Por Mente Alternativa
En respuesta a los llamados de Donald Trump para convertir a Canadá en el estado número 51 de Estados Unidos, un fervor nacionalista se ha encendido en este peculiar reino del norte. Incluso figuras como Mark Carney, exgobernador del Banco de Inglaterra y conocido por su retórica ecologista, han aprovechado este sentimiento para promover una nueva Política Nacional que impulse el desarrollo industrial, proyectos de infraestructura y una economía más productiva. Sin embargo, ¿es este un impulso genuino hacia la soberanía o hay algo más oscuro detrás de esta narrativa?
El historiador revisionista Matthew Ehret, en su artículo “The Imperial Myth of Canada’s National Policy… From Sir John A. MacDonald to Mark Carney”, argumenta que la Política Nacional de Canadá, desde sus inicios en el siglo XIX, ha sido un instrumento de control imperial más que una estrategia auténtica de desarrollo nacional. Este análisis nos invita a cuestionar la narrativa tradicional sobre la historia de Canadá y a explorar cómo las fuerzas imperiales han moldeado su destino.
Los Orígenes de la Política Nacional
La Política Nacional de 1878, impulsada por Sir John A. Macdonald, primer primer ministro de Canadá, es frecuentemente celebrada como un hito en la construcción de la nación. Esta política incluía aranceles protectores para fomentar la industria local, la construcción del ferrocarril transcontinental Canadian Pacific Railway y la expansión hacia el oeste. Sin embargo, Ehret sostiene que esta política no fue diseñada para liberar a Canadá del yugo imperial, sino para mantenerla bajo el control británico.
Canadá, con su vasto territorio y recursos naturales, siempre ha sido un botín estratégico para las potencias globales. La baja densidad poblacional y la falta de desarrollo industrial no son accidentes, sino el resultado de políticas deliberadas destinadas a mantener al país como un proveedor de materias primas para el imperio. La Política Nacional, en lugar de fomentar la soberanía, consolidó el papel de Canadá como una colonia económica dentro del esquema global británico.
El Papel de Canadá en el Juego Geopolítico
Ehret destaca que Canadá ha sido históricamente un peón en el tablero geopolítico global. Su posición geográfica, compartiendo una extensa frontera con Estados Unidos, la convirtió en un escudo natural para el Imperio Británico. Al mantener a Canadá bajo su control, Gran Bretaña podía contener la expansión estadounidense y evitar una alianza estratégica entre Estados Unidos y Rusia.
Este control se ejerció a través de instituciones como el Consejo Privado de la Reina, que supervisaba las decisiones políticas y económicas de Canadá. Aunque el país adoptó una estructura federal aparentemente autónoma, el verdadero poder residía en Londres. La Constitución canadiense, establecida en el Acta de América del Norte Británica de 1867, no se basaba en principios de soberanía popular, sino en la lealtad a la Corona británica.
La Falacia del Desarrollo Nacional
Uno de los aspectos más reveladores del análisis de Ehret es su crítica a la narrativa del desarrollo nacional. Aunque la construcción del ferrocarril transcontinental y otros proyectos de infraestructura parecían impulsar el progreso, su verdadero propósito era consolidar el control imperial. El Canadian Pacific Railway, por ejemplo, no fue solo una obra de ingeniería, sino una herramienta para mantener a Canadá unida bajo el dominio británico y evitar su anexión a Estados Unidos.
Además, Ehret señala que las políticas proteccionistas de Macdonald, aunque similares en forma a las aplicadas por Estados Unidos bajo el sistema económico de Alexander Hamilton, carecían de la intención de construir una nación soberana. En cambio, fueron diseñadas para perpetuar la dependencia económica de Canadá hacia el Imperio Británico.
El Legado de la Política Nacional en el Siglo XXI
Hoy, figuras como Mark Carney hablan de una nueva Política Nacional que impulse el desarrollo sostenible y la innovación tecnológica. Sin embargo, Ehret advierte que estas iniciativas podrían estar influenciadas por agendas globalistas que buscan mantener a Canadá en un papel subordinado dentro del orden mundial.
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La idea de un “renacimiento nacional” basado en proyectos de infraestructura y crecimiento industrial puede ser atractiva, pero es esencial cuestionar quién se beneficia realmente de estas políticas. ¿Está Canadá construyendo un futuro soberano, o simplemente adaptándose a las demandas de un sistema global que prioriza el control sobre la autodeterminación?
Conclusión: Hacia una Verdadera Soberanía
El análisis de Matthew Ehret nos invita a reconsiderar la historia de Canadá y a desafiar las narrativas tradicionales que glorifican la Política Nacional como un símbolo de progreso. En lugar de celebrar los logros superficiales, es crucial examinar las fuerzas subyacentes que han moldeado el destino del país.
Canadá se encuentra en una encrucijada. Por un lado, existe la posibilidad de abrazar una verdadera soberanía, basada en la cooperación internacional y el desarrollo autónomo. Por otro, el riesgo de caer en las redes de un nuevo imperialismo, disfrazado de progreso y modernidad, sigue siendo una amenaza real.
La elección final dependerá de la capacidad de los canadienses para reconocer y desafiar las estructuras de poder que han definido su historia. Solo entonces podrá Canadá liberarse de los mitos imperiales y construir un futuro verdaderamente soberano.
