la civilización será el desarrollo de las capacidades cognoscitivas perfectamente soberanas de cada persona. El fomento y cultivo de ese individuo, y de esas capacidades, y la realización del beneficio que cada uno pueda aportar a la humanidad presente y futura, deben constituir el concepto motivador de toda gestión político-económica; así deben entenderlo, de hecho, todas las partes involucradas.

Una canasta de bienes de consumo, por consiguiente, tal como la vengo definiendo, debe entenderse como un compromiso colectivo a hacer el bien. El objeto de la economía, entonces, no es el de fijar un precio exacto a cada mercancía, sino la buena voluntad expresada en la forma de adoptar un estimnado razonable de precio justo. En ese sentido, el precio razonable de una canasta básica de bienes de consumo, sería siempre, en la práctica, su precio real.

 

¿Existe un paradigma científico de economía política que permita la existencia de la libertad, la espontaneidad y el pensamiento creativo?

 

Notas a pie de página

1. Para quienes puedan haberlo olvidado, recordemos los siguientes aspectos sobresalientes del lapso que va del atentado contra el presidente francés Charles de Gaulle, el 22 de agosto de 1962, al 18 de octubre de 1964, cuando ascendió al poder el desastroso Harold Wilson, como primer ministro del Reino Unido. El 22 de octubre de 1962 el presidente estadounidense John F. Kennedy declaró la crisis de los proyectiles entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Se destaca, así mismo, el establecimiento de la Quinta República francesa, el 28 de octubre de 1962, bajo De Gaulle. Luego está la histórica reunión de De Gaulle con Konrad Adenauer, el 14 de enero de 1963. En febrero de 1963 fue elegido Harold Wilson como sucesor de Hugh Gaitskell. jefe del Partido Laborista británico. El 15 de febrero de 1963 hubo un nuevo atentado contra el presidente De Gaulle. En julio del mismo año se desató el escándalo de Profumo, que desembocó en el retiro del primer ministro Harold Macmillan el 18 de octubre de 1963. El 23 de abril de 1963 el canciller alemán Konrad Adenauer anunció que se retiraría en octubre. El 22 de noviembre de 1963 asesinan al presidente Kennedy. Todo este lapso, de mediados de 1962 hasta la elección de Harold Wilson, marca uno de los mayores puntos de inflexión de la historia moderna. Los asesinatos de Martin Luther King y del precandidato presidencial demócrata Robert Kennedy, en 1968, menos de seis años después de la elección de Wilson, y durante el semestre posterior a la primera de una serie de crisis monetarias, desatada por Wilson en el otoño de 1967, que llevó a Nixon a desmantelar el viejo sistema de Bretton Woods en agosto de 1971, no deben considerarse secuela inevitable del intervalo 1962-1964, sino sucesos fuertemente impulsados por lo ocurrido en ese lapso anterior.

2. Tal como ha documentado los hechos pertinentes mi colaborador Richard Freeman, para fines de julio de 1923 el uso de la inflación monetaria por parte de las autoridades alemanas para seguir cumpliendo con los pagos de reparación de guerra, causó un cambio de fase en la proporción del ritmo de emisión monetaria con la deuda financiera pendiente. Ello desató la loca vorágine de inflación de precios que concluyó con la destrucción de !amoneda misma a los tres meses. El lanzamiento de la política de un “muro de dinero”, adoptada conjuntamente por Alan Greenspan, jefe de la Reserva Federal, y Lawrence Summers, secretario de Hacienda de los Estados Unidos, en el período de octubre de 1998 a febrero de 1999, acaba de producir un desfase entre las valuaciones monetarias y financieras similar, en principio, al caso alemán de julio a agosto de 1923. El reciente ímpetu inflacionario de los precios de bienes tales como el petróleo, los alimentos y los bienes raíces, refleja un creciente movimiento con rumbo a una explosión estilo Weimar, tanto del dólar como de todo el sistema del FMI. [Ver la gráfica l.]

3. Ejemplo típico de los males incurridos por la adopción del sistema de tasas de cambio flotantes, es el fraude mediante el que el sistema del FMI ha saqueado a la llamada “América Latina”. El mercado de Londres, centro de la mayor parte de la especulación financiera del mundo, orquestaba una corrida contra la moneda de alguna nación de América Central o del Sur. Luego intervenían las autoridades monetarias internacionales, insistiendo en la devaluación de la moneda víctima. Peor aún: luego aumentaban la deuda externa de la nación afectada, dizque en compensación por la disminución de pagos de servicio de la deuda causada por la devaluación forzada¡ Es así como, a partir de 1971, las naciones de Iberoamérica han pagado en servicio de la deuda, en su conjunto, muchísimo más que la deuda originalmente contraída!

4. Hay que recalcar muy frecuentemente, en la actualidad, que la política económica y la propia Constitución de los Estados Unidos reflejan la influencia de Godofredo Leibniz, y rechazan el dogma contrario de John Locke. Esto se refleja, por ejemplo, con la adopción de una expresión usada por Leibniz para rebatir a Locke-“vida, libertad y búsqueda de la felicidad”,en la Declaración de Independencia, de 1776. También lo indican los vínculos de Benjamín Franklin con los seguidores de Leibniz en Alemania misma, tales como Abraham Kiistner, de la Universidad de Gotinga. Otro reflejo de lo mismo es la influencia de Vattel en Harnilton y otros pensadores americanos. (Ver Robert Trout, “Life, Liberty and the Pursuit ofHappiness”, Fidelio, primavera de 1997).

5. Como buenos charlatanes, aquellos influyentes estadounidenses y demás que han convertido en vastos yermos las que antes fueran potentes econonúas agroindustriales, dicen que todo ello aconteció porque la “vieja economía” de todas formas estaba perdida. Señalan, con típica charlatanería, que la gran burbuja especulativa de la “nueva economía” -sin valor físico alguno- prueba que esta economía, que ni siquiera puede cargar con sus propios costos de infraestructura y previsión social, en realidad es un “traje nuevo”, mucho más grande y suntuoso, para el emperador.

6. Desde principios de 1948 me he opuesto al uso del término “negatoentropía”, de Norbert Wiener. Ese mismo año amplié mi enfoque hasta abarcar los rasgos sistemáticos más problemáticos de la biofísica matemática del profesor Nicholas Rashevsky, así como la de Oparin. Mis puntos de vista relativos a las características sistémicas de los procesos vivos seguían entonces, y aún siguen, los lineamientos de Luis Pasteur y Vladimir Vernadsky. Mi preferencia por las opiniones biogeoquímicas de Vernadsky, en contraposición a las de Oparin, Rashevsky, Schrodinger y demás, no constituye la última palabra sobre la elaboración de este tema por el propio Vernadsky; mi colaborador Jonathan Tennenbaum ha estado desenterrando, traduciendo y evaluando algunos escritos posteriores importantes de Vernadsky sobre los principios tanto de los procesos vivos como de los cognoscitivos; uno muy importante es el de septiembre de 1938, cuyo título Tennenbaum tradujo [al inglés] como On the Fundamental Material-Energetic Difference Between Living and Nonliving Natural Bodies in the Biosphere (Sobre la diferencia material-energética fundamental entre cuerpos naturales vivos y no vivos en la biósfera). Hasta ahora, el principal defecto de estos escritos posteriores de Vernadsky es su inadecuada apreciación de las repercusiones pertinentes de los descubrimientos de Bernhard Riemann, que más adelante contribuyeran tan enormemente a mi propia obra en los temas afines de la ciencia de la economía física. Todo mi trabajo sobre este tema en el intervalo 1948-1953 es, en lo principal, un reflejo de mi refutación de los ataques de Kant a la obra de Godofredo Leibniz; de ahí que yo haya reconocido el popularísimo concepto de la entropía universal como fruto de un romanticismo neokantiano.

7. Hablo de antientropía en el mismo sentido en que defino como antieuclidiana la geometría física de Riemann, y no con la acostumbrada y epistemológicamente inexacta descripción de “no euclidiana”. Tales distingos terminológicos no son meras opciones más precisas que las convencionales. El lunático esfuerzo por sustituir al ser humano viviente con artefactos que presuntamente ostentan “inteligencia artificial” no tiene otra base que la fe terca y ciega en una definición del universo que se puede explicar del todo con base en los supuestos axiomáticos hereditarios y a priori que se manifiestan en la casi totalidad de los esquemas reduccionistas-deductivos de la matemática académica comúnmente aceptada en la actualidad. Fue el legado leibniziano de una geometría física antieuclidiana, transmitido de Klistner a su discípulo Gauss, y de Gauss a Riemann, lo que nos permite entender que es la física la que debe determinar la matemática, y no al revés. La proscripción efectuada por Riemann de todo concepto a priori -tales como los del espacio y el tiempo- en la geometría, y la sustitución de tales nociones con descubrimientos válidos de principios físicos universales -tales como la vida y la cognición- fue la revolución que abrió las puertas a un entendimiento más sobrio del significado de “universo físico”; uno en que ya no hace falta poner en tela de juicio la existencia de esos seres vivos cognoscitivos llamados seres humanos.

 

Fuente:

Lyndon LaRouche, en EIRNS: Sobre una canasta de bienes tangibles: comercio sin moneda. Septiembre de 2000.

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