En su obra de 1863 “Los Jesuitas: presentados en cuadros históricos, sobre las correspondientes pruebas, y con reflexiones al caso especialmente en sus cosas de América. I-III” (reeditado por Nabu Press en 2010), el clérigo, político e intelectual peruano Francisco Paula González de Vigil, narra cómo los Rothschild fueron integrados a la banca y la corte de los Habsburgo, asesorada por jesuitas: “En la Corte de Leopoldo I de Habsburgo (1640 – 1705), emperador del Imperio Austro-húngaro, que estaba plagada de asesores jesuitas, servía como banquero el judío Samuel Openheimer, en cuya banca entró a trabajar desde muy joven un tipo de apellido fundamental en la historia de la banca, un tal Mayer Amschel Rothschild.”
Por Francisco Paula González de Vigil
Tal era el ciego fanatismo del príncipe, que no dudaba decir: yo me admiro de que los formados me detesten, no advierten que yo los persigo por afecto, únicamente por asegurar su dicha eterna.
La persecución organizada por Fernando II bajo la influencia suprema de los jesuitas, ha retardado la civilización en ciento cincuenta años al otro lado del Rin. La Alemania poseía una brillante escuela de pintura, gravadores famosos, sabios, una literatura naciente. … la ignorancia y el embrutecimiento hacían compañía a la miseria.
Contrariados por la Francia, los jesuitas en sus maniobras ambiciosas transportaron su aparato fúnebre a nuestro suelo, y se vengaron obteniendo la revocación del edicto de Nantes. Las dragonadas y cuanto las acompañó, han sido una imitación de lo que hicieron en los estados austriacos.
Leopoldo I, nieto de Fernando II, tuvo por preceptor al padre jesuita Neidbard, llamado por los historiadores Nitardi, a quien la hermana de su discípulo llevó mas tarde á España, donde fue inquisidor mayor.
El niño se ocupaba en limpiar santos y hacer altares, y ejerció después humildemente el poder soberano a placer de sus maestros. Los jesuitas tenían en él un príncipe según su corazón. Todas las mañanas oía tres misas. Un día en que acababa de sentarse a comer, cayó un rayo en el cuarto; y cuando los demás corrían y se agitaban, dijo Leopoldo con frialdad —pues que Dios nos da una señal tan clara, de que este momento sería mas a propósito para el ayuno y la oración, que para los placeres de la mesa, llevad los platos.
La nobleza de corte y los jesuitas reinaban bajo de su nombre, y despachaban todos los negocios. Los confesores del príncipe, Muller y Bocabella, ayudados en Viena por doscientos cincuenta jesuitas, ejercían una influencia aun mas formidable. La acción política del emperador se limitaba en gran parte a firmar lo qué se le presentaba redactado. No leía sino un pequeño número, y corregía alguna frase irregular, rubricaba lo demás como una máquina. En el desgraciado año de 1683 en que los turcos sitiaron Viena, puso su firma al pie de ocho mil doscientas sescnta y cinco piezas oficiales.
Los jesuitas le habían enseñado todo, menos el arte de gobernar, para tener en sus manos los hilos de la política. Muchas veces se encontró en las puertas del palacio un papel en que estaban escritas estas palabras: “Leopolde, sis Caesar et non musicus, sis Caesar et non jesuita.”
Leopoldo cayó enfermo, sus síntomas desconcertaron a los médicos y se empezó a temer por su vida. Francisco Borri, célebre alquimista, se hallaba arrestado en Moravia por el nuncio apostólico, pues el Papa había ofrecido treinta y cinco mil francos a quien entregase a ese caballero milanés. Leopoldo manifestó deseo de ver al alquimista, que fue introducido a su cámara. Ardían dos bujías que daban una lúgubre apariencia. Borri notó que estaba emponzoñado el aire que se respiraba en el aposento del enfermo, é hizo llamar al médico. Las bujías que alumbraban en el de la emperatriz, daban una luz mas plácida, sin emitir vapor ni rechinar. Fueron analizadas las bujías restantes de la misma calidad que las que ardían en la cámara del paciente, y se descubrió que la mecha había sido mojada en una disolución de arsénico y rodeada después de cera pura. Un perro, al cual sele dio un pedazo de las mechas envenenadas mezclado en comida, murió al cabo de tres horas. Las ceras de que no se hiciera uso, contenían dos libras y media de arsénico… El padre procurador de los jesuitas había hecho traer las ceras.
Hubo movimientos en Hungría, y el emperador nombró jueces excepcionales, lo que era contrario a las leyes húngaras. Se agitó en el tribunal una cuestión singular respecto de Nadasty, contra cuya conducta nada había que decir, y que solicitaba la clemencia del emperador.
Se preguntó pues: ¿es justo, y útil perdonar al confidente, al cómplice de una conspiración, que a mas de acreditar arrepentimiento, ha impedido en cuanto pudo la ejecución del proyecto, si por otra parte el inculpado posee grandes bienes, tiene numerosos partidarios y un renombre merecido?
El problema fue resuelto negativamente por mayoría de votos. Mejor era agraciar a un hombre más culpable, pero menos rico, menos hábil…sigue aquí de varias fuentes que: En la Corte de Leopoldo I de Habsburgo (1640 – 1705), emperador del Imperio Austro-húngaro, que estaba plagada de asesores jesuitas, servía como banquero el judío Samuel Openheimer, en cuya banca entró a trabajar desde muy joven un tipo de apellido fundamental en la historia de la banca, un tal Mayer Amschel Rothschild.
Fuente:
Francisco Paula González de Vigil: Los Jesuitas Presentados En Cuadros Historicos, Sobre Las Correspondientes Pruebas, Y Con Reflexiones Al Caso, Especialmente En Sus Cosas De América. Nabu Press, 2010. 784 páginas.
