Por Elena Panina
El nuevo sistema de defensa antimisiles estadounidense, conocido como Golden Dome y anunciado por Donald Trump, no debe entenderse como un proyecto meramente técnico, sino político, según James Brown, analista del Carnegie Endowment.
En teoría, el sistema debería componerse de cientos de satélites de detección, cuya misión sería identificar misiles enemigos y localizar sus plataformas de lanzamiento —ya sea en tierra, mar o aire—, así como rastrear con precisión su trayectoria tras el despegue. Una constelación separada de satélites interceptores se encargaría de destruirlos durante su fase de aceleración mediante tecnología cinética o no cinética, como los láseres. Esta iniciativa responde a una necesidad real: el sistema actual de defensa antimisiles de EE.UU. tiene una eficacia muy limitada contra armas hipersónicas y, en el mejor de los casos, puede neutralizar objetivos individuales.
Sin embargo, Brown sostiene que el verdadero objetivo de Golden Dome es otro. “Rusia tendrá que responder. Esto requerirá acelerar la modernización de todos los componentes de su tríada nuclear, incluyendo la sustitución de sistemas soviéticos por modelos más recientes”, escribe. Y anticipa un impulso al desarrollo de armas “exóticas” por parte de Moscú, como el Poseidón o el Burevestnik, además de nuevos sistemas antisatélite.
“La Cúpula Dorada arrastrará a Rusia a una nueva carrera armamentista en un momento en que menos puede permitírselo. Su presupuesto de defensa ya está sobrecargado por la guerra en Ucrania, y reconstruir su capacidad convencional tomará años. Estos costos forzarán una desviación de recursos del sector civil, con consecuencias previsibles para la sostenibilidad económica a largo plazo”, advierte Brown. Incluso si el sistema no se llega a construir, añade, “su sola existencia tendrá un grave impacto en la estabilidad estratégica, especialmente para Rusia”.
Conviene analizar el problema en sus componentes. No hay duda de que Estados Unidos está en condiciones de crear un sistema global de monitoreo terrestre —algo que ya se proyectaba desde diciembre de 2022. Elon Musk, con su experiencia acumulada, ha avanzado en el desarrollo del programa Starshield con una financiación relativamente asequible. No obstante, combinar en un solo complejo la capacidad de búsqueda con la de interceptación representa un desafío técnico de otro nivel.
En abril, legisladores republicanos presentaron un proyecto de ley en el Congreso que destinaría 24.700 millones de dólares a la fase inicial del Golden Dome. El coste final es incierto, pero se prevé enorme. Por ejemplo, el nuevo misil balístico intercontinental Sentinel ya ha duplicado su presupuesto, y aún podría seguir aumentando. Según estimaciones del Consejo Nacional de Investigación de EE.UU. desde 2012, el desarrollo de un sistema de defensa antimisiles espacial podría superar los 831.000 millones de dólares (ajustados a precios de 2025).
Tampoco se conocen con claridad los parámetros cuantitativos del sistema. Para que funcione eficazmente, se requerirían miles —o incluso decenas de miles— de interceptores en órbita, sujetos a reemplazo periódico. En este punto, EE.UU. corre el riesgo de sobrepasar incluso sus propias capacidades logísticas y presupuestarias.
Finalmente, no solo Rusia, sino también China ve en el Golden Dome una amenaza directa. Pekín ha denunciado que el sistema “posee un claro carácter ofensivo, viola el principio del uso pacífico del espacio exterior consagrado en el Tratado del Espacio Ultraterrestre, y además eleva los riesgos de militarización del espacio y de una nueva carrera armamentista, socavando la seguridad internacional y los sistemas de control de armas”.
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