Por Andrei Fursov
Dado que el capitalismo, una vez agotadas sus posibilidades históricas, deja de garantizar poder, estatus y beneficios a los mandamases mundiales, y que el financiarismo resultó ser una «burbuja» a corto plazo y maligna en sus consecuencias, los mandamases mundiales iniciaron un desmantelamiento gradual del sistema ya desde mediados de los años setenta.
El financiarismo desenfrenado («la creación de dinero de la nada») y el saqueo de la antigua zona del campo socialista, principalmente la Federación Rusa, contribuyeron al carácter gradual y poco visible —para la mayoría de la gente— del desmantelamiento. Al mismo tiempo, los trotamundos se dieron cuenta de que ni el saqueo ni el inflado de la «burbuja» podían durar para siempre: el destino no da nada para siempre (latín nihil dat fortuna mancipio), y por lo tanto había que cambiar el capitalismo por un nuevo sistema: el Nuevo Orden Mundial (NOM).
La tarea de la transición al NOM puso ante el estrato dominante mundial la tarea a medio plazo (en las condiciones actuales son 5-7 años) de establecer el control directo del Post-Occidente sobre las materias primas baratas de la Federación Rusa y la mano de obra barata de la República Popular China.
Esto significaba la completa desoberanización incluso de estos grandes estados y hacía innecesaria la existencia de burocracias estatales prooccidentales. Debían ser sustituidos por una nueva generación, educada en el Post-Occidente, en las estructuras de los «Jóvenes Líderes Globales» de tipo «swabiannik». Este prototipo fue mostrado de forma brillante en la novela «El Nuevo Ladrón» de Yuri Kozlov.