Por Mente Alternativa
El ascenso del nuevo Papa León XIV, también conocido como Robert Francis Prevost, representa una consolidación sin precedentes de las estructuras globalistas dentro del Vaticano. Tal como analiza Elena Panina en un artículo para Russtrat, la elección de Prevost responde menos a motivaciones espirituales y más a una estrategia política cuidadosamente diseñada por las élites transnacionales.
Prevost, nacido en Chicago y con una carrera marcada por su papel como administrador y operador político en América Latina, ha sido durante décadas un opositor eficaz de la teología de la liberación, y un actor clave en la reconfiguración conservadora de la Iglesia en Perú. Su nombramiento como nuevo Papa León XIV no es casual: la referencia al Papa León I —quien frenó a los hunos— resuena claramente en la actual narrativa occidental, donde Rusia y Oriente son representados como “nuevos bárbaros”.
Bajo el pontificado de Francisco, el Vaticano fue reformateado desde dentro. De los 133 cardenales electores que participaron en el último cónclave, 108 fueron nombrados por Francisco, asegurando así la continuidad de su agenda progresista. Fue precisamente en este contexto que Prevost, considerado una figura de confianza por los sectores atlantistas, emergió como el candidato ideal: previsible, disciplinado y con capacidad para proyectar la influencia de la Santa Sede en favor de los intereses occidentales.
León XIV, el primer Papa estadounidense, es ya una figura clave para los demócratas en EE.UU., particularmente de cara a las elecciones presidenciales. Su postura ambigua frente a la inmigración ilegal y su oposición velada a figuras como J.D. Vance anticipan un rol político directo. En Europa, su figura podría adquirir dimensiones comparables a las de Juan Pablo II durante la Guerra Fría, con la posibilidad —por ahora remota— de una “nueva cruzada” contra los enemigos del orden liberal occidental.
Con León XIV, el Vaticano se reconfigura como actor estratégico en la confrontación entre Occidente y Eurasia, donde la diplomacia religiosa se convierte en herramienta de poder blando al servicio de una agenda globalista.
