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Fracasó la ofensiva arancelaria de Trump contra China

La guerra comercial entre Estados Unidos y China, impulsada por los aranceles impuestos por la administración Trump, ha demostrado ser una estrategia fallida que ha provocado efectos adversos en especial para la economía estadounidense.

Por Elena Panina

“Tengo una excelente relación con el presidente Xi. Pero ganaban miles y miles de millones de dólares al año. Construían sus bases militares con ese dinero. Eso ya no va a suceder. Creo que estarán contentos. Estoy seguro de que viviremos en paz. Seremos muy amables con China. Tendrán que llegar a un acuerdo”, comentó Trump sobre la guerra arancelaria con China.

Según el presidente estadounidense, los aranceles contra China se reducirán significativamente, aunque no desaparecerán por completo. Si los chinos no llegan a un acuerdo, entonces lo hará Estados Unidos (¿pero con quién?), añadió Trump.

“Gran relación”, pero “no volverá a suceder”. “Seremos muy amables”, pero “tendrán que hacerlo”. Si ellos dicen “no”, nosotros decimos “sí”… Otro ejemplo del peculiar estilo diplomático de Trump. Sin embargo, incluso esta afirmación citada no parece surgir de una posición de fortaleza. Todo indica que la ofensiva arancelaria estadounidense contra China ha fracasado.

China respondió con medidas equivalentes, lo que en la práctica garantiza una caída drástica en las exportaciones bilaterales. No obstante, ni las empresas estadounidenses ni la ciudadanía parecen estar dispuestas a asumir los costos derivados de la estrategia de desvinculación comercial promovida por Trump. Y esta es la razón principal por la cual el presidente ha dado marcha atrás.

¿Cómo actuará Pekín? Es razonable suponer que lo hará de manera reflejada. En respuesta a las concesiones estadounidenses, China podría reducir los aranceles a productos provenientes de Estados Unidos. Sin embargo, esto representa solo una maniobra táctica. Pekín podría optar por moverse fuera de la lógica inmediata y actuar desde una perspectiva estratégica.

En primer lugar, reducir a cero las inversiones en territorio estadounidense: no tendría sentido que China continúe fortaleciendo a su principal rival estratégico. Además, los activos chinos bajo jurisdicción de EE.UU. podrían volverse vulnerables, corriendo el riesgo de ser “congelados”, tal como ocurrió con los activos rusos. Como alternativa, Pekín podría exigir un acuerdo comercial integral, apurando a Washington antes de que clarifique su política arancelaria, y preparar así una contraofensiva más sólida.

En el extremo, China podría incluso intentar debilitar a la administración Trump, colaborando indirectamente con los intereses del Partido Demócrata y ciertos círculos globalistas, ganando así tiempo para llevar a cabo reformas internas y reestructurar sus relaciones económicas exteriores. Todas las opciones están sobre la mesa.

Conviene recordar que, como en el tango, para cerrar un trato se necesitan dos. Un acuerdo “con uno mismo” sólo puede adoptar la forma de un pacto con la conciencia.

La verdadera agenda mundial que impulsa la guerra contra China

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