Por José Luis Preciado
Donald Trump ha demostrado, en apenas un mes desde su toma de posesión, una capacidad sin precedentes para generar caos y desestabilización a nivel nacional e internacional. Pavel Spydell lo ha descrito como “un bulldog enloquecido que corre en un espacio confinado, destruyendo todo a su paso y mordiendo a todo aquel que puede alcanzar”. Y es precisamente esa actitud transgresora e irreverente lo que le hace parecer carismático y hasta revolucionario, cuando lo único que está haciendo es implementar lo más rápido que puede el Plan B de algunas de las mismas élites que antes controlaban el Plan A, que ya no cuaja en una realidad multipolar.
Las decisiones y estrategias de Trump han estado marcadas por la incoherencia, el desprecio por la diplomacia y una visión extremista de la política global. Su mandato ya ha dejado huellas profundas en la economía, las relaciones internacionales y la estabilidad de las instituciones democráticas.
Desde el inicio, Trump adoptó una política de guerras comerciales agresivas con Canadá y México, dos de los socios más importantes de Estados Unidos. Estas tensiones, basadas en afirmaciones infundadas sobre subsidios injustos, han generado preocupación en miles de empresas y trabajadores afectados por los aranceles impuestos sin una estrategia clara.
Pero su beligerancia no se detiene en el comercio. En un intento por redefinir la geopolítica mundial, ha propuesto absurdas ideas como anexar Canadá, ocupar Groenlandia, invadir México, y apoderarse del Canal de Panamá, utilizando argumentos propios del siglo XX y demostrando un preocupante desconocimiento de la diplomacia internacional. Estas declaraciones, lejos de ser simples provocaciones, han avivado la desconfianza de los aliados y han deteriorado la imagen de Estados Unidos en el escenario global.
El tema migratorio ha sido otro foco de su retórica incendiaria, con promesas de una deportación masiva de inmigrantes, que en la práctica no ha sido tan radical como se anunciaba. En sus primeras semanas de gobierno, sólo se han registrado 5.693 deportaciones, una cifra mucho menor de la esperada. No obstante, la percepción creada por su discurso ha generado incertidumbre y miedo entre las comunidades migrantes.
En cuanto a la política intercontinental, Trump ha tomado decisiones que han sacudido los cimientos de la diplomacia estadounidense. En Oriente Medio, ha promovido iniciativas extremas como la deportación masiva de palestinos para sustituir sus hogares con desarrollos inmobiliarios exclusivos. Su postura ha sido ampliamente criticada por la comunidad internacional, pues ignora los derechos históricos y humanos del pueblo palestino, desafía al Consejo de Derechos Humanos de la ONU y otras organizaciones fundamentales para la cooperación global, e intensifica el conflicto en la región.
Al mismo tiempo, su desdén por la OTAN y sus críticas a los aliados europeos han dejado al viejo continente debilitado y a la deriva, mientras el Reino Unido y otro sector de la aristocracia europea intentan lanzar a Europa contra Rusia, a la cual Trump se ha acercado como todo un coqueto para recuperar algo de la inversión perdida en el conflicto y echarse al saco algunos de los recursos naturales de Ucrania, mientras ningunea al comediante Zelensky al que culpa de ser el verdadero agresor en el conflicto, cuando la realidad es que el régimen de Kiev solo ha actuado bajo órdenes de Washington y Londres.
En un solo mes, Trump ha desmantelado 30 años de política expansionista estadounidense en la región y parece decidido a evitar una guerra termonuclear, un factor crucial para la supervivencia de la humanidad. Lejos de convertirlo en un héroe, esto solo evidencia la podredumbre del orden unipolar que ya no es capaz de sostenerse a sí mismo y que las mismas élites de Occidente desmantelan, a través de su hombre alternativo, para sobrevivir en la nueva realidad multipolar.
En su país, Trump ha impulsado una crisis constitucional y ha entregado Estados Unidos a la tecnocracia, burlándose abiertamente de la legislación y generando un clima de incertidumbre jurídica bajo el pretexto de combatir al “Estado Profundo” que ha venido ejecutando el Plan A durante al menos las últimas cuatro décadas, es decir, la maraña de burócratas que sirvieron al modelo hiperexpansionista que las élites ocultistas de Occidente ya no pueden sostener en un mundo multipolar, por lo que deben purgar dicho aparato y reciclarlo en una versión minimalista de imperialismo regional, dentro de un mundo fragmentado en macro regiones bajo la influencia de distintos polos de poder. Es sólo un cambio de estrategia en el Gran Juego, para intentar revertir el asenso de China y afrontar una nueva realidad multipolar que no nació en Occidente, sino en Asia.
Algunos analistas consideran normal que los periodos de transición estén marcados por contradicciones e inconsistencias. Sin embargo, la realidad de Occidente se asemeja más a los espasmos de cambio de fase ante una síntesis forzada, algo así como lo que le ocurriría a alguien que intenta ponerse a la fuerza un calcetín que ya no le queda, solo para no ir descalzo, y luego se sube al auto saltando agresivamente todos los reductores de velocidad, porque el tiempo se le ha agotado.
Por ello, no tiene sentido interpretar las “patadas de Trump al tablero geopolítico” como un acto de heroísmo. Que Trump haya desmantelado organismos clave como USAID o desafíe las normas establecidas del sistema democrático estadounidense no responde a una lucha personal, sino a la inviabilidad del ultraglobalismo para las élites que controlan la nueva marioneta, tal como antes movían los hilos de las antiguas. Estas élites, desesperadas y visiblemente furiosas por el fracaso del ultraglobalismo, ven ahora cómo el tiempo se agota para la implementación de su adaptación de agendas para el mundo multipolar. De ahí que Trump esté obligado a actuar como el bulldog enloquecido descrito por Spydell.
Así, en apenas un mes, Trump ha generado una inestabilidad sin precedentes, tanto en su país como en el resto del mundo. Y más allá de un sector de disidencia manipulada que piensa que esto es una pelea de “malos contra buenos”, la comunidad internacional percibe al bulldog como un líder errático, cuyo enfoque político se basa en el oportunismo y el caos. Por lo que, si esto es solo el comienzo, resulta aterrador imaginar lo que podría ocurrir en los próximos meses de su mandato.
Mientras tanto, China observa al bulldog y al oso como un sabio en lo alto de la montaña, consciente de que solo la suavidad exquisita puede brindar a las mentes civilizadas una transición inolvidable hacia el mundo multipolar que ha construido con tesón y paciencia. No hay que olvidar que, mientras China terminaba de erradicar la pobreza extrema en su país, Occidente se confinaba presa del miedo -inducido por la maquinaria propagandística angloestadounidense- a un artefacto manufacturado cuya tasa de mortalidad oscila entre el 0.1% y el 3%, según la variante y el contexto.
¡Y todavía nos quieren hacer creer que lo hicieron los chinos!
Sobre el autor
José Luis Preciado es antropólogo, historiador y columnista en el portal de análisis geoestratégico Mente Alternativa.
