Por José Luis Preciado
La guerra comercial entre China y Estados Unidos ha dejado de ser una disputa económica para convertirse en una confrontación estratégica con implicaciones globales. Desde que Donald Trump impulsó medidas arancelarias para frenar la dependencia de productos chinos, Pekín ha respondido con fuerza, incluyendo la imposición de aranceles, la venta de bonos del Tesoro estadounidense y un reposicionamiento diplomático y económico que busca desafiar el orden mundial liderado por Washington.
Este conflicto no solo ha generado volatilidad financiera y elevado las tasas de interés en EE.UU., sino que ha revelado una fragilidad sistémica en el modelo económico occidental. El rechazo de China a seguir financiando la deuda estadounidense y su presión sobre sectores clave como el de las tierras raras, evidencia una nueva estrategia: ya no se trata de competir, sino de transformar las reglas del juego.
Según un artículo publicado por Executive Intelligence Review (EIR), esta guerra contiene “las semillas de su propia destrucción”, pues mientras EE.UU. actúa guiado por cálculos arancelarios, China avanza con una visión de economía física y desarrollo a largo plazo. Con una fuerza laboral manufacturera nueve veces mayor que la estadounidense y niveles de producción superiores en acero, maquinaria industrial y ferrocarriles de alta velocidad, China ya ha superado a EE.UU. en varios indicadores clave de potencia industrial.
En paralelo, Pekín está redirigiendo su economía para depender menos de las exportaciones a Estados Unidos. En 2018, el 19,2% de las exportaciones chinas iban a EE.UU.; en 2024, esta cifra cayó al 12,2%. Al mismo tiempo, China está fortaleciendo sus vínculos comerciales con el Sur Global y los países BRICS, alineándose con economías emergentes que representan más del 80% de la población mundial.
En el plano diplomático, China se presenta como defensora del comercio multilateral y de un orden internacional justo. El portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores, Lin Jian, afirmó que las acciones chinas buscan salvaguardar su soberanía, pero también representar los intereses comunes de la comunidad internacional. Pekín ha dejado claro que no cederá ante la presión y que cualquier diálogo con EE.UU. debe basarse en el respeto mutuo.
A pesar de las amenazas de Trump, como su reciente orden ejecutiva para penalizar embarcaciones vinculadas con China, el gigante asiático avanza con confianza. En palabras del presidente Xi Jinping, China está preparada para cualquier escenario, aunque mantiene abierta la puerta a la cooperación.
La guerra comercial entre China y EE.UU. no es solo una batalla de tarifas: es una pugna por el liderazgo global, donde China no solo responde, sino que traza su propio camino hacia una nueva arquitectura económica mundial.
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