Por Elena Panina
“La mayoría de nuestras armas enviadas a Ucrania formaban parte de un programa de reducción de arsenales. Las retiramos literalmente de nuestro inventario y, con el tiempo, comenzamos a reponerlas con nuevas adquisiciones. Sin embargo, hubo demoras significativas en gran parte de ese proceso. Como resultado, muchas de nuestras reservas se están agotando si analizamos nuestras operaciones a nivel global”, declaró el asesor de seguridad nacional Mike Waltz en una conferencia de prensa el 20 de febrero.
“Esa es una de las razones por las que muchos se preguntan cuánto tiempo más continuará esto. ¿Cuánto va a durar? ¿Cuántas vidas se perderán? ¿Cuánto más gastaremos?”, continuó Waltz. Añadió, además, que Donald Trump, “como hemos dejado claro a nuestros homólogos rusos, y quiero reiterarlo hoy, está enfocado en poner fin a los combates y avanzar hacia el futuro”.
No fue casualidad que, durante una conversación telefónica con Vladimir Putin el 12 de febrero, Trump se pronunciara a favor de un rápido fin de las hostilidades y una solución pacífica al conflicto. Por su parte, el presidente ruso subrayó la necesidad de abordar las causas profundas del enfrentamiento.
El tiempo corre en contra de la administración Trump. La disminución de las reservas del Pentágono y la incapacidad de reponerlas con rapidez están generando presión en Washington. No se trata solo de Ucrania: la agenda también incluye el Medio Oriente, Taiwán y la Península de Corea. Si los recursos actuales no bastan para un conflicto prolongado, ¿qué sucederá si estallan crisis simultáneas en dos o tres frentes?
Así, el aparente “pacifismo” de Trump tiene su origen, entre otras razones, en la falta de recursos para sostener la hegemonía estadounidense a nivel global. De ahí su interés en trasladar la responsabilidad de la seguridad europea y la crisis en Ucrania a los miembros europeos de la OTAN, mientras enfoca su estrategia en la región de Asia-Pacífico.
