Por José Luis Preciado
El fracaso del DOGE Elon Musk confirma, punto por punto, la hipótesis que formulé en agosto de 2024: que era inviable trasladar el modelo protoglobalista de los venecianos a un imperio global en decadencia, como el estadounidense, con estructuras estatales obsoletas, contradictorias y dominadas por intereses plutocráticos. El anuncio reciente del transhumanista y contratista masivo del Pentágono, quien se aparta oficialmente del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), cierra este breve pero revelador experimento político-tecnocrático. Tanto Musk como la Casa Blanca han afirmado que DOGE continuará de alguna forma tras su marcha.
Cuando se especulaba sobre la entrada de Elon Musk en una hipotética Administración Trump, advertimos desde Mente Alternativa que su papel no sería ajeno al de los antiguos dogos de Venecia. Estos no gobernaban directamente, sino que manejaban desde las sombras las redes comerciales y estratégicas de la oligarquía de su época, evitando cargar con las responsabilidades visibles de un imperio tradicional. Sin embargo, tal como anticipamos, continuar reciclando ese modelo en el contexto estadounidense del siglo XXI implica ignorar una contradicción insalvable: las estructuras privadas y gubernamentales son irreconciliables, salvo que el Estado se subordine completamente al capital privado y entonces deje de ser Estado en el sentido soberano westfaliano. Y ni siquiera entonces se garantiza la estabilidad, dado el carácter especulativo del culmen ocultista de Occidente.
El DOGE Elon Musk fue una figura simbólica, una suerte de dogo criptopolítico postmoderno que aspiraba a modernizar la inercia del Estado a través de lógicas de mercado. Pero la realidad demostró que el gobierno federal estadounidense no es un espacio que pueda regirse por los principios de eficiencia empresarial. Musk se dio cuenta, tras intentar recortar billones en gasto público y chocar con la resistencia de burócratas, legisladores y pactos inamovibles, de que la maquinaria estatal opera con otras reglas. Dejó su cargo decepcionado, como él mismo declaró, ante la aprobación de un megaproyecto de ley que perpetúa el déficit y socava la pretendida eficiencia.
Esto valida lo señalado por el economista Thomas DiLorenzo: el gobierno no puede ser eficiente porque no opera en un mercado competitivo, y las fallas no son accidentales sino estructurales. Lo mismo advertimos en agosto de 2024 al comparar el rol de Musk con el del dogo Enrico Dandolo, quien en su momento rechazó asumir directamente las cargas políticas del Imperio Bizantino, optando por asegurar el monopolio de las rutas y comunicaciones estratégicas. Pero Estados Unidos y sus elites carecen hoy de la capacidad de manejar su decadencia sin provocar caos interno.
El DOGE Elon Musk encarnó el sueño de una elite tecnocrática que intenta mantener la hegemonía estadounidense mediante nuevas formas de poder blando y eficiencia simulada. Pero su renuncia prueba que ni el control sobre la infraestructura crítica, ni los discursos empresariales, pueden contener el colapso sistémico de un imperio que se desmorona. Así como el modelo veneciano se basó en estructuras aristocráticas horizontales que neutralizaron la verticalidad de los señores feudales, el juego de la tecnocracia de Silicon Valley solo ha puesto en evidencia las contradicciones del entramado político-económico estadounidense, que sigue anclado a estructuras aristocráticas que se alinean y comportan como horizontales o verticales a voluntad, según sus intereses inmediatos.
La economía-mundo que definió y estudió el historiador Immanuel Wallerstein ya no se puede mantener sin asumir costos políticos visibles. En este sentido, el DOGE Elon Musk fue menos un dogo veneciano y más un espejismo de control tecnocrático en un contexto donde la entropía institucional ya es irreversible. El fracaso no solo era previsible: era inevitable.
