Por Mente Alternativa
El acuerdo comercial entre Estados Unidos y el Reino Unido anunciado por Donald Trump como una victoria estratégica resultó ser una decepción con más apariencia que contenido. El expresidente lo presentó como un pacto histórico con un “gran y muy respetado país“, pero el supuesto impacto económico real es dudoso, y muchos analistas coinciden en que los beneficios tangibles son prácticamente nulos para Estados Unidos.
El acuerdo comercial entre Estados Unidos y el Reino Unido, descrito oficialmente como “integral”, no incluye compromisos legalmente vinculantes ni cambios significativos en las condiciones existentes. Se anunciaron 6.000 millones de ingresos directos y 5.000 millones adicionales en potenciales exportaciones, pero estos montos ya se reflejaban en los intercambios actuales o carecen de garantías firmes.
Mientras se celebran descuentos arancelarios sobre automóviles y metales, lo cierto es que Estados Unidos ya importaba esos volúmenes con condiciones similares. La reducción de aranceles incluso podría significar una caída en la recaudación fiscal estadounidense de hasta 1.500 millones de dólares.
En cambio, el Reino Unido sí obtiene ventajas: mantiene su acceso al mercado estadounidense, mejora las condiciones para su industria automotriz y evita concesiones sobre estándares alimentarios. Las promesas sobre expansión del mercado agrícola estadounidense quedan en el aire, sin fechas ni mecanismos definidos.
Este acuerdo comercial entre Estados Unidos y el Reino Unido evidencia una estrategia propagandística más que un avance económico. Se vendió como un triunfo geopolítico, pero en los hechos, no representa más que una cesión innecesaria por parte de Washington. Una vez más, el espectáculo mediático de Trump opacó la realidad de un acuerdo débil, sin garantías y desproporcionadamente favorable para Londres.
Trump no es un antiglobalista íntegro, sino el emisario de una oligarquía en guerra consigo misma
