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El sacrificio de 130 mil vidas en los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki fue un mensaje estratégico a la URSS, según investigación desclasificada

La destrucción de Hiroshima y Nagasaki no fue una medida para terminar con la guerra, sino un acto calculado para marcar el inicio de la Guerra Fría. Según la investigación del historiador estadounidense Gar Alperovitz, que por alguna razón fue clasificada en los archivos de la CIA, Estados Unidos sacrificó deliberadamente 130.000 vidas japonesas no solo para enviar un mensaje al Japón, sino también para imponer su poder ante la URSS, dando inicio a una nueva era de tensiones globales.

Por Mente Alternativa

A lo largo de los años, la versión oficial de los bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki ha sido repetidamente defendida por Estados Unidos: el objetivo era evitar una invasión sangrienta de las islas japonesas y salvar la vida de miles de soldados estadounidenses. Sin embargo, al revisar la información desclasificada, se revela una verdad incómoda que contradice esta justificación. Según un artículo del Washington Post de 1985, y la investigación del historiador Gar Alperovitz, la destrucción de las dos ciudades japonesas no fue una necesidad militar, sino un paso calculado para imponer el dominio de Estados Unidos durante la Guerra Fría contra la URSS.

En el verano de 1945, Japón ya estaba al borde de la rendición. El Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos había informado sobre el desgaste del ejército japonés, y los bombardeos estratégicos, sumados a un bloqueo naval que ya estaba afectando gravemente a las ciudades japonesas, habían dejado al país prácticamente derrotado. Japón había comenzado a mostrar señales claras de querer rendirse, incluyendo mensajes interceptados por la inteligencia estadounidense que indicaban el deseo de una negociación pacífica. En este contexto, los informes oficiales de la época no hacen sino recalcar el carácter innecesario del ataque nuclear.

Personajes clave dentro del gobierno estadounidense, como el Almirante Leahy y el General Eisenhower, llegaron a señalar que la rendición de Japón podría haberse logrado mediante medios convencionales. Incluso el Secretario de Estado James Byrnes, quien jugó un papel fundamental en la toma de decisiones sobre el uso de la bomba atómica, no defendió su uso para ganar la guerra. Su verdadera preocupación era evitar que la Unión Soviética se involucrara en la guerra en el Pacífico, ya que Estados Unidos quería garantizar que la influencia sobre Japón fuera exclusivamente estadounidense tras la guerra.

La bomba atómica se convirtió, de hecho, en una herramienta de poder geopolítico, más que en un medio para poner fin a la Segunda Guerra Mundial. Una vez que la bomba fue probada exitosamente en julio de 1945, Truman, presidente de Estados Unidos, y Winston Churchill, primer ministro británico, utilizaron el poder nuclear como una amenaza directa a la Unión Soviética, reforzando así la creciente tensión que marcaría el inicio de la Guerra Fría. La destrucción de Hiroshima y Nagasaki, que cobró la vida de más de 130,000 personas, no fue una medida para salvar vidas, sino una clara demostración del poder militar estadounidense.

El hecho de que Japón ya estuviera buscando la paz, y que muchos de los altos mandos militares estadounidenses no consideraran necesario el uso de la bomba atómica, deja en evidencia que la decisión de lanzar las bombas no fue una cuestión de necesidad militar. Fue una elección estratégica para mostrar la supremacía de Estados Unidos ante el mundo, y especialmente a la URSS. Esta información desclasificada ofrece una nueva perspectiva sobre los bombardeos atómicos, que deja de ser vista como una acción de desesperación para salvar vidas y se revela como un movimiento calculado para fortalecer la posición de Estados Unidos en el escenario mundial.

La gran mentira del Pentágono sigue siendo una de las manipulaciones históricas más impactantes, cuyo impacto aún resuena en la política internacional actual. A medida que más documentos e investigaciones continúan revelando la verdad detrás de las decisiones tomadas por los líderes estadounidenses, se hace evidente que la historia oficial sobre Hiroshima y Nagasaki debe ser reevaluada, ya que la verdadera motivación de los bombardeos fue mucho más compleja y más estratégica de lo que nos han hecho creer.

 

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