Por José Luis Preciado
Es posible que a los filólogos e historiadores del futuro les llame la atención cómo la barbarie neoliberal de nuestra época ha logrado que tantos hispanohablantes adopten anglicismos, incluso cuando muchos nunca aprendieron a diferenciar palabras homófonas de su lengua materna.
El filósofo chino Confucio decía que las palabras reflejan el desarrollo moral de una sociedad. Para él, sin los conceptos correctos, el lenguaje no estaría acorde con la verdad de las cosas, lo que genera caos y finalmente lleva al colapso de la civilización.
De manera similar, en la tradición judeocristiana, el Libro del Génesis narra cómo Dios destruyó la Torre de Babel. Según esta historia, la humanidad, al volverse demasiado poderosa, fue confundida por un caos idiomático, lo que la llevó a abandonar su soberbia construcción.
Hoy, el uso indiscriminado de anglicismos en el español contemporáneo no es solo una cuestión lingüística, sino un reflejo de una crisis cultural más profunda. La incapacidad para dominar la propia lengua, mientras se adoptan términos extranjeros sin reflexión, sugiere una desconexión con las raíces y un debilitamiento del pensamiento crítico.
Tanto en la filosofía china como en la tradición judeocristiana, la corrupción del lenguaje se interpreta como un preludio al caos y la decadencia. Si las palabras moldean la realidad, la degradación del idioma podría ser una señal del colapso de una civilización que, al perder su capacidad de expresarse con claridad, también pierde su rumbo.
