Por José Luis Preciado
En medio del ruido generado por las narrativas de contrainteligencia y los debates sobre el proceso que el Departamento de Eficiencia del Gobierno (DOGE), bajo la dirección del dogo Elon Musk en la administración Trump, supervisa para exponer y eliminar el fraude, el despilfarro y el abuso en el gobierno de EE. UU., pocos se detienen a reflexionar sobre el verdadero propósito que subyace en todo esto. La administración estadounidense, lejos de abandonar la búsqueda de la dominación global, parece simplemente reconfigurar y optimizar las herramientas a su disposición para lograrla de manera más eficiente.
El DOGE, en su intento por mejorar la eficiencia del gobierno federal, ha sido presentado como un mecanismo para combatir la corrupción y el malgasto. Sin embargo, detrás de este discurso se oculta un objetivo más profundo y menos benigno: en lugar de desmantelar las estructuras de poder que han permitido la supremacía estadounidense, el DOGE trabaja para perfeccionarlas, afinarlas y, en última instancia, fortalecerlas. En vez de romper con el modelo imperialista de EE.UU., se propone mejorar su funcionamiento, de modo que la maquinaria que explota y subyuga a otras naciones pueda seguir operando con mayor eficacia.
La creación de este departamento, impulsada por la administración Trump, está fundamentada en la idea de que el gobierno de EE.UU. ha caído en la ineficiencia, el despilfarro y la corrupción. Ciertamente, es innegable que cualquier sistema tan vasto y complejo como el estadounidense necesita reformas, pero la cuestión es hacia qué fines se dirige esa reforma. No se trata de cuestionar la estructura del poder ni de poner en duda su carácter imperialista. El DOGE no está desmantelando el poder del gobierno, sino afinando sus mecanismos para que continúen operando de manera más precisa y letal.
La metáfora de un antiguo señor de la guerra ilustra bien este proceso. Este líder, armado con una espada formidable, se enfrenta a la ineficacia de un arma que, aunque imponente, no es capaz de cumplir su propósito de manera efectiva. En lugar de abandonar su espada, decide perfeccionarla, afilarla hasta que se vuelva letal y mortal. Lo que antes era un símbolo de poder obsoleto se convierte en una herramienta afinada y precisa, capaz de cumplir su misión de forma más eficiente.
En otros artículos (1, 2 , 3) expliqué cómo el hustoriador Immanuel Wallerstein definió la transición del feudalismo al protocapitalismo, destacando cómo repúblicas como Venecia y Génova abandonaron las ambiciones imperiales para enfocarse en el control de rutas comerciales marítimas, delegando el poder político a otros imperios convencionales en un contexto multipolar. En ese sentido, Wallerstein subraya que el capitalismo moderno y la tecnología científica permitieron el crecimiento y expansión de una economía-mundo sin necesidad de una estructura política unificada.
Actualmente, el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), liderado por el tecnócrata Elon Musk, simboliza esa misma estrategia. El acrónimo DOGE no es casual, ya que coincide fonéticamente con el término dogo (derivado de dux en latín), título que ostentaban los líderes de la República de Venecia. Los dogos gobernaron con poderes limitados bajo un modelo tecnocrático que permitió a Venecia consolidar su influencia económica y tecnológica mientras delegaba responsabilidades imperiales a otros. Un ejemplo notable es el de Enrico Dandolo, quien, tras la Cuarta Cruzada, aseguró para Venecia el monopolio comercial del Imperio Latino sin asumir directamente las cargas de la administración imperial.
Así, resulta que hoy el gobierno estadounidense no está renunciando a su ambición imperial, sino perfeccionando sus herramientas económicas, tecnológicas y logísticas para seguir manteniendo su control sobre el mundo aunque en un contexto que tiende cada vez más a la multipolaridad, y con el objetivo de darle la vuelta a esta situación en el mediano o largo plazo.
En sus discursos, políticos como el senador Marco Rubio dejan clara la visión de EE.UU. sobre China: no se trata de una política exterior que busque la cooperación, sino de una lucha por la supremacía en todos los ámbitos: económico, tecnológico, científico y geopolítico. Las advertencias de Rubio subrayan que China representa una amenaza que debe ser contenida, no por sus supuestas violaciones de derechos humanos, como muchos sostienen, sino porque está superando a EE.UU. en varias áreas clave. De este modo, la política exterior estadounidense se orienta menos hacia la diplomacia que hacia una confrontación renovada, donde China se convierte en el principal rival que debe ser doblegado para mantener la supremacía estadounidense.
Elon Musk quiere jugar al ‘dogo veneciano’ en una posible administración Trump
El DOGE, en este contexto, no tiene como objetivo promover el bienestar de la clase trabajadora estadounidense, como pretenden hacer creer quienes defienden sus políticas de eficiencia. El propósito real de este departamento es consolidar los intereses de las grandes corporaciones y de las élites financieras que se benefician del sistema imperialista estadounidense. Las reformas impulsadas por el DOGE están diseñadas para preservar los monopolios y las ventajas económicas que las grandes empresas han consolidado a lo largo de décadas de poder político, mientras continúan favoreciendo a las élites en detrimento de las clases populares.
Recientemente, el senador Richard Blumenthal solicitó a Tesla y otras empresas de Elon Musk que preserven todos los registros relacionados con las actividades de Musk durante su rol como dogo (DOGE) en la administración Trump, ante posibles violaciones de la ley federal en la administración actual. Mientras los republicanos evitan investigar las acciones del equipo de Elon Musk, los tecnócratas de la Administración Trump abrieron una puerta trasera para desviar fondos del FTX, que accedió a sistemas críticos del Tesoro de EE.UU. Diversos analistas han denunciado esta situación, destacando la falta de interés político en esclarecer estos hechos.
La lucha contra el fraude y el despilfarro, aunque necesaria, no está cuestionando el modelo imperialista de EE.UU.; simplemente lo está perfeccionando. En lugar de llevar a cabo una reforma estructural que busque una redistribución del poder o de los recursos, el DOGE se limita a afinar las herramientas con las que el imperio opera. La retórica sobre desmantelar el gobierno federal es solo una distracción, una cortina de humo que oculta el verdadero objetivo: garantizar que Estados Unidos siga siendo la potencia dominante a nivel global, aunque para ello se deban sacrificar aún más los intereses de la propia población estadounidense.
Un ejemplo claro de este enfoque se encuentra en las políticas comerciales de la administración Trump, encabezadas por figuras como el representante de Comercio, James Greer. Estas políticas se enfocan en mantener la hegemonía de EE. UU. a nivel militar, económico y tecnológico, pero no con el fin de mejorar la calidad de vida de los ciudadanos estadounidenses, sino para asegurar que los intereses de las grandes corporaciones continúen prevaleciendo. La relación con China, por ejemplo, está marcada por la competencia feroz, no por la cooperación. La administración estadounidense, lejos de buscar la paz o la cooperación internacional, está más interesada en garantizar un control absoluto sobre el comercio global y las dinámicas económicas, aún a costa de generar nuevos conflictos geopolíticos.
En última instancia, lo que muchos no logran comprender es que las reformas impulsadas por el DOGE no están destinadas a desmantelar el sistema imperialista estadounidense, sino a perfeccionarlo. En lugar de ser una respuesta a los fallos estructurales del gobierno, estas reformas son una estrategia para hacer que el imperio estadounidense sea aún más eficiente y, por lo tanto, más peligroso. Este enfoque refuerza la dominación de las corporaciones y del sistema político estadounidense, mientras que, al mismo tiempo, intensifica la confrontación con potencias emergentes como China, que ya han comenzado a superar a EE. UU. en varios aspectos clave.
En conclusión, el DOGE es una operación de contrainteligencia que, lejos de debilitar el imperio estadounidense, busca fortalecerlo. Al igual que el señor de la guerra que afila su espada para hacerla más eficaz, Estados Unidos no está renunciando a su ambición imperial, sino perfeccionando sus herramientas para seguir ejerciendo poder sobre el resto del mundo. Mientras nos distraemos con las narrativas superficiales, el imperio continúa reconfigurando sus herramientas para asegurarse de que su dominio perdure, y lo hace de manera más precisa, eficiente y peligrosa.
Notas a pie de página
1. José Luis Preciado, en Mente Alternativa: Elon Musk quiere jugar al ‘dogo veneciano’ en una posible administración Trump. 22 de agosto de 2024.
2. Op. Cit.: Tecnato de Norteamérica: ¿Trump quiere hacer realidad la dictadura tecnocrática que soñó el abuelo de Elon Musk? 14 de enero de 2025.
3. Stargate: Con una práctica gestión de las paradojas, Trump ha decidido sustituir la democracia por la tecnología. 23 de enero de 2025.
