Por Andrei Fursov
A mediados de los años 70, los puestos más altos de la cúpula de la clase capitalista mundial estaban ocupados por la corporatocracia y los financieros, mientras que el capital industrial era apartado. Los propios Estados Unidos habían pasado de ser un país predominantemente estatal a un clúster corporativo predominantemente de pagarés cotizados en bolsa (Exchange Traded Notes, ETNs). Este clúster lanzó un ataque contra la Unión Soviética, que resultó ser la segunda o nueva fase de la Guerra Fría.
Los altos mandos de Gorbachov no capitularon ante los viejos Estados Unidos —la Unión Soviética (URSS) ganó la Guerra Fría contra los viejos Estados Unidos— sino que los Estados Unidos se convirtieron en otra estructura. Y fue esta estructura la que derrotó a la Unión Soviética en el sentido de que obligó a los altos mandos de Gorbachov a capitular.
El acontecimiento más importante en la vida de las estructuras supranacionales del globalismo antes de la globalización fue la creación del Club de Roma, que no sólo desempeñó un papel importante en la destrucción de la URSS, sino que también sembró muchas de las semillas que brotaron ante nuestros ojos hace tanto tiempo.
Este proyecto está ahora muerto, el informe al Club de Roma con el alegre título «¡Vamos!» puede considerarse más bien un epitafio. Sin embargo, una serie de ideas de este proyecto —como el crecimiento cero, la reducción de la población y la agenda verde— son recogidas y desarrolladas hoy por los ultraglobalistas.
