En la competición de las grandes potencias, todo está conectado: Las inciertas negociaciones entre Rusia y la OTAN sobre Ucrania podrían verse afectadas por el giro postelectoral de Turquía y el regreso de Siria a la Liga Árabe. En Moscú no se hacen ilusiones sobre “el Sultán” ni sobre hacia dónde se dirige Turquía, que necesita imperiosamente la cooperación militar y energética rusa. Por lo que, si el giro geopolítico de Ankara es hostil, serán los turcos los que acabarán perdiendo asientos de primera en los trenes de alta velocidad euroasiáticos —desde los BRICS+ hasta la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) y todos los espacios intermedios.
Por Pepe Escobar
Asia Occidental es una región que está experimentando actualmente una gran actividad geopolítica. Los recientes esfuerzos diplomáticos, iniciados por Rusia y supervisados por China, han garantizado un acercamiento entre Irán y Arabia Saudí largamente añorado, mientras que el regreso de Siria a la Liga Árabe ha sido acogido a bombo y platillo. La oleada diplomática señala un alejamiento de las tácticas imperiales de “divide y vencerás” que se han utilizado durante décadas para crear divisiones nacionales, tribales y sectarias en toda esta región estratégica.
La guerra por poderes en Siria, respaldada por el Imperio y sus organizaciones terroristas -incluida la ocupación de territorios ricos en recursos y el robo masivo de petróleo sirio- sigue causando estragos a pesar de que Damasco ha ganado la partida. Esa ventaja, debilitada en los últimos años por un aluvión de sanciones económicas asesinas occidentales, crece ahora exponencialmente: el Estado sirio se vio reforzado aún más por la reciente visita oficial del presidente iraní Ebrahim Raisi -que prometió ampliar los lazos bilaterales- en vísperas del regreso de Siria a la Liga Árabe.
El “Assad debe irse” -un meme sacado directamente de la arrogancia colectiva occidental- al final, no se fue. A pesar de las amenazas imperiales, los Estados árabes que habían tratado de aislar al presidente sirio volvieron a alabarlo, encabezados por Moscú y Teherán.
En los círculos informados de Moscú se habla mucho de Siria. Existe una especie de consenso en que Rusia, concentrada ahora en la guerra de poder “a todo o nada” contra la OTAN, no podrá imponer actualmente una solución de paz para Siria, pero eso no impide que los saudíes, iraníes y turcos estén al frente de un acuerdo liderado por Rusia.
Si no hubiera sido por el comportamiento agresivo de los neoconservadores straussianos en el cinturón de Washington, se podría haber logrado una paz multiterritorial integral, que incluyera desde la soberanía de Siria hasta una zona desmilitarizada en las tierras fronterizas occidentales rusas, estabilidad en el Cáucaso y un cierto grado de respeto por el derecho internacional.
Sin embargo, es poco probable que ese acuerdo se materialice y, en cambio, es probable que la situación en Asia Occidental empeore. Ello se debe en parte a que el Atlántico Norte ya ha desplazado su centro de atención hacia el Mar de China Meridional.
Una “paz” imposible
El Occidente colectivo parece carecer de un líder decisivo, con el Hegemón actualmente “dirigido” por un presidente senil teledirigido por una jauría de belicistas de rostro pulido. La situación ha degenerado hasta el punto de que la tan cacareada “contraofensiva ucraniana” puede ser en realidad el preludio de una humillación de la OTAN que hará que Afganistán parezca Disneylandia en el Hindu Kush.
Podría decirse que hay algunas similitudes entre Rusia-OTAN ahora y Turquía-Rusia antes de marzo de 2020: ambas partes apuestan por algún avance militar crucial en el campo de batalla antes de sentarse a la mesa de negociaciones. Estados Unidos está desesperado por ello: incluso el “Oráculo” del siglo XX, Henry Kissinger, dice ahora que, con China implicada, habrá negociaciones antes de finales de 2023.
A pesar de la urgencia de la situación, Moscú no parece tener prisa. Su estrategia militar clave, como se vio en Bajmut/Artemiovsk, consiste en utilizar una combinación de la técnica del caracol y la máquina de picar carne. El objetivo final es desmilitarizar a la OTAN en su conjunto y no sólo a Ucrania, y hasta ahora parece estar funcionando brillantemente.
Rusia está en esto a largo plazo, anticipando que un día el Occidente colectivo tendrá un momento “¡Eureka!” y se dará cuenta de que es hora de abandonar la carrera.
Supongamos ahora, por alguna intervención divina, que las negociaciones comenzaran dentro de unos meses, con la participación de China. Tanto Moscú como Pekín saben que no pueden confiar en nada de lo que diga o firme el Hegemón.
Además, la crucial victoria táctica estadounidense ya ha sido concluyente: Rusia sancionada, demonizada y separada de Europa, y la UE convertida en un vasallo desindustrializado e inconsecuente.
Suponiendo que haya una paz negociada, podría decirse que se parecerá a una Siria 2.0, con un equivalente masivo de “Idlib” justo a las puertas de Rusia, algo totalmente inaceptable para Moscú.
En la práctica, tendremos grupos terroristas banderistas -la versión eslava del ISIS- libres para vagar por la Federación Rusa en ataques con coches bomba y aviones kamikaze. El Hegemón podrá encender y apagar la guerra por poderes a voluntad, al igual que sigue haciendo en Siria, Irak y Afganistán con sus células terroristas.
El Consejo de Seguridad en Moscú sabe muy bien, basándose en la farsa de Minsk reconocida incluso por la ex canciller alemana Angela Merkel, que esto será Minsk con esteroides: el régimen de Kiev, o más bien el régimen post-Zelensky seguirá siendo armificado hasta la muerte con nuevos trucos de la OTAN.
Pero la otra opción -en la que no hay nada que negociar- es igualmente ominosa: una Guerra para Siempre.
Indivisibilidad de la seguridad
El verdadero trato a negociar no es “el peón en su juego” Ucrania: es la indivisibilidad de la seguridad. Exactamente lo que Moscú intentaba convencer sensatamente a Washington mediante esas cartas enviadas en diciembre de 2021.
En la práctica, lo que Moscú está haciendo actualmente es realpolitik: machacar a la OTAN en el campo de batalla hasta debilitarla lo suficiente como para que acepte una Operación Militar Estratégica (OME). La SMO incluiría necesariamente una zona desmilitarizada entre la OTAN y Rusia, una Ucrania neutral y ningún arma nuclear estacionada en Polonia, el Báltico o Finlandia.
Sin embargo, dado que el Hegemón es una superpotencia en declive y “no capaz de llegar a un acuerdo”, es incierto si algo de esto se mantendría, especialmente teniendo en cuenta la obsesión del Hegemón con la expansión infinita de la OTAN. “Capaz de no llegar a un acuerdo” (недоговороспособны), por cierto, es un término que los diplomáticos rusos acuñaron para describir la incapacidad de sus homólogos estadounidenses de atenerse a cualquier acuerdo que firman, desde Minsk hasta el acuerdo nuclear con Irán.
Esta mezcla incandescente se complica aún más con la introducción del vector turco.
El ministro turco de Asuntos Exteriores, Cavusoglu, ya ha dejado claro que si el presidente Recep Tayyip Erdogan conserva el poder en las elecciones presidenciales del 14 de mayo, Ankara no impondrá sanciones a Rusia ni violará la Convención de Montreux, que prohíbe el paso de buques de guerra hacia y desde el Mar Negro en tiempo de guerra.
Riesgos del giro geopolítico de Ankara
El principal asesor de Erdogan en materia de seguridad y política exterior, Ibrahim Kalyn, ha señalado acertadamente que no existe una guerra entre Rusia y Ucrania, sino una guerra entre Rusia y Occidente, con Ucrania como representante.
Esta es la razón por la que el Occidente colectivo está fuertemente invertido en una campaña de “Erdogan debe irse”, que está profusamente financiada para propulsar a una coalición extrañamente emparejada al sillón presidencial. En caso de que gane la oposición turca -y comience su pago al Hegemón-, las sanciones y las violaciones de Montreux pueden estar de nuevo sobre la mesa.
Sin embargo, Washington podría llevarse una sorpresa. El líder de la oposición turca, Kemal Kilicdaroglu, ha dado a entender que habrá una postura más o menos continuada de equilibrio en la inclinación de la política exterior de Ankara, mientras que algunos observadores creen que, incluso si Erdogan es derrocado, habrá límites al pivote de Turquía hacia Occidente.
Erdogan, que se beneficia del aparato estatal y de su inmensa red de clientelismo, va a por todas para asegurarse la reelección. Sólo entonces podrá dejar de hacer continuamente apuestas arriesgadas y convertirse en un verdadero actor de la integración euroasiática.
La Ankara de Erdogan, en su forma actual, no es prorrusa; básicamente, trata de sacar provecho de ambas partes. Los turcos venden drones Bayraktar a Kiev, han cerrado acuerdos militares y, al mismo tiempo, bajo el manto de los “Estados turcos”, invierten en tendencias separatistas en Crimea y en Kherson.
Al mismo tiempo, Erdogan necesita imperiosamente la cooperación militar y energética rusa. En Moscú no se hacen ilusiones sobre “el Sultán” ni sobre hacia dónde se dirige Turquía. Si el giro geopolítico de Ankara es hostil, serán los turcos los que acabarán perdiendo asientos de primera en el tren de alta velocidad euroasiático, desde los BRICS+ hasta la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) y todos los espacios intermedios.
¿Influirán las elecciones turcas en el delicado equilibrio de Ankara en el nuevo orden multipolar?
Fuente:
Pepe Escobar, en The Cradle: Bold gambits on the West Asian chessboard.