Por José Luis Preciado
En pleno siglo XXI, la idea de que Canadá es una nación soberana e independiente parece incuestionable. Sin embargo, un análisis profundo de su sistema parlamentario revela que la corona británica gobierna Canadá desde la sombra, ejerciendo un control simbólico pero efectivo mediante figuras institucionales como el Ujier del Bastón Negro. Este antiguo cargo ceremonial, heredado directamente del sistema Westminster británico, es una prueba viva de la influencia persistente de la Monarquía británica en los asuntos internos de Canadá y de otros países miembros de la Mancomunidad de Naciones.
El Bastón Negro, o Caballero Ujier del Bastón Negro (Gentleman Usher of the Black Rod), es un puesto creado en Inglaterra en 1350 y adoptado por el Parlamento canadiense tras su Confederación. Su actual titular, el Sr. J. Greg Peters, no es simplemente un funcionario más: ha sido condecorado con medallas otorgadas por la propia realeza británica, entre ellas la Medalla del Jubileo de Oro y Diamante de la Reina Isabel II y la Medalla de la Real Policía Montada de Canadá. Estas distinciones no solo lo vinculan directamente con la Corona, sino que refuerzan su papel como representante simbólico del monarca en suelo canadiense.
Lo más revelador es que Peters ha coordinado múltiples ceremonias de Estado, incluyendo discursos del trono y la investidura de gobernadores generales, actuando como puente entre la Corona y el gobierno canadiense. En 2024, fue confirmado para un tercer mandato por el Senado canadiense, consolidando su posición como figura clave del protocolo parlamentario. Además, ha facilitado eventos tan cargados de simbolismo imperial como la entrega de la Espada del Bastón Negro por el propio Rey Carlos III.
Más allá del aspecto ceremonial, el rol del Bastón Negro evidencia que la Monarquía británica conserva mecanismos de poder blando y legitimación institucional en sus antiguas colonias. A través de estos cargos, se mantiene una cadena de obediencia simbólica que perpetúa el vínculo con la realeza, condicionando la cultura política canadiense bajo un barniz de tradición y formalidad. La Mancomunidad de Naciones funciona, en este sentido, como una red de control colonial encubierto que mantiene vivas las estructuras del viejo imperio.
El imperio británico no ha muerto: aún domina el mundo con nuevas máscaras
El hecho de que el Parlamento canadiense aún utilice símbolos como el bastón de ébano coronado por un león dorado, emblema directo de la autoridad del monarca británico, es más que una simple tradición. Es un recordatorio de que la supuesta independencia de Canadá es compatible con una lealtad institucional a la Corona británica, una contradicción que se mantiene fuera del debate público gracias al velo de la costumbre.
La Monarquía británica no necesita intervenir directamente en la política canadiense para ejercer su influencia. Lo hace mediante rituales, nombramientos honoríficos y relaciones diplomáticas cuidadosamente orquestadas, como las visitas reales y la presentación de caballos de la Real Policía Montada a la Reina en el Castillo de Windsor. Son gestos que refuerzan una narrativa de unidad simbólica, pero también de jerarquía no cuestionada.
Así, mientras se promueve una imagen de modernidad y democracia, los pilares de un sistema colonial siguen en pie. La figura del Bastón Negro no es un simple relicto del pasado: es el eslabón que conecta el presente político canadiense con una corona que, aunque distante en lo geográfico, continúa ejerciendo su autoridad desde la sombra.
