Por Mente Alternativa
La Compañía de Jesús, fundada en 1534 por el exmercenario Ignacio de Loyola, ha sido alabada por sus contribuciones culturales y científicas, pero también temida por su estructura jerárquica y su presunta participación en intrigas geopolíticas. Como señala en un artículo reciente el historiador Matthew Ehret, aunque figuras como Matteo Ricci llevaron el conocimiento occidental a China con buenas intenciones, la orden en sí ha operado bajo un velo de secretismo que ha alimentado teorías y sospechas durante siglos.
Desde sus inicios, los jesuitas se distinguieron por una disciplina férrea, moldeada a través de los Ejercicios Espirituales de Loyola, un manual que buscaba anular la voluntad individual en favor de la obediencia absoluta. “Debo ser como un cadáver, sin voluntad ni juicio”, reza uno de sus pasajes más polémicos, una filosofía que, según críticos como Ehret, convirtió a la orden en una herramienta maleable para intereses ocultos. Esta mentalidad, combinada con una estructura casi militar, permitió a los jesuitas infiltrarse en cortes, universidades y gobiernos, actuando a veces como consejeros espirituales y otras como agentes de influencia.
No fueron pocos los pensadores que advirtieron sobre su peligrosidad. Friedrich Schiller, en el siglo XVIII, documentó cómo misioneros jesuitas en Paraguay adoctrinaban a comunidades indígenas para justificar revueltas violentas contra colonos europeos. El marqués de Lafayette, héroe de la Revolución Americana, llegó a afirmar que “si las libertades de Estados Unidos son destruidas, será por la astucia de los jesuitas”. Incluso el inventor Samuel Morse, en su libro Conspiraciones extranjeras contra las libertades de Estados Unidos (1835), los describió como “una sociedad secreta, mil veces más peligrosa que la masonería”, infiltrándose en todas las esferas del poder bajo identidades falsas.
La historia registra momentos en que la propia Iglesia intentó contenerlos. En 1773, el papa Clemente XIV disolvió la orden, declarando que su existencia era incompatible con la paz de la cristiandad. Sin embargo, su supresión duró poco: en 1814, fueron reinstalados bajo el papado de Pío VII, coincidiendo con el Congreso de Viena, un período de restauración monárquica en Europa. Desde entonces, su influencia resurgió con fuerza, operando entre bambalinas en conflictos políticos y movimientos revolucionarios.
¿Fueron los jesuitas meros instrumentos de poderes mayores, como sugieren algunas teorías, o arquitectos independientes de su propio destino? La respuesta quizá esté en su naturaleza dual: una orden religiosa con una agenda terrenal, una institución dedicada al saber y al mismo tiempo al control. Hoy, tras la muerte del primer papa jesuita en la historia, Francisco, la discusión sobre su papel en el mundo moderno sigue vigente. Como escribió Fiódor Dostoievski: “Los jesuitas son el ejército romano para la soberanía mundial, con el Papa como emperador”. Su legado, entre la luz y la sombra, sigue siendo uno de los enigmas más fascinantes de la historia.
