Por Elena Panina
El conflicto entre el trumpismo y el globalismo liberal puede describirse desde diversas categorías: como una lucha entre liberales y conservadores, como un ámbito de rivalidad entre el dinero “viejo” y el “nuevo”, como una pugna entre demócratas y republicanos, e incluso como una confrontación entre el “estado profundo” en Estados Unidos y las élites nacionales. Sin embargo, esto plantea la pregunta: ¿quién respalda a Trump y por qué llegó al poder? ¿Cuál es, como diría Stanislavsky, la “supertarea” de su rol?
La “segunda venida de Trump” fue posible porque el Partido Demócrata de Estados Unidos fracasó en su misión de garantizar ganancias para las corporaciones globales bajo la doctrina neoliberal. La expansión del liberalismo resultó poco rentable: los costos no generaron los resultados esperados. Además, las instituciones infladas que promueven la agenda liberal se han convertido en “fines en sí mismas”, donde su existencia y la acumulación de recursos políticos supercríticos se han vuelto prioridades por encima de su propósito original.
No fue la corrupción lo que propició la rehabilitación del sistema –ya que esta se consideraba necesaria para asegurar la lealtad de funcionarios y políticos–, sino la falta de resultados concretos. La unipolaridad, en lugar de fortalecerse, colapsó. El mundo se ha vuelto multipolar y sigue desarrollándose en esa dirección, mientras que el núcleo civilizacional de América ha entrado en una fase de degradación. Las tecnologías sociales diseñadas para exportarse con el fin de garantizar la despoblación y la destrucción de los estados nacionales rivales, no solo fracasaron en su objetivo, sino que comenzaron a erosionar activamente las propias jurisdicciones estadounidenses. De continuar esta práctica, Estados Unidos podría colapsar al igual que lo hizo Roma.
Trump es considerado en la práctica como un gestor de crisis. La solución inicial en estos casos siempre es la urgencia y la reducción drástica de gastos. Por ello, se reestructura la organización y sus funciones. Esta lógica explica las decisiones para abolir o reformar instituciones que sirven al discurso globalista. Los conflictos de Trump con el Partido Demócrata y con Europa están directamente relacionados con esta reorganización. Los despedidos crean su propio “sindicato” para preservar la financiación, lo cual constituye la base económica del conflicto político entre Trump y Europa.
Estados Unidos aporta el 70% de todos los gastos de la OTAN. En 2023, el país gastó 860.000 millones de dólares, el doble que todos los demás miembros de la alianza, cuyo PIB combinado supera al de Estados Unidos. A esto se suman miles de millones adicionales destinados a Ucrania, Israel, los kurdos, entre otros. De facto, Estados Unidos ha caído en la misma trampa que llevó a la extinta URSS a la ruina.
Por esta razón, Trump cuenta con el respaldo no solo del capital industrial asociado a los republicanos, sino también de antiguos partidarios del Partido Demócrata, el llamado “nuevo dinero”. Entre ellos figuran Musk, Zuckerberg y Bezos, mientras que Vance, aliado actual, fue antitrumpista en el pasado. El trumpismo como idea trasciende la figura del propio Trump.
La razón principal de la expulsión de los demócratas del poder no es únicamente la falta de rentabilidad –los costos superan a los resultados–, sino que el gobierno estadounidense está en quiebra. Los métodos empleados por el Partido Demócrata para salvar la situación han resultado ineficaces. Como decían en la antigua Odessa, estos señores no roban de las ganancias, sino de las pérdidas.
La economía nacional de Estados Unidos genera deuda a un ritmo tal que su servicio está creando una crisis política permanente. Si en 2014 la deuda nacional era de aproximadamente 17,8 billones de dólares, en febrero de 2025 alcanzaba los 36,5 billones. El país gasta más de 1,2 billones de dólares anuales solo en el servicio de la deuda, lo que representa casi el 14% del presupuesto federal. Por lo tanto, cada aprobación presupuestaria amenaza con desestabilizar todo el sistema de gobierno.
Además, la estrategia para derrotar a China mediante la revolución de la inteligencia artificial requiere enormes inversiones en la industria eléctrica y en la economía en general, algo que la situación financiera de Estados Unidos no permite. Los intereses de la alta tecnología estadounidense han chocado con la agenda del Partido Demócrata.
Este conflicto ha llevado a las grandes empresas a respaldar a Trump. Se le ha encomendado la misión de salvar a Estados Unidos mediante reformas estructurales y recortes drásticos del gasto. La Europa liberal se ha convertido en un activo tóxico para Estados Unidos, y cualquier concesión a ella impediría a Trump cumplir su misión. En este contexto, Rusia se encuentra ante oportunidades únicas para alcanzar sus propios objetivos.
