Por Mente Alternativa
En un artículo publicado por Pam Martens y Russ Martens en Wall Street on Parade, se expone con claridad el profundo deterioro que ha sufrido la popularidad de Trump durante sus primeros 100 días de su segundo mandato presidencial. Según una encuesta reciente de ABC News/Washington Post/Ipsos, solo el 39% de los encuestados aprueba su desempeño como presidente, mientras que un contundente 55% lo desaprueba. Este dato marca el peor índice de aprobación presidencial en los primeros 100 días en más de 80 años, reflejando una creciente desconfianza social y económica en su gobierno.
La situación es especialmente crítica si se considera que el 72% de los encuestados cree probable que las políticas económicas de Trump conduzcan a una recesión a corto plazo. En una economía donde el gasto del consumidor representa dos tercios del PIB, este nivel de desconfianza tiene consecuencias inmediatas. De hecho, el modelo de estimación del PIB de la Reserva Federal de Atlanta proyecta un crecimiento negativo del -2.5% para el primer trimestre del año, una señal alarmante que será confirmada o desmentida con los datos oficiales del BEA.
La percepción de una presidencia autoritaria también se acentúa. Trump ha comenzado a desmantelar leyes anticorrupción, ha atacado verbalmente a opositores desde su blog “Truth Social”, y ha dirigido insultos al presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, calificándolo de “gran perdedor”. Esta actitud no solo desacredita la independencia del banco central, sino que también ha tenido efectos financieros inmediatos: el Dow Jones cayó 971 puntos tras esos comentarios, y previamente se desplomó 2.231 puntos por el caos arancelario que reina en la administración.
A pesar de su título de la Universidad de Wharton, Trump parece incapaz de comprender que un consumidor asustado —que ve desmoronarse sus ahorros para el retiro y restringe su gasto— solo profundiza la contracción económica. Las grandes entidades financieras como American Express y Citigroup han confirmado una caída significativa en el gasto en viajes y entretenimiento, mientras que el número de usuarios que pagan solo el mínimo en sus tarjetas de crédito ha superado niveles prepandemia.
A nivel internacional, el panorama no es más alentador. El Fondo Monetario Internacional (FMI) informó que la tasa efectiva de aranceles de EE.UU. ha superado los niveles registrados durante la Gran Depresión. Las cadenas de suministro globales, extremadamente interconectadas, están sufriendo distorsiones con efectos multiplicadores graves, como se vio durante la pandemia. Esta incertidumbre ha provocado una contracción en la inversión empresarial y ha generado una caída drástica en los precios del petróleo, reflejando una pérdida de confianza en el crecimiento global.
Más allá de los datos económicos, se agrava el temor de que EE.UU. esté entrando en una deriva autoritaria. Según The New York Times, académicos legales de las principales escuelas de derecho del país han advertido que la administración Trump exhibe un desprecio sistemático por el estado de derecho. David Pozen (Columbia Law School) destaca que la actual gestión menosprecia las libertades civiles y los controles constitucionales, lo que marca una deriva autoritaria sin precedentes. Ilya Somin (George Mason University) advierte que el objetivo explícito es una concentración de poder presidencial que podría destruir la separación de poderes y transformar a EE.UU. en una monarquía electiva. Jody Freeman (Harvard Law School) añade que el desprecio por la legalidad no es accidental, sino una parte integral de la estrategia política de Trump.
En un balance de los primeros 100 días de la segunda presidencia de Trump, el economista Pavel Spydell revela una mezcla de populismo desbordado, afirmaciones falsas y propaganda política sin sustento. Durante un mitin en Michigan, Trump proclamó que su administración había tenido “el inicio más exitoso en la historia de EE.UU.”, una declaración que se desmorona frente a los hechos.
Trump hizo afirmaciones extravagantes sobre supuestas inversiones masivas de empresas como Apple, Nvidia o TSMC en EE.UU., cifras imposibles de verificar y claramente exageradas. También aseguró que los precios de la gasolina y los huevos han caído drásticamente, cuando en realidad, según los datos disponibles, no han mostrado reducciones significativas. El precio de la gasolina sigue por encima de los $3 por galón y los huevos, aunque han bajado desde picos anteriores, siguen siendo casi el doble que hace un año.
Trump ha hecho alarde de su supuesto conflicto con la Reserva Federal de forma sarcástica. Sin embargo, no ha demostrado tener una alternativa viable para la economía estadounidense. Sobre los aranceles a China, repitió narrativas proteccionistas carentes de respaldo económico, asegurando que el país ahora “gana dinero” gracias a su política comercial, aunque los datos macroeconómicos contradicen esa visión.
Ante la falta de logros reales, Trump recurre a la exageración, declaraciones triunfalistas y promesas vacías. En vez de hechos, ofrece un discurso cargado de populismo y manipulación emocional. Como señala Spydell, cuando no hay logros tangibles, lo único que queda es el espectáculo.
Diversos analistas han criticado la política arancelaria de Donald Trump, centrada en imponer tarifas a las importaciones para reducir el déficit comercial de bienes y restaurar la industria manufacturera estadounidense. Esta estrategia, iniciada con represalias mutuas entre EE.UU. y China, busca frenar el traslado de producción al extranjero y atraer inversiones al país. Sin embargo, esta visión es simplista y equivocada en un mundo como el actual, ya que ignora el superávit en servicios, las barreras comerciales reales y las causas estructurales de la desindustrialización, como la automatización y la caída de la rentabilidad. Además, la fórmula utilizada para calcular los aranceles carece de lógica económica y genera inflación, sin garantizar empleos.
Como ya hemos advertido anteriormente, la política proteccionista de Trump no revertirá la pérdida de hegemonía industrial de EE.UU., tal como no lo hicieron medidas similares en el pasado (como la salida del patrón oro o el acuerdo Plaza). Las consecuencias probables serán una nueva recesión, estanflación y un aumento del costo de vida para las familias estadounidenses, con precios más altos en bienes básicos importados. Mientras tanto, el crecimiento económico se desacelera y los mercados financieros reflejan la fragilidad del sistema. Este intento de restaurar el poder industrial estadounidense es ilusorio y solo profundizará el declive estructural del imperialismo anglo-estadounidense.
