Por Alexander Dugin
En los años 1990, la caricatura animada “Beavis y Butt-Head” dirigida por Mike Judge era popular en los Estados Unidos y Rusia. Sus héroes eran dos adolescentes estadounidenses con retraso mental, que se decían groserías el uno al otro y expresaban un pensamiento absurdo tras otro, incapaces de resolver ninguna situación doméstica. Sin embargo, a pesar de su total inutilidad e insensatez, sobrellevaban la vida de algún modo.
Cada vez que una serie de acciones idiotas los llevaban al borde del desastre total, un accidente igualmente ridículo o una ruptura en la lógica de los acontecimientos los salvaba, dándoles otra oportunidad. Pero la desperdiciaban de inmediato y el patrón se repetía. Fracaso tras fracaso, a partir de decisiones completamente equívocas, los personajes rompían todas las conexiones lógicas posibles y, al final del día, se sentaban en un sofá frente al televisor a ver vídeos de heavy metal en los que hombres con cuernos y guitarras eléctricas devoraban cabras o mujeres vivas.
Lo que el mundo vio durante el debate electoral entre Trump y Biden fue solo un nuevo episodio de Beavis y Butt-Head. Y de alguna manera ambos parecen sacados de personajes de dibujos animados: Trump es una nueva versión de Butt-Head (hasta tiene exactamente el mismo peinado), y Biden es una nueva versión de Beavis. Pero lo más alarmante es que el contenido del debate estuvo totalmente en consonancia con el espíritu del espectáculo.