Estados Unidos está aplicando a China el mismo tratamiento que antes reservaba sólo a Rusia. Pero con eso obliga a las dos primeras potencias militares del mundo a unir sus fuerzas, lo cual relativiza el poder de la OTAN.
Por Manlio Dinucci
Los Juegos Olímpicos de Invierno de 2014 –que se inauguraron en Sochi, Rusia, el 7 de febrero, poco antes de la explosión de la crisis ucraniana con el putsch de la Plaza Maidan– quedaron marcados por la campaña mediática antirrusa que los calificó como «las olimpiadas del zar Putin». El presidente estadounidense Barack Obama y su vicepresidente, Joe Biden, boicotearon aquella cita deportiva acusando a Rusia de violar los derechos humanos de los LGTB. Por supuesto, otros dirigentes internacionales se apresuraron a seguir el ejemplo de los dos principales dirigentes de la administración estadounidense.
Hoy vemos el mismo escenario con los Juegos Olímpicos de invierno Pekín 2022, presentados por la campaña mediática antichina como «los Juegos del poder de Xi, el Gran Timonel olímpico» (La Repubblica, 3 de febrero). El ahora presidente Joe Biden decidió boicotearlos, acusando a China de violar los derechos humanos de la etnia uigur. A partir de ahí, el Reino Unido, Canadá, Australia, Lituania, Estonia y… ¡Kosovo! –bajo investigación por tráfico de órganos humanos y de personas, lo cual dice mucho sobre su respeto por los derechos humanos– anunciaron un «boicot diplomático» contra los Juegos Olímpicos de invierno que se desarrollan en Pekín.
Este nuevo boicot contra un evento deportivo de envergadura mundial es parte de la política de «contención» (containment) contra China.
El problema es que la República Popular China no se limitó a mantenerse simplemente en el papel de «fábrica del mundo», hacia la cual las transnacionales estadounidenses y europeas movieron durante décadas la mayor parte de sus propias capacidades productivas, obteniendo con ello ganancias colosales. China materializó su propio desarrollo productivo y tecnológico y, sobre esa base, ha emprendido proyectos como el de la Nueva Ruta de la Seda: una red terrestre (de carreteras y vías férreas) y marítima entre China y Europa a través de Asia Central, Medio Oriente y Rusia.
En ese marco, se han reforzado las relaciones económicas entre China y Rusia, sobre todo después de las sanciones que Estados Unidos y la Unión Europea han impuesto contra Rusia. Los intercambios entre Estados Unidos y China siguen siendo importantes pero, dado que muchos de los productos que llegan al mercado estadounidense son fabricados en China por transnacionales estadounidenses o provienen de empresas chinas, Estados Unidos registra un déficit superior a los 300 000 millones de dólares en el comercio bilateral USA-China. Pero todavía más grave para Washington es el hecho que el porciento de dólares en las reservas monetarias chinas ha disminuido considerablemente y que China está buscando monedas alternativas para utilizarlas en el comercio internacional en lugar del billete verde, lo cual hace peligrar la hegemonía del dólar.
Sabiéndose incapaz de detener ese proceso, que puede poner fin a la dominación económica de Estados Unidos, Washington opta por lanzar su espada en la balanza. El containment económico se convierte así en containment militar. Cuando era jefe del mando de las fuerzas de Estados Unidos en la región Indo-Pacífico (IndoPaCom), que en la geopolítica de Washington se extiende desde la costa occidental de Estados Unidos hasta las costas de la India, el almirante Philip S. Davidson solicitó al Congreso 27 000 millones de dólares para instalar alrededor de China una cortina de bases de misiles y de sistemas satelitales. «Tenemos que comenzar a enfrentar a China desde una posición de fuerza», ha declarado el secretario de Estado Anthony Blinken.
Así surge AUKUS, la asociación estratégico-militar conformada por Australia, Reino Unido y Estados Unidos con «el imperativo de garantizar la paz y la estabilidad en el Indo-Pacífico». Estados Unidos y Reino Unido ayudarán a Australia a dotarse de submarinos nucleares portadores de misiles que seguramente también serán nucleares, como el Trident II D5 estadounidense que puede llevar hasta 14 cargas atómicas independientes. Esos submarinos, que de hecho estarán bajo las órdenes de Estados Unidos, podrían aproximarse a las costas de China y de Rusia para golpear en pocos minutos los principales objetivos en ambos países con una capacidad de destrucción equivalente a más de 20 000 bombas como la utilizada en Hiroshima.
Por consiguiente, China y Rusia fortalecen su cooperación no sólo en el plano económico sino también en los sectores político y militar. En la declaración conjunta que acaban de emitir en Pekín, los presidentes Xi Jinping y Vladimir Putin recalcan que «Rusia y China se oponen a los intentos externos de socavar la seguridad y la estabilidad en sus regiones adyacentes» y que «se oponen a la extensión ulterior de la OTAN» [1].
La estrategia Estados Unidos-OTAN de tensión y guerra, que nos hace retroceder a la confrontación entre bloques adversarios, rompe los cinco anillos entrelazados, símbolo olímpico de los cinco continentes unidos por «un mundo mejor y pacífico».
Notas al pie
[1] “Russia and China Joint Statement on the International Relations Entering a New Era and the Global Sustainable Development”, Voltaire Network, 4 de febrero de 2022.
Fuente:
Manlio Dinucci, en Il Manifesto: Los cinco anillos rotos. Traducción al español por Red Voltaire.