La degeneración moral de la civilización occidental tiene mucho nenos que ver con la identidad de género de unos cuantos que con la autocomplacencia en la que vivimos vidas de relativo confort construidas sobre las espaldas del Sur Global, afirma Caitlin Johnstone. El tipo de civilización que permite a su gobierno hacer cosas como las que ocurren en Gaza, tiene necesariamente una conciencia colectiva que ha sido tan deformada y retorcida por la propaganda y el interés individual que equivale a no tener conciencia en absoluto. Nuestra civilización es cruel y salvaje, pero compartimentamos su crueldad y su salvajismo y nos reímos de nuestras comedias, de nuestros insípidos cómicos, y vivimos nuestras vidas sedados por el entretenimiento, las redes sociales, los alimentos y los productos farmacéuticos. Pues tanta riqueza y poder dependen de que Occidente se mantenga en un estado de degeneración moral.
Por Caitlin Johnstone
Normalmente, cuando se oye a una persona blanca hablar de degeneración se trata de algún chiflado denunciando los derechos LGBTQ, los derechos reproductivos de las mujeres o cualquier otra cosa, pero aquí no me refiero a eso. Hablaré de cosas reales.
La verdadera decadencia moral de nuestra sociedad queda ilustrada en la forma en que todos los candidatos políticos de la corriente dominante apoyan abiertamente los crímenes de guerra que se están infligiendo actualmente a los pueblos del Sur Global sin ser apartados inmediatamente del poder. La forma en que monstruosos criminales de guerra de administraciones pasadas pueden respaldar a un candidato liberal sin que los autoproclamados progresistas retrocedan horrorizados ante ese candidato. La forma en que los dos candidatos viables para el cargo electo más poderoso del mundo pueden comprometerse a continuar un genocidio activo sin provocar instantáneamente una revolución.
La degeneración moral de esta civilización se manifiesta al vivir vidas de relativo confort construidas sobre las espaldas de los trabajadores del Sur Global cuya mano de obra y recursos son extraídos de sus naciones a tasas profundamente explotadoras, mientras llueven explosivos militares sobre poblaciones empobrecidas que se atreven a desobedecer los dictados de nuestro gobierno, día tras día, año tras año, década tras década, y actuando como si todo esto estuviera bien y fuera normal.
Nacer en la civilización occidental es como despertarse en medio de un linchamiento masivo. Sabes que algo terrible está sucediendo, pero todo el mundo está de acuerdo con ello y te dice que está bien y que es normal, e incluso si eres capaz de darte cuenta de que lo que están haciendo está mal en medio de todo el caos y la confusión te encuentras impotente para detenerlos, porque todo el asunto ya tiene mucho impulso y hay demasiada gente ciegamente atrapada en el frenesí de la sed de sangre como para que puedas hacer que todo el mundo cambie de rumbo. El mero hecho de seguir viviendo entre ellos te hace cómplice de sus acciones en muchos sentidos, pero no tienes otro lugar al que ir que no sea esta ciudad de linchamiento en la que naciste. Así que te mudas a los márgenes de la mafia y compartes tus objeciones con las pocas personas que te escuchan.
Nuestra civilización es cruel y salvaje, pero compartimentamos su crueldad y su salvajismo y nos reímos de nuestras comedias y de nuestros insípidos cómicos, y creemos que lo peor que ocurre políticamente en nuestra sociedad son los temas marginales de la guerra cultural dominante de los que los expertos y los políticos prefieren que sigamos hablando. Vivimos nuestras vidas sedados por el entretenimiento, las redes sociales, los alimentos y los productos farmacéuticos mientras el genocidio, la guerra nuclear y el ecocidio se desarrollan a nuestro alrededor, creyéndonos buenos y virtuosos si somos amables con nuestras mascotas y tenemos las opiniones correctas sobre la justicia racial y las vacunas.
Si como sociedad fuéramos realmente buenos, nada de esto estaría ocurriendo. La claridad moral encontraría todo esto intolerable, y lo rechazaría y expulsaría por cualquier medio necesario. Por eso los poderosos emplean tanta energía en mantenernos sedados y confundidos. Mucho poder y riqueza dependen de nuestra falta de claridad moral.
Hay mucha riqueza que ganar explotando la mano de obra y extrayendo recursos en todo el mundo. Hay mucho poder que asegurar asesinando, matando de hambre y aterrorizando a cualquier población que se niegue a plegarse a los intereses del imperio occidental. Esta es la razón por la que el imperio occidental dispone de la maquinaria propagandística más sofisticada jamás concebida: porque tanta riqueza y poder dependen de que Occidente se mantenga en un estado de degeneración moral y de que los occidentales no consideren plenamente humanos a los ciudadanos del Sur Global.
Personalmente rechazo la religión, no porque yo sea una pajillera con fedora que se burla de la gente por creer en Dios, sino porque rechazo todos los aspectos de la cultura profundamente enferma en la que nací. Como no me identifico con la religión, a menudo me siento alejada de la jerga religiosa que califica las acciones del imperio occidental de «demoníacas» o que llama a Estados Unidos «el gran Satán», pero al mismo tiempo lo entiendo perfectamente. Cuando veo por enésima vez el interior del cráneo de un niño junto a imágenes de vídeo de soldados de las FDI vestidos burlonamente con las ropas de mujeres palestinas muertas o desplazadas y jugando con los juguetes de niños muertos o desplazados mientras los pontífices occidentales fingen creer que los militares a los que arman no han hecho nada malo, me cuesta encontrar adjetivos lo suficientemente fuertes para describir lo que estoy viendo. Tal vez «demoníaco» sea lo más parecido, aunque no se crea en los demonios bíblicos.
A eso me refiero cuando digo que Occidente es un páramo de degeneración moral. El tipo de civilización que permitiría a su gobierno hacer cosas como esta tiene necesariamente una conciencia colectiva que ha sido tan deformada y retorcida por la propaganda y el interés propio que es lo mismo que no tener conciencia en absoluto. Si no puedes considerar a la inmensa mayoría de la población de este planeta como plenamente humana e igual a ti mismo, entonces moralmente hablando no eres mejor que los perpetradores de la esclavitud y el genocidio que nos han enseñado a juzgar negativamente en clase de historia.
Y eso es lo normal aquí. Es en lo que nacimos. Es lo que pasamos toda nuestra vida siendo entrenados para aceptar como normal.