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El juego del poder mundial exige sobriedad y una elevada voluntad de soberanía a largo plazo

Por Andrei Fursov

Antes de unirse al juego mundial, es necesario comprender bien: con quién y en qué condiciones. Lenin, un gran marxista con características rusas, aconsejó que “antes de unirnos, debemos separarnos”. Por lo tanto, prefiero actuar según el principio de Mao Zedong, otro gran marxista con características chinas, quien decía: “Vayan por separado, y golpeen juntos”. La presencia de un enemigo común no es motivo suficiente para unirnos en éxtasis. Antes hay que hacer ciertas cosas. Alejandro III decía que “los amigos de Rusia son sólo su ejército y su marina”. Y teniendo en cuenta las realidades de los siglos XX-XXI, es claro que necesitamos más agencias de inteligencia.

Tenemos que construir un nuevo sistema de alianzas, y esto presupone una visión clara de la situación, la subordinación de los objetivos de corto plazo a los de largo plazo y la voluntad de los superiores para hacer sacrificios. ¿Puede alguno de los actuales centros de poder mundiales ser un aliado de Rusia a largo plazo? Difícilmente. Así pues, lo que queda es un juego de contradicciones. Pero aquí lo importante es el objetivo: ¿para qué? ¿En aras de una ganancia económica a corto plazo o de la restauración de la soberanía?

En las condiciones de la producción moderna intensiva en conocimientos, el 80% de la población del planeta son personas superfluas. Esto también se aplica en gran medida a los países semiperiféricos y periféricos. Aquellos que creen que en Occidente escaparán de la crisis corren un riesgo. Primero, todavía tienen que llegar al aeródromo. En segundo lugar, tan pronto como surja la oportunidad, los periféricos “Ostap Benders” (1) serán desplumados en Occidente.

 

Las condiciones necesarias para la victoria en el Gran Juego del siglo XXI por un nuevo reparto de las cartas de la Historia

 

Notas a pie de página

1. Ostap Bender es un estafador ficticio y el protagonista antiheroico central de las novelas Las doce sillas y El pequeño becerro de oro, escritas por los autores soviéticos Ilya Ilf y Yevgeny Petrov. Las novelas pertenecen al género de la novela picaresca, poco frecuente hasta entonces en la literatura rusa.

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