Por Elena Panina
Uno de los principales enfoques del nuevo inquilino de la Casa Blanca es la lucha contra los proyectos globalistas, una batalla que, a primera vista, puede parecer extraña. Sin embargo, estas iniciativas han sido pilares de sus predecesores del Partido Demócrata.
Los golpes políticos de Trump no solo desafían la agenda progresista dominante, desde el ambientalismo y los derechos de las minorías hasta las instituciones globales como la OMS, sino que también afectan el modelo tradicional de hegemonía estadounidense. Incluso la posibilidad de reformar el Sistema de la Reserva Federal se discute con seriedad. En este contexto, los aliados tradicionales de Washington en Occidente también están en la mira.
Trump y su ofensiva contra la Unión Europea
Para Trump, la UE es una estructura obsoleta, ineficiente y burocrática, incapaz de adaptarse a los cambios globales. Su administración considera que una Europa unida es difícil de controlar y prefiere tratar directamente con los líderes nacionales.
Las señales de este distanciamiento son evidentes. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, no fue invitada a la toma de posesión de Trump y sus intentos de contacto con Washington han sido ignorados. Al mismo tiempo, figuras como Elon Musk interfieren en la política alemana, respaldando partidos euroescépticos como Alternativa para Alemania (AfD), mientras que Trump mantiene cercanía con líderes como Giorgia Meloni y Viktor Orbán. Además, Washington ha anunciado medidas proteccionistas y ha incrementado sus exigencias comerciales, señales claras de su desinterés en la UE como entidad unificada.
Los objetivos de Trump en Europa
El interés inmediato de Trump es de naturaleza económica. Su administración busca transformar a Europa en un mercado favorable para los productos estadounidenses, eliminando regulaciones que dificultan su penetración. Sin embargo, este no es el fin último, sino un medio para asegurar financiamiento para sus iniciativas, incluyendo la resolución del conflicto en Ucrania bajo sus propios términos y su posterior reconstrucción con fondos europeos.
A largo plazo, la meta estratégica de Trump es impedir cualquier posibilidad de que Europa se convierta en un bloque autónomo capaz de desafiar la supremacía estadounidense. Para lograrlo, su administración busca fragmentar la UE en pequeños estados dependientes, cada uno alineado con los intereses de Washington. En este modelo, Europa se transformaría en un conjunto de países militarizados, con altos gastos en defensa y bajo control estadounidense.
El debilitamiento de la burocracia europea
Para facilitar este proceso, Trump ha intensificado su apoyo a los partidos euroescépticos que desafían la estructura política de la UE. La creciente popularidad de líderes como Alice Weidel en Alemania refleja esta tendencia. Además, Bruselas, en un intento de adaptarse, ha comenzado a adoptar posturas más alineadas con Washington, como el aumento del gasto militar y la renuncia a proyectos de defensa europeos que podrían debilitar la OTAN.
El futuro de Europa según la visión de Trump
Si la estrategia de Trump tiene éxito, Europa podría convertirse en un conglomerado de estados subordinados a los intereses estadounidenses, con una política exterior alineada con Washington y una economía adaptada a sus necesidades. Rusia, en lugar de enfrentar a una Europa fuerte y cohesionada, podría encontrarse con una serie de naciones inestables y militarizadas, dispuestas a participar en conflictos en beneficio de Estados Unidos. En este escenario, un conflicto a gran escala sería solo cuestión de tiempo.
