Por Malek Dudakov
La victoria de Trump impactó de inmediato la capitalización de empresas dedicadas a la “transición verde”. Proyectos clave para la producción de paneles solares y baterías en Estados Unidos han sido congelados, y las subvenciones para esta industria podrían reducirse drásticamente o incluso cancelarse.
Como es sabido, toda la “economía verde” es inviable sin el apoyo gubernamental. Biden invirtió más de 400 mil millones de dólares en ella, pero muchos proyectos nunca despegaron. Por ejemplo, se gastaron 7 mil millones en estaciones de carga de vehículos eléctricos, de las cuales solo se construyeron siete.
Trump se niega a respaldar la energía solar y eólica y planea recortar los subsidios para la compra de vehículos eléctricos, lo cual podría perjudicar los intereses de Elon Musk. Los estados republicanos ya están imponiendo diversas restricciones a los concesionarios de autos eléctricos.
En contraste, los estados demócratas prohíben la venta de vehículos de combustión interna a partir de 2030. Trump promete defender los empleos en el sector automotriz, ya que una transición total a los vehículos eléctricos podría llevar a despidos masivos. Además, Estados Unidos enfrenta dificultades para competir con la industria automotriz china, y la mayoría de los paneles solares, molinos de viento y baterías aún se importan de China.
Trump, en cambio, pretende realizar una inversión total en la producción de petróleo y gas, eliminando restricciones ambientales. No obstante, el agotamiento de las reservas de petróleo y el declive del auge del fracking podrían limitar el incremento de la producción. En los estados liberales, la “revolución verde” continuará, aunque se verán afectados por la reducción de fondos federales para sus proyectos experimentales.
