Por Andrei Fursov
Si observamos lo que ha venido sucediendo con la economía mundial, veremos que esta realmente ha llegado a un callejón sin salida. Y esto es muy sintomático.
Una guerra mundial suele ser una lucha por la hegemonía mundial.
Recordemos lo que caracterizó al final del siglo XIX. El mundo quedó entonces dividido entre imperios poderosos y la expansión mayor del capital enfrentó ciertas dificultades. El mundo tenía muchas ganas de compartir las riquezas que le quedaban y, al mismo tiempo, nadie ejercía un dominio total sobre él. Entonces, las potencias europeas y Estados Unidos se involucraron en un gran conflicto entre sí, y no contra sus colonias ni semicolonias. Guerras como la del opio en China, por ejemplo, ya no funcionaban en semejante situación.
Y aquí es importante anotar (entre paréntesis) que el capitalismo es un sistema en desarrollo continuo, al igual que la antigua esclavitud. Esto los distingue del feudalismo. Por lo que si los territorios y recursos se vuelven limitados, las élites se ven obligadas luchar entre sí para repartírselos y ejercer dominio mundial.
Sobre el autor
Andrei Fursov es filósofo, historiador, miembro de la Academia Internacional de Ciencias (Innsbruck, Austria), director del centro de estudios rusos de la Universidad Humanitaria de Moscú, director del Instituto de Análisis Sistémico-estratégico, Jefe del Departamento de Asia y África INION RAN, y jefe del Centro de Metodología e Información del Instituto de Conservadurismo Dinámico.