Por Mente Alternativa
En un exhaustivo trabajo de investigación titulado “The Vatican Bank: The World’s Largest Drug Pusher”, la historiadora Cynthia Chung expone cómo el Banco del Vaticano desempeñó un papel central en la expansión del narcotráfico global que derivó en la actual epidemia de drogas en Estados Unidos. Lejos de ser una institución meramente religiosa, el Instituto para las Obras de Religión (IOR) funcionó como una red financiera paralela utilizada para lavar dinero del tráfico de heroína y financiar operaciones encubiertas con fines geopolíticos. Este artículo resume los hallazgos de Chung y da crédito a su valiente labor de investigación histórica.
Fundado en 1942, el IOR fue diseñado para canalizar fondos de entidades eclesiásticas, pero su estructura cerrada y su control exclusivo por parte de altos jerarcas del Vaticano lo convirtieron en el banco más hermético del mundo. Este secretismo fue clave para encubrir actividades ilícitas de gran escala, muchas de ellas relacionadas con el tráfico de drogas. Según Cynthia Chung, el banco sirvió como canal financiero para la red Gladio, una operación clandestina organizada por la OTAN durante la Guerra Fría, cuyos fondos provenían en parte del narcotráfico desde Asia.
Estas operaciones no solo buscaban frenar el comunismo, sino también mantener el control político y social mediante el debilitamiento interno de las sociedades objetivo. Así, la heroína se convirtió en un arma de guerra no convencional, infiltrando comunidades vulnerables como las afroamericanas en EE.UU. con la complicidad de agencias de inteligencia, el crimen organizado y el Banco del Vaticano como engranaje financiero.
Uno de los casos más reveladores es el de Michele Sindona, un banquero siciliano vinculado tanto a la mafia como a la jerarquía vaticana. Sindona, con el apoyo de figuras como el obispo de Patti y la familia Gambino, se convirtió en el operador financiero clave entre el Vaticano, la mafia siciliana y la CIA. Fue él quien facilitó el lavado de dinero del narcotráfico a través del IOR y bancos fantasmas en Suiza y Liechtenstein. La muerte del Papa Juan Pablo I, apenas 33 días después de su elección, ha sido asociada por investigadores como Luigi DiFonzo con su intención de purgar la corrupción financiera del Vaticano, incluyendo a Sindona y al entonces presidente del IOR, Paul Marcinkus.
Las conexiones entre el Vaticano, el crimen organizado y las agencias occidentales de inteligencia no son especulativas. Están documentadas en múltiples investigaciones y han sido reconocidas, aunque parcialmente, por comisiones oficiales. Cynthia Chung ofrece un panorama detallado de esta red, revelando cómo la fachada moral del Vaticano ocultaba una maquinaria diseñada para obtener poder e influencia mediante la explotación humana y el comercio ilegal de drogas.
La historia de las Triadas en Hong Kong, también abordada por Chung, demuestra que este esquema no fue exclusivo de Europa o América. Bajo la protección de intereses británicos y con el respaldo de bancos como HSBC y Standard Chartered —instituciones creadas durante la era del narcotráfico imperial británico—, el modelo de tráfico y lavado fue replicado en Asia. Aún hoy, estos bancos conservan el poder de emitir moneda en Hong Kong, un vestigio de una economía global aún dominada por redes financieras nacidas del comercio de opio.
Al presentar estas evidencias, Cynthia Chung no se limita a relatar hechos históricos; interpela la narrativa dominante que culpa exclusivamente a cárteles latinoamericanos o regímenes orientales por la crisis de drogas. Su tesis es clara: la epidemia de drogas fue diseñada y ejecutada desde los centros de poder occidental con la colaboración activa de instituciones como el Banco del Vaticano.
El silencio mediático y académico en torno a estos temas no es accidental. Implica la protección de intereses arraigados en lo más alto del poder financiero, político y religioso. Romper ese silencio es indispensable para comprender por qué, a pesar de décadas de “guerra contra las drogas”, el problema solo ha empeorado.
Hoy, mientras comunidades enteras siguen siendo devastadas por los opioides, y el narcotráfico continúa siendo una de las industrias más lucrativas del planeta, resulta urgente mirar hacia los verdaderos responsables. Entender cómo el Banco del Vaticano se convirtió en una pieza fundamental del narcotráfico global no es solo un ejercicio de memoria histórica, sino una necesidad ética y política.
