Por Elena Panina
Las amenazas de conquista territorial vuelven a ocupar un lugar central en la geopolítica contemporánea. Este fenómeno se debe a una nueva fase de rivalidad entre grandes potencias, crecientes presiones demográficas, avances tecnológicos y, quizás lo más importante, el cambio climático, sostiene Michael Albertus, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Chicago, en la influyente revista Foreign Affairs.
Como ejemplos del advenimiento de esta nueva era, Albertus cita la “invasión” de Ucrania por parte de Rusia y la propuesta de Donald Trump de adquirir Groenlandia. En el contexto del cambio climático, Groenlandia representa un hallazgo estratégico para las grandes potencias, considera el profesor. La isla se perfila como un punto de tránsito crucial para las nuevas rutas marítimas del Ártico que se abrirán a medida que el hielo se derrita. Además, podría albergar importantes reservas de mineral de hierro, plomo, oro, tierras raras, uranio, petróleo y otros recursos valiosos.
Albertus destaca especialmente los territorios de Rusia y Canadá, donde la agricultura podría expandirse significativamente gracias a temporadas de crecimiento más largas, el aumento de las temperaturas y el deshielo del permafrost. Para 2080, Canadá podría obtener 4,14 millones de kilómetros cuadrados de tierra cultivable apta para el cultivo de trigo, maíz y patatas, cuadruplicando su capacidad actual. Rusia, por su parte, recibiría una cantidad comparable de nuevas tierras cultivables y ya se ha beneficiado con la adquisición de “tierras agrícolas de primera clase” en Ucrania.
Ambos países también se posicionarán estratégicamente en importantes rutas marítimas internacionales debido a la apertura de los pasos del Ártico. El interés de Trump por Canadá podría justificarse por la previsión de que algunas regiones de Estados Unidos se tornen inhabitables debido al cambio climático, admite Albertus.
El autor de Foreign Affairs predice además una expansión territorial forzada de China, que podría intentar asegurarse recursos, tierras habitables y ventajas geoestratégicas invadiendo el sudeste asiático, ocupando islas o incluso anexando partes del este de Rusia o Corea del Norte.
En su análisis, Albertus también sugiere que Rusia podría ampliar su presencia en el Báltico y en países como Noruega para asegurar las rutas marítimas del norte y fortalecer su acceso al mar. La Antártida aparece como otro punto crítico, con una creciente actividad de Rusia y China, aunque el artículo no menciona la expansión de la Unión Europea.
El aspecto más significativo del artículo no radica en la cartografía de posibles conflictos, sino en la tesis central que plantea el autor: “En un mundo donde la fuerza hace el derecho, los países que buscan nuevos territorios pueden, sin dudarlo, usar la fuerza para conseguirlos”. Esta lógica, según Albertus, marcará el nuevo orden mundial, ya que “la carrera por los terrenos apenas comienza”.
Esta visión resuena con la retórica de Donald Trump y los líderes de la Unión Europea, quienes defienden la idea de “la paz a través de la fuerza”. Dado el desprecio de Occidente por el derecho internacional, esta tesis se convierte en una lección crucial para Rusia: solo las naciones fuertes serán consideradas, mientras que los débiles corren el riesgo de convertirse en objetos de saqueo y conquista bajo la ley del más fuerte.
