Por Mente Alternativa
Una vez más, los medios de comunicación de masas y los de contrainteligencia han resucitado la teoría de que un accidente en el Instituto de Virología de Wuhan fue el origen de la pandemia de COVID-19. En esta ocasión, la agencia de inteligencia alemana, BND, ha sido la encargada de difundir esta narrativa, afirmando que “cree” que así ocurrieron los hechos. Sin embargo, esta postura no es nueva ni aislada, sino que forma parte de una estrategia más amplia que hemos denunciado en repetidas ocasiones.
En artículos anteriores, hemos destacado el papel de la inteligencia británica en la promoción de esta teoría, que parece más una operación psicológica de contrainteligencia que una conclusión basada en evidencia sólida. Por ejemplo, en diciembre de 2024, la Administración Biden se sumó a esta campaña, que, como hemos explicado, busca eximir de responsabilidades a ciertos actores y, al mismo tiempo, perfilar a China como un enemigo justificable en el escenario global.
Es importante contextualizar estas acciones dentro de un marco geopolítico más amplio. Alemania, actualmente bajo la influencia de Friedrich Merz —figura vinculada a BlackRock—, parece alinearse con los intereses de los ultraglobalistas. BlackRock, junto con Vanguard, se encuentra entre los grandes beneficiarios de la crisis del COVID-19, habiendo acumulado ganancias multimillonarias durante la pandemia. BlackRock no solo es la interfaz que vincula la Agenda 2030 y el Gran Reseteo del Foro Económico Mundial, sino que también ha desempeñado un papel central en la desestabilización de la integración euroasiática.
Recientemente, hemos visto cómo BlackRock ha adquirido puertos estratégicos en todo el mundo, incluido el control del Canal de Panamá, bajo el impulso político de figuras como Donald Trump, con el objetivo de sabotear la Iniciativa de la Franja y la Ruta de china. Ya sea bajo un modelo ultraglobalista, o uno proteccionista regional, BlackRock posa sus tentáculos sobre sus objetivos.
Además, no podemos pasar por alto el asesinato del teniente general Igor Kirilov, jefe de las tropas de protección Nuclear, Biológica y Química (NBC) de Rusia, ocurrido en diciembre en Moscú. Kirilov fue eliminado en un operativo llevado a cabo por el Servicio de Seguridad de Ucrania (SBU). Este general había demostrado que el COVID-19 era un virus creado artificialmente, denunciando la obstrucción del gobierno estadounidense a una investigación independiente sobre los orígenes del virus. También expuso la participación de empresas como Pfizer y Moderna —grandes beneficiarias de la pandemia— en operaciones biológicas y militares lideradas por Estados Unidos en Ucrania.
La manipulación de la narrativa en torno al asesinato de Kirilov por parte de Londres y Washington no hace más que reforzar la idea de que estamos ante una campaña orquestada por Occidente para desviar la atención y culpar a un chivo expiatorio. Esta estrategia no es nueva: la misma red de inteligencia británica que promueve la teoría del “escape” del virus desde un laboratorio chino también ha estado detrás de conflictos prolongados y operaciones como el Rusiagate.
La insistencia en culpar al laboratorio de Wuhan parece más un intento de distracción y justificación geopolítica que una búsqueda genuina de la verdad. Mientras tanto, actores como BlackRock y ciertos gobiernos occidentales continúan beneficiándose de la desestabilización global, perpetuando una agenda que poco tiene que ver con el bienestar de los seres humanos.
