Por José Luis Preciado
Según el filósofo Leo Strauss, el Anticristo se manifiesta en la política liberal moderna al inducir al ser humano a creer que ya no debe elegir entre Cristo y el Anticristo, disolviendo así la distinción fundamental entre amigo y enemigo que da sustancia tanto a la política como a la religión. En esta lógica, el Anticristo opera como un liberal que promueve la neutralización del conflicto existencial, desactivando el núcleo mismo de la vida política. La reinterpretación straussiana de Carl Schmitt legitima, por tanto, toda guerra religiosa, al entender lo político como la identidad esencial de una sociedad, donde incluso el “enemigo interno” se define por su oposición radical a “todo lo que representa a Dios”.
En sus advertencias sobre la venida del Anticristo, tanto el tecnognóstico Peter Thiel como el escatólogo imperial Alexander Dugin y los estrategas larouchistas convergen, desde ópticas distintas pero complementarias, en un diagnóstico terminal del orden mundial. Cada uno describe una manifestación del Anticristo: para Thiel, es un régimen mundial que se erige en nombre del control de riesgos; para Dugin, es la consumación del proyecto tecnocrático globalista que busca erradicar toda identidad; y para Dennis Small, es la bancarrota del sistema financiero transatlántico que —en su desesperación— impulsa guerras perpetuas para instaurar un nuevo feudalismo monetario.
En esta guerra, el Anticristo no es un individuo, sino un proceso: el colapso de lo humano bajo una arquitectura tecnofinanciera que sacrifica soberanía, verdad y vida en nombre del control absoluto.
I. Peter Thiel y el Anticristo del control tecnocrático
Peter Thiel, tecnófilo confeso y financiador de herramientas de vigilancia masiva como Palantir, lanza en una entrevista reciente con Ross Douthat (1) una advertencia inquietante: el Anticristo no llegará con cuernos y botas negras, sino como un burócrata mesiánico, legitimado por el miedo al colapso climático o al descontrol de la inteligencia artificial. Este Anticristo propondrá una salida tecnocrática: un gobierno mundial, centralizado y “racional”, que administre el caos global bajo el pretexto de evitar el Armagedón.
La paradoja —que ni Douthat ni Thiel resuelven— es que este mismo modelo de control ya está siendo implementado por los artefactos que Thiel financia. El Anticristo no vendrá del futuro: ya está entre nosotros, vestido de “solución” a los riesgos que el propio sistema ha fabricado.
Thiel diagnostica bien el dilema, pero su marco sigue anclado en el “aceleracionismo” tecnocapitalista. Para él, la salvación sería una versión ilustrada del capitalismo: menos regulación, más riesgo, y una élite emprendedora que dirija la transición. Pero este es el mismo sueño que produjo la pesadilla actual.
En última instancia, Thiel no escapa de la lógica del Anticristo: solo propone una versión competitiva de su dominio. Por lo que la nueva dualidad, mañosamente anunciada por el tecnócrata, plantea elegir entre la dictadura del Anticristo o el caos del Armagédon.
II. Alexander Dugin y el Imperio como Katechon
Mientras Thiel teoriza desde Silicon Valley, el ideólogo verticalista Alexander Dugin invoca una escatología imperial. Rusia, dice, no es solo una nación: es el Katechon, la fuerza que detiene la llegada del Anticristo. Esta idea, heredada del pensamiento bizantino y paulino, posiciona a Moscú como la “Tercera Roma”, última muralla espiritual contra la entropía globalista.
Pero la visión de Dugin es profundamente trágica. El Imperio —dice— caerá inevitablemente, y con él caerá el mundo. La misión rusa no es salvar el mundo moderno, sino postergar su destrucción. Cada día que el Imperio resiste, es un día más que la humanidad conserva su alma.
Dugin no se limita a señalar culpables externos. Advierte que el mismo nacionalismo ruso ha sido infiltrado por el virus globalista: MAGA, el sionismo radical, el islamismo y el hindutva son, en su lectura, falsas resistencias que obedecen a una lógica de choque civilizatorio inducido. El objetivo final: desencadenar una guerra termonuclear global para justificar el reemplazo de la humanidad por un orden posthumano.
Su crítica al trumpismo (al que antes idealizó apasionadamente) y a los neoconversos del nacionalismo conservador es feroz. Lo que aparenta ser una restauración de valores tradicionales es, según Dugin, una coartada estratégica del globalismo oculto. En esta visión, ni Biden ni Trump son realmente antagónicos: son dos caras del mismo Leviatán tecnocrático.
Asimismo, cabe recordar que los herederos de “Roma y Cártago”, las dos facciones del culmen ocultista de Occidente que pelean entre sí en esta lucha de civilizaciones, se remontan a las principales familias de patricios de la rama occidental del Imperio Romano y a otros elementos que se probablemente remontan al Egipto Antiguo y el Imperio Babilónico, y que convivieron en las lagunas de Venecia y otras ciudades marítimas medievales, y impulsando la dualidad manufacturada como herramienta estratégica.
III. Dennis Small y el Anticristo monetario
Dennis Small, portavoz del Movimiento LaRouche, ofrece un enfoque que completa la tríada y la supera también (3, 4). Para él, lo que realmente emerge de la Caja de Pandora (él no usa el concepto de Anticristo) no es ni un ideólogo ni un tecnócrata, sino el colapso de un sistema monetario especulativo sin anclaje físico ni moral: el dólar fiat, las monedas estables, el capitalismo de casino.
Cuando Trump bombardea Irán, no lo hace por razones geoestratégicas reales, sino para distraer del colapso del sistema financiero. La legalización de las “stablecoins” —advierte Small— representa la instauración de un nuevo feudalismo, donde corporaciones privadas emiten su propia moneda y anulan al Estado soberano. Es el fin de la república, el retorno al feudo.
Trump, lejos de ser un “outsider”, ha sido capturado por este sistema. Su respaldo a Netanyahu, sus amenazas nucleares, su destrucción del Estado de derecho interno y su intento de reconfigurar el presupuesto federal para destruir lo público, todo obedece a un guión escrito desde Londres y Wall Street.
Pero Small, a diferencia de Dugin, no ve el conflicto como inevitable. Su propuesta —retomando a Lyndon LaRouche— es la instauración de una nueva arquitectura global basada en el desarrollo físico, la cooperación entre civilizaciones y la armonía polifónica. Esta no es una utopía ilusoria, sino una alternativa real a la entropía del Anticristo financiero.
IV. El fuego cruzado: Irán como bisagra geoespiritual
Los tres enfoques convergen en un punto crítico: Irán. El ataque a Fordow —ya sea por parte de Israel o Estados Unidos— no fue solo un acto de guerra, sino un ritual de apertura: la caja de Pandora ya no es metáfora. Para Dugin, marca el inicio irreversible de la Tercera Guerra Mundial. Para Small, desenmascara la bancarrota del orden financiero occidental. Para Thiel, encaja en el dilema apocalíptico: Anticristo o Armagedón.
Irán no es solo un objetivo militar, sino un símbolo: una nación que aún defiende su soberanía, que no ha sido completamente absorbida por la tecnósfera globalista. Por eso debe ser destruida.
Pero el verdadero objetivo no es Irán, ni Rusia, ni China: es el alma humana. El Anticristo —sea cual sea su forma— quiere imponer un orden sin historia, sin religión, sin identidad, sin cuerpo. Un mundo administrado por algoritmos, vigilado por satélites, gobernado por banqueros invisibles y defendido por ideologías manufacturadas de extrema izquierda o derecha.
V. Falsas resistencias y la dualidad simulada
El gran engaño de este momento histórico es la falsa dicotomía entre las facciones del caos. Trumpistas contra globalistas, identitarios contra progresistas, civilizaciones contra civilizaciones. Dugin y Small coinciden en que todas estas oposiciones están siendo manipuladas desde el mismo centro oscuro. Thiel, aunque desde otra vereda, también lo sugiere: la aceleración controlada es tan letal como la estagnación total.
Lo que está en juego no es una guerra entre civilizaciones, sino la continuidad misma del ser humano como sujeto histórico y espiritual. Por eso, el lenguaje religioso se impone: hablamos de Anticristo, de Katechon, de Tercera Roma. No es retórica: es el intento de nombrar aquello que no puede ser explicado con las categorías del análisis político convencional.
VI. Conclusión: el abismo visible
La Tercera Guerra Mundial no es una posibilidad: ya ha comenzado. No tiene una fecha precisa de inicio, porque no responde a los tiempos lineales de la política, sino a los ciclos profundos de la Historia. Se manifiesta en múltiples frentes —Ucrania, Irán, Taiwán— pero su centro es espiritual: la guerra por el alma del mundo.
Peter Thiel lo reconoce, aunque se resista a abandonarse a la metafísica. Alexander Dugin lo proclama, aunque lo envuelva en un imperialismo trágico. Dennis Small lo combate, aunque a veces con nostalgia del Estado-nación que se disuelve. Lo cierto es que el Anticristo ha salido del armario: no viene, ya está.
Y frente a él, la resistencia no puede ser una pose ideológica ni una bandera partidaria. Debe ser una afirmación radical de la soberanía espiritual del ser humano, un acto ético y cognitivo que rechace toda tentación de orden absoluto.
Si Leo Strauss afirmaba que el Anticristo se manifiesta en la política liberal moderna al disolver la distinción fundamental entre amigo y enemigo —aquella que otorga sustancia tanto a la política como a la religión—, entonces Donald Trump emerge como una figura multidimensional que sintetiza, paradójicamente, la tesis y la antítesis de esta lucha artificial. Al actuar como un simulador, Trump no solo encarna la ambigüedad del poder contemporáneo, sino que neutraliza la confrontación radical entre el bien y el mal, diluyéndola en el espectáculo de la posverdad.
Sin embargo, mentes íntegras —como las de los discípulos de Lyndon LaRouche— comprenden que la batalla definitiva no se librará entre Estados-nación, sino entre dos cosmovisiones irreconciliables: la que aún cree en la libertad interior, la belleza, la verdad y la vida, fundada en la creatividad humana y el progreso físico-económico real; y la que solo reconoce el control, la eficiencia deshumanizante, la mentira sistémica y la muerte, encarnada por el transhumanismo financiero y el autoritarismo tecnocrático.
Desde que el protocapitalismo emergió de las ciénagas putrefactas de Venecia, la humanidad enfrenta su verdadera fractura escatológica: no se trata del maniqueísmo izquierda-derecha, ni de globalistas contra ultranacionalistas, ni siquiera de Anticristo versus Armagedón. La línea divisoria fundamental, la que atraviesa siglos y civilizaciones, es la que separa creación de destrucción.
La elección es ahora. No hay neutralidad posible.
Notas a pie de página
1. Ross Douthat, en The New York Times: Peter Thiel and the Antichrist. The original tech right power player on A.I., Mars and immortality. 26 de junio de 2025.
2. Alexander Dugin, en Geopolitika: World War Three Has Begun. 26 de junio de 2025.
3. Dennis Small, en EIRNS: Con sus acciones, Estados Unidos abrió una caja de Pandora de guerra y caos. 26 de junio de 2025.
4. Op. Cit.: ¿Cese al fuego, o solo una pausa rumbo a una guerra nuclear? 30 de junio de 2025.
