Por José Luis Preciado
En un artículo publicado el 2 de junio en Financial Times, Larry Fink, CEO de BlackRock, expuso su visión sobre el futuro económico global. Fink sostiene que el modelo tradicional de globalización ha llegado a su fin y propone una reglobalización que sintetiza elementos de mercados abiertos con metas nacionales. Esta propuesta, definida por el propio Fink como el «segundo borrador de la globalización», busca corregir los errores de un sistema que, durante décadas, benefició desproporcionadamente a inversores mientras dejaba atrás a amplios sectores de trabajadores.
En su argumento central, Fink admite que la globalización previa es que el capital fluyó libremente en busca de rentabilidad, pero no necesariamente trajo prosperidad a las economías locales. Mientras los inversores del S&P 500 vieron rendimientos superiores al 3.800% desde la caída del Muro de Berlín, millones de trabajadores en zonas industriales sufrieron estancamiento y precariedad. Esta desigualdad alimentó el auge de nacionalismos económicos, como el que encarnó Donald Trump, que ahora Fink considera ineficaz y peligroso para la estabilidad global, y que las élites de Occidente quieren reemplazar como ya indica el alejamiento de ciertos sectores del entorno de Trump que antes le apoyaron. Sin embargo, resulta claro que, por su afiliación o por ignorancia, Fink desconoce que el modelo decadente actual no es estrictamente la primera globalización en el sentido de que desconociera las consecuencias antihumanas de la economía-mundo protoglobalista definida en el siglo XX por el historiador Immanuel Wallerstein.
En teoría, Fink propone una reglobalización basada en una democratización de los mercados financieros (sic). Su idea es convertir a los ciudadanos comunes en inversionistas activos, permitiendo que los ahorros personales se dirijan a financiar infraestructuras locales y empresas nacionales. Según Fink, esto crearía un círculo virtuoso donde los beneficios del crecimiento económico se distribuyen más equitativamente. Y cita como ejemplo de este enfoque el programa Nisa de inversión para jubilación en Japón.
Sin embargo, el proyecto enfrenta obstáculos significativos, especialmente en Europa. El CEO de BlackRock advierte que la excesiva burocracia en la Unión Europea frena el flujo de capital necesario para generar crecimiento. La fragmentación legal y los lentos procesos regulatorios dificultan la inversión en sectores estratégicos como la energía o la inteligencia artificial. Para Fink, la creación de una verdadera unión de ahorro e inversión europea es indispensable si Europa quiere ser competitiva en el nuevo escenario global.
Aunque ambiciosa, esta reglobalización propuesta por Fink no escapa a críticas. Si bien apunta a un capitalismo más inclusivo, muchos observadores advierten que podría ser una maniobra para preservar el dominio de las grandes gestoras como BlackRock, adaptando el sistema a nuevas exigencias sociales sin alterar sus estructuras fundamentales. La financiarización, si no es cuidadosamente regulada, puede profundizar las desigualdades que ahora se promete resolver.
No olvidemos que el propio concepto de capitalismo inclusivo surgió en una reunión de 2020 entre los representantes de los tres proyectos globales de la élite occidental —Nueva Babilonia (Nueva York), Nueva Jerusalén (Londres) y la Gran Europa entonces representada por el Vaticano jesuita de Bergoglio— en el que refrendaron de manera pública su alianza para impulsar la agenda maltusiana del fascismo verde (a.k.a. Gran Reseteo) disfrazándola de iniciativa para “redefinir el capitalismo” y “aprovechar el sector privado para crear un sistema económico según ellos más inclusivo, sostenible y confiable” a través del “Consejo para un Capitalismo Inclusivo”. La alianza estableció un consejo formado por un grupo principal de globalistas conocidos como los Guardianes del Capitalismo Inclusivo, que se reúnenosla anualmente con el Papa y entre los que figuran la Fundación Ford, Johnson & Johnson, Mastercard, Bank of America, la Fundación Rockefeller, Merck, y el títere de la corona británica, Mark Carney, entre otros. La fundadora del Consejo y socia directiva de esta organización es Lynn Forester de Rothschild.
La verdadera alternativa a la farsa de la reglobalización y a la economía-mundo capitalista originada en la Venecia del medioevo, consiste en construir un mundo libre de la dictadura de los banqueros, el capital judío y los clanes ocultistas de la aristocracia europea que aún controlan el sistema financiero transatlántico a través de la máscara del corporativismo. Se trata de construir un mundo en el que los gobiernos dejen de ser agencias al servicio de estas élites, y en el que las personas comprendan que la austeridad es la peor política posible, y que lo que se necesita es un sistema de crédito orientado a la inversión en el futuro.
Ese es el propósito de las Cuatro Leyes Básicas de Lyndon LaRouche:
- Implementar una nueva Ley Glass-Steagall para detener el casino especulativo de los banqueros.
- Crear un sistema nacional de crédito, sustentado en la idea de un banco nacional dedicado a invertir en el desarrollo interno del país. A esto se le denomina “sistema hamiltoniano”, en honor a Alexander Hamilton, primer secretario del Tesoro de Estados Unidos.
- La tercera ley es invertir en infraestructura, pero no como una serie de proyectos dispersos, sino como una plataforma integral de desarrollo económico para todo el país.
- Finalmente, se requiere el llamado “conductor científico”: invertir en las tecnologías más avanzadas para elevar la productividad y el nivel general de la economía.
Se supone que Trump era el actor natural con capacidad para ejecutar ese plan. Sin embargo, en artículos previos he explicado que el trumpismo es un modelo repleto de contradicciones. Algunos de los analistas que impulsan la narrativa del “choque de civilizaciones” (como una lucha entre “el bien y el mal”) argumentan que esto se debe a que toda transición es inherentemente caótica, y, por ende, el paso hacia un orden multipolar no puede evitar estar plagado de inconsistencias. Sin embargo, yo sostengo que estas contradicciones obedecen a un diseño deliberado. Tanto el modelo trumpista como el ultraglobalista fueron manufacturados y son alimentados por la aristocracia occidental con el propósito de alternarlos y enfrentarlos entre sí, generando ventajas geoestratégicas a través de su colisión y síntesis, en el sentido dialéctico hegeliano del término.
En este marco, el ultraglobalismo representa la tesis de línea dura de las élites occidentales, mientras que el trumpismo actúa como el “Plan Alternativo” de algunas facciones de esta misma oligarquía. Este plan aparece como una estrategia multidimensional que les permite a dichas élites adaptarse al rediseño multipolar, a la vez que colar tantos elementos del modelo ultraglobalista como les sea posible, sin revelar tantas contradicciones. O, en una perspectiva aún más maquiavélica: buscan sintetizar lo peor de ambos modelos —el vertical y el horizontal— para consolidar la posición de poder de las élites de Occidente ante cualquier desenlace.
En cuanto a la reglobalización inclusiva de BlackRock, el mensaje de Fink refleja un cambio en el relato de las élites financieras: frente a un mundo convulsionado por pandemias manufacturadas, guerras delegadas y crisis climáticas dizque antropogénicas, ya no basta con defender la vieja globalización para justificar las agendas maltusianas. Ahora, los ocultistas de Occidente proponen reescribirla bajo nuevas formas, en un esfuerzo por canalizar las tensiones sociales a favor de un nuevo orden económico más eficiente, pero también más controlado desde el poder financiero global.
Como ya es evidente, Trump se está quedando sin tiempo y pronto tendrá que traicionar a su propia tribu de financieros, o a la clase trabajadora que lo eligió, pues el globalismo y el nacionalismo son modelos irreconciliables y por más hermosa que luzca, cualquier síntesis que propongan los servidores de la oligarquía en sus propios términos sólo servirá a sus propios intereses, y no a los del ciudadano común.
