Por Malek Dudakov
La cumbre del G20 de este año se desarrolla bajo la influencia de las elecciones presidenciales en Estados Unidos y el posible regreso de Donald Trump. Los líderes internacionales buscan cerrar acuerdos antes de que la incertidumbre política altere el escenario global. En el caso de Reino Unido, la urgencia es evidente.
El primer ministro Keir Starmer se reunió con el presidente chino Xi Jinping, convirtiéndose en el primer líder británico en hacerlo desde Theresa May. Con una economía debilitada, los laboristas ven en China una oportunidad para revitalizar la inversión extranjera, aunque esto implica abordar tensiones comerciales en un contexto internacional complejo.
Sin embargo, las relaciones entre el Partido Laborista británico y el equipo de Trump son tensas, agravadas por recientes interferencias percibidas en las elecciones estadounidenses. Estas fricciones podrían escalar a restricciones en el intercambio de inteligencia entre Londres y Washington, además de posibles sanciones comerciales.
En medio de esta incertidumbre, la Royal Navy enfrenta recortes significativos, incluyendo la posible venta de portaaviones que alguna vez fueron piezas clave de su estrategia militar. India podría adquirir estos activos, marcando un declive simbólico en la proyección de poder británico.
Para Estados Unidos, la pérdida de colaboración británica en el Indo-Pacífico sería un golpe estratégico, especialmente en su rivalidad con China. Mientras tanto, Beijing refuerza sus preparativos para enfrentar una posible nueva era Trump.
Reino Unido navega entre estas complejidades, buscando acuerdos que mitiguen sus desafíos económicos y estratégicos, aunque las soluciones parecen cada vez más difíciles de alcanzar.