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La elección del Parlamento Europeo, una mascarada muy costosa

Las elecciones europeas no tienen otro objetivo que hacernos creer que la Unión Europea es una entidad democrática, explica Thierry Meyssan. Sin embargo, el Parlamento Europeo no cuenta con las mismas prerrogativas que los parlamentos nacionales. Y, en realidad, no sirve prácticamente para nada. Pero su mandatura costará 15 millones de euros. Aún más costosa en consecuencias será la federalización de la Unión Europea, en detrimento de la soberanía de los Estados miembros —algo que escapa totalmente a la comprensión de los electores que aún no perciben lo que significaría para ellos la desaparición de las prerrogativas nacionales de los Estados, que sería de hecho la desaparición de los propios Estados.

 

Por Thierry Meyssan

La elección del nuevo Parlamento Europeo tendrá lugar del 6 al 9 de junio, según los Estados miembros. El poder del Parlamento Europeo es muy limitado: los eurodiputados sólo votan los proyectos de leyes ya redactados por la Comisión Europea. Desde que fue creada, la Comisión Europea es sólo la correa de transmisión de la OTAN en las instituciones europeas y se apoya simultáneamente en el Consejo Europeo –que reúne a los jefes de Estado y/o de gobierno de los países miembros de la UE– y en los dueños de empresas europeos (BusinessEurope). Los eurodiputados sólo pueden emitir resoluciones, aprobadas por mayoría simple, que expresan opiniones, opiniones que nadie lee y que nadie trata de convertir en acciones concretas. Dado el hecho que la mayoría de los eurodiputados son atlantistas, las opiniones expresadas en esas resoluciones reproducen la propaganda de la OTAN.

Tradicionalmente, las elecciones europeas sirven de válvula de escape para las tensiones existentes en los diferentes Estados miembros de la UE. Por esa razón, los gobiernos siempre temen lo que pueda pasar en esa consulta y favorecen una multiplicación de listas alternativas en los territorios de sus adversarios políticos. En Francia, país con leyes muy restrictivas sobre el financiamiento de las campañas políticas, el dinero que Estados Unidos y la presidencia de la República inyectan en esas campañas “europeas” proviene sobre todo de otros Estados –generalmente de países africanos– y de quienes imprimen la propaganda electoral de los candidatos. El resultado de esa estrategia es una impresionante multiplicación de la cantidad de listas –en Francia ya son 21… ¡y en Alemania se cuentan 35!

Las elecciones europeas se hacen siempre mediante la presentación de listas electorales por cada partido, pero cada país tiene su propio sistema de escrutinio. En la mayoría de los casos se trata de listas “cerradas” [1], como en Francia y Alemania. En otros países, como en Irlanda y en Malta, los puestos disponibles se disputan uno por uno, lo cual reduce el papel de los partidos. Otros países practican el sistema de listas “abiertas”, donde cada partido presenta una lista de candidatos, pero los electores pueden modificar el orden de los candidatos en la lista, como en Suecia y en Bélgica. En Luxemburgo, los electores pueden escoger candidatos en listas diferentes. Cada uno de esos sistemas tiene sus ventajas e inconvenientes, pero no miden lo mismo.

Los tratados sobre la creación de la Unión Europea preveían la creación de partidos “europeos”. Pero en la práctica no se han creado partidos de envergadura internacional… lo cual indica que no existe un “Pueblo europeo”.

Por consiguiente, en cada país miembro de la UE, se invita los partidos nacionales a reunirse en alianzas por tendencias, dentro de alianzas europeas que van a designar “su” candidato a la presidencia de la Comisión Europea. Y quien decide finalmente cuál de esos candidatos se convertirá en presidente de la Comisión Europea \[el puesto que hoy ocupa la alemana Ursula von der Leyen] es el Consejo Europeo, conformado por los jefes de Estado y/o de gobierno de los diferentes países miembros de la Unión Europea.

Ese modo de elección indirecta se estableció en 2014. En la práctica, ya se sabía de antemano cuál era la “coalición” de mayor envergadura. Así que Jean-Claude Juncker, y después la señora Ursula von der Leyen, ya estaban designados… antes de que su coalición obtuviese una mayoría relativa.

La posible designación de Mario Draghi como próximo presidente de la Comisión Europea, significaría que la coalición que lo presenta ha cambiado de opinión a última hora. En principio, la designación había recaído nuevamente en la señora Ursula von der Leyen, pero el informe de Mario Draghi sobre la competitividad de las empresas europeas vino a modificar el panorama… e incluso los objetivos de la Comisión. En efecto, esta manipulación en la designación del candidato permitiría un brusco cambio en los temas de discusión: con vista a las elecciones se ha hablado de los resultados de la gestión de la señora von der Leyen a la cabeza de la Comisión Europea, pero el objetivo es ahora la federalización de la Unión Europea, en detrimento de la soberanía de los Estados miembros.

Este último tema es algo que escapa totalmente a la comprensión de los electores. Estos pueden pensar, con cierta lógica, que “en la unión está la fuerza”, pero ciertamente todavía no perciben lo que significaría para ellos la desaparición de las prerrogativas nacionales de los Estados, que sería de hecho la desaparición de los propios Estados. En este momento, la Unión Europea ya no es democrática. Pero el “Estado Europa” sería aún menos democrático.

La interrogante fundamental del momento, aunque nadie la menciona, es la siguiente: ¿Deben las poblaciones de los diferentes países miembros de la Unión Europea formar, sí o no, un Estado único, aunque hasta ahora no constituyen un solo Pueblo?

Dicho de otra manera: ¿Aceptarán esas poblaciones que les impongan decisiones tomadas por una mayoría de “regiones” (ya no se podría hablar de “países” ni de “Estados” miembros), con intereses y visiones diferentes a los de su propia “región”?

 

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Esta problemática ya fue planteada explícitamente, en 1939, por el canciller alemán Adolf Hitler, quien pretendía crear una “Gran Alemania”, con todos los pueblos germanoparlantes, mientras que alrededor de esa “Gran Alemania” gravitaría una constelación de pequeños Estados europeos, creados cada uno para una etnia. Después de la caída del Reich, en 1946, el primer ministro británico, Winston Churchill, deseaba la creación de los “Estados Unidos de Europa” –entidad en la que sin embargo el Reino Unido se cuidaría mucho de participar \[2]. El objetivo de Churchill era que el Reino Unido tuviese en Europa un solo interlocutor, que nunca llegaría a poder rivalizar con el poderío británico. Aquel proyecto tampoco llegó a realizarse, en su lugar apareció un “mercado común”, pero hoy la Unión Europea actual vuelve enfilarse hacia aquel rumbo.

En el plano económico, la Unión Europea se dirige hacia la especialización de cada uno de sus miembros en una actividad precisa. Por ejemplo, Alemania se dedicaría al sector automovilístico, Francia a los artículos de lujo y Polonia a la producción agrícola. Pero, ¿qué pensarían de eso los agricultores alemanes y franceses? ¿Qué pasaría cuando se viesen sacrificados, al igual que los cuadros y trabajadores de la industria automovilística polaca?

En cuanto a la política exterior y la defensa, la Unión Europea ya está aplicando la doctrina atlantista. O sea, la UE defiende las mismas posiciones que Washington y Londres. Pero esa línea sería impuesta a los pueblos de todos los miembros de la Unión, incluyendo a los húngaros, que hoy se niegan a convertirse en “antirrusos”, y a los españoles, que niegan su apoyo a los genocidas israelíes. Según los tratados, la OTAN es responsable de la defensa de la Unión Europea. Como presidente de Estados Unidos, Donald Trump exigía que los europeos asuman por entero el costo de esa defensa aumentando sus presupuestos militares hasta dedicarles al menos un 2% de su PIB, para que la defensa de los europeos no costara ni un centavo a los estadounidenses. Hasta el día de hoy sólo 8 de los 27 Estados miembros de la Unión Europea han cumplido esa exigencia de Washington, planteada a través de la OTAN. Si la UE se convirtiese en un solo Estado, ese deseo de Washington se convertiría en una obligación para todos los europeos. Para ciertos Estados, como Italia, España y Luxemburgo, eso implicaría una súbita reducción de los fondos disponibles para los programas sociales nacionales. Es poco probable que los pueblos afectados estén de acuerdo con eso.

Está, además, el caso particular de Francia, país miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU y que dispone de la bomba atómica. Francia tendría que poner esas prerrogativas al servicio del Estado único europeo, abriendo así la posibilidad de que el Consejo Europeo las utilice en contra de las opiniones e intereses de los franceses. También parece difícil que la población interesada, en este caso los franceses, acepte tal cosa alegremente.

En todo caso, el Estado-Europa –téngase en cuenta que no estamos hablando del continente europeo sino de los países miembros de la Unión Europea– sería en realidad un imperio, aunque una parte de su territorio –el norte de Chipre– vive desde 1974 bajo la ocupación turca, lo cual no parece preocupar a la UE.

Ninguno de esos problemas es nuevo. Pero son esos problemas los que llevaron a que ciertos políticos, como el general Charles de Gaulle, aceptaran el “mercado común” mientras que rechazaban la “Europa federal”. Los dirigentes atlantistas europeos tienen todas esas cuestiones en mente, pero no sucede lo mismo con los pueblos que ellos supuestamente representan, así que esos dirigentes tratarán por todos los medios de ocultar esos problemas a los electores europeos en plena campaña electoral.

A esos problemas políticos se agrega otro, de naturaleza organizacional. La era industrial deja hoy su lugar a la era de la informática y de la inteligencia artificial. En lugar de las organizaciones verticales del inicio del siglo XX, hoy se imponen, tanto en la economía como en la política, las organizaciones horizontales en red. Por esa razón, el modelo vertical del futuro Estado-Europa ya es obsoleto en este momento, cuando ese Estado-Europa ni siquiera se ha instaurado aún. Todos los que conocen la enorme y pesada maquinaria administrativa característica de la Unión Europea ya han podido comprobar que esta no logra, a fin de cuentas, otra cosa que obstaculizar el crecimiento económico que supuestamente debería estimular. En este momento, la Unión Europea se ha quedado muy por detrás de China, de Rusia y de Estados Unidos. El proyecto federal en definitiva no sólo no le permitirá volver a levantarse sino que le hará perder todavía más terreno ante las potencias emergentes.

Podría pensarse que los partidarios del Estado-Europa deberían estar interesados en estimular la más amplia participación de las poblaciones para legitimar su proyecto. Pero ya puede verse que no es así, dado el hecho que en esta campaña electoral europea nadie habla del proyecto de federalización de la UE. Los dirigentes están dejando ese tema para después, para abordarlo cuando Mario Draghi ya haya sido entronizado. Y también están haciendo todo lo posible para destacar que la institución supranacional organiza elecciones –lo cual supuestamente bastaría para hacerla “democrática”–, pero a la vez tratan de garantizar que participe la menor cantidad posible de gente. La participación en todo el conjunto de la Unión Europea podría incluso quedarse por debajo de la mitad de los electores.

 

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Fuente:

Thierry Meyssan, en Red Voltaire: Elección del Parlamento Europeo, una mascarada muy costosa. 14 de mayo de 2024.

 

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