Por Harley Schlanger
El 9 de septiembre, la Casa Blanca informó de que el presidente Joe Biden y el presidente de China, Xi Jinping, mantuvieron una larga y sustanciosa conversación telefónica. Estados Unidos inició la llamada, después de meses sin contacto entre ambos líderes, un periodo de tiempo en el que las tensiones se intensificaron considerablemente, especialmente en torno a Taiwán y el Mar de China Meridional.
La Casa Blanca describió la interacción con Xi como una “discusión amplia y estratégica”, y los chinos dijeron que la llamada terminó con el compromiso de mantener “una comunicación en profundidad entre los líderes de China y Estados Unidos”. Biden dijo que no quiere una “nueva Guerra Fría”, y envió al asesor de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, a mantener una reunión de seguimiento con el máximo diplomático chino, Yang Jiechi, en Zúrich el 6 de octubre. Ambas partes confirmaron que se está trabajando en un plan para convocar una cumbre virtual Biden-Xi antes de finales de año.
Cabe destacar el comentario realizado por Biden el día anterior a la reunión Sullivan-Yang, según el cual Estados Unidos “respetará el acuerdo de Taiwán”, lo que se interpretó como la “política de una sola China”, que Estados Unidos ha apoyado desde el restablecimiento de las relaciones diplomáticas en 1979. En virtud de este acuerdo y de otros posteriores, Estados Unidos reconoce que Taiwán forma parte de China, y desde entonces no tiene tropas estacionadas permanentemente en la isla.
Sin embargo, la tensión ha aumentado, y la portavoz de la Casa Blanca, Jen Psaki, ha insistido en que los vuelos chinos en la zona de identificación de defensa aérea (ADIZ) de Taiwán -que han aumentado drásticamente desde principios de octubre- son “actividades militares provocativas”, aunque no violen el derecho internacional. El Secretario de Estado Blinken calificó estos vuelos de “provocación y potencialmente desestabilizadores”, y exigió que “deben detener estas acciones”. Mientras tanto, Estados Unidos, el Reino Unido y Francia siguen enviando buques de guerra a través del Estrecho de Taiwán, como parte de una estrategia de contención más amplia, que incluye la discusión abierta de una “OTAN asiática”, y la consolidación de un nuevo pacto de seguridad antichina, el acuerdo AUKUS entre Estados Unidos, el Reino Unido y Australia, que incluye la venta de submarinos nucleares estadounidenses a Australia. Aunque todas las partes del pacto AUKUS insisten en que el acuerdo no tiene como objetivo a China, el despliegue de una flota de submarinos nucleares con base en Australia compensa la falta de lugares de lanzamiento terrestres viables como parte de la contención militar de China.
Numerosos oficiales militares estadounidenses han declarado que tales alianzas y despliegues conjuntos son necesarios, ya que creen que una guerra con China es cada vez más probable. El almirante Philip Davidson, comandante del comando Indo-Pacífico de Estados Unidos, declaró en una audiencia del Congreso en marzo que cree que podría producirse una invasión china de Taiwán en los próximos seis años. El ministro de Defensa de Taiwán, Chiu Kuo-cheng, dijo la semana pasada que cree que China podría organizar una invasión para 2025. El hecho de que el despliegue militar de Estados Unidos está siendo moldeado por una ligera modificación de los conceptos geopolíticos británicos clásicos en relación con “Eurasia”, para cohonestar con la política de “Pivot to Asia” planteada por primera vez por el presidente Obama, quedó patente en un discurso pronunciado por el general de división Brad Gericke, director de estrategia, planificación y política del Ejército de Estados Unidos, según se informó en el “Breaking Defense” del 12 de octubre. Gericke dijo: “Yo diría que el dominio terrestre es el dominio esencial… es Asia el premio… Y es de donde… el poder económico, militar y social de la información va a emanar principalmente durante el próximo siglo”.
Para aumentar la tensión, el {Wall Street Journal} publicó una noticia, confirmada posteriormente por un funcionario del Pentágono que habló con la AFP, según la cual las fuerzas especiales estadounidenses han estado entrenando a personal del ejército y la marina de Taiwán durante el último año. Los chinos respondieron con dureza a este hecho, advirtiendo que si estallan los combates, los estadounidenses estarán entre los primeros objetivos.
Existe, pues, un gran abismo entre el énfasis de Biden en la diplomacia para evitar una “nueva guerra fría”, y las acciones y declaraciones de los oficiales militares estadounidenses, que indican que muchos de ellos tienen la firme convicción de que se avecina una guerra. En las audiencias del Congreso tras la retirada de Estados Unidos de Afganistán, quedó patente que el compromiso de Biden de poner fin a la guerra no era compartido por los altos cargos del Pentágono y de los servicios de inteligencia, ni por la gran mayoría del Congreso de ambos partidos.
Esta divergencia es una preocupación legítima para los dirigentes de China, y se suma al peligro de que estalle la guerra por un “error de cálculo”.
Fuente:
Harley Schlanger, en The LaRouche Organization: Do the War Hawks in the U.S. Really Want a War with China?
