Hasta ahora, los que han promovido las medidas en contra de China han dicho siempre que no tienen la intención de parar el ascenso de China, sino solo corregir su forma de ser. Ya no. Los secretarios Mike Pompeo y Mark Esper, de Estado y de Defensa respectivamente, han adquirido el hábito de atacar a China por su supuesta intención de apoderarse del mundo (cuidándose siempre de no morderse la lengua), o por su “coerción económica con el endeudamiento y otras actividades malignas que intentan socavar el orden libre y abierto”, según la última cantaleta de Esper.
Esta semana, el vocero de relaciones exteriores de la Unión Europea, el español Josep Borrell, trató de superar a Pompeo y Espera en su postura antichina, y atacó abiertamente a China por sus esfuerzos para desarrollar su tecnología, lo cual según él hay que parar. “El sueño chino” de convertirse en una nación desarrollada a plenitud, dice Borrell, no es más que un complot siniestro para apoderarse del mundo, e incluso el llamado de Xi Jinping para formar una “comunidad de destino compartido”, no es más que un esfuerzo “expansionista” y “autoritario” cuyo “objetivo es la transformación del orden internacional hacia un sistema selectivo multilateral con características chinas, en el que los derechos económicos y sociales tienen la prioridad sobre los derechos políticos y civiles”. Esa es la cantaleta psicótica con la que Borrell sermoneó a los miembros de la Unión Europea para advertirles que tienen que “corregir” sus relaciones económicas con Pekín, antes de que sea “demasiado tarde”.
No es ninguna coincidencia que esta diatriba lunática suceda en medio de la gira a Europa del ministro de Relaciones Exteriores de China, Wang Yi, durante la cual ha tenido pláticas muy positivas con funcionarios de los gobiernos de Italia, Holanda, Noruega y Francia, y seguirá hoy lunes 31 su gira por Alemania. Aparte de las quejas hipócritas de algunos sobre asuntos de derechos humanos, todos los dirigentes europeos expresaron su interés mutuo en aumentar el comercio y la cooperación con China, y ven con agrado la expectativa de una cumbre virtual el mes entrante entre el Presidente Xi Jinping y los mandatarios europeos para forjar un acuerdo comercial entre la Unión Europea (UE) y China.
Estos dirigentes europeos, antes que doblegarse a los dictados de Pompeo o de la UE, se están volviendo más seguros de que las buenas relaciones con China son absolutamente decisivas para salir del desastre económico que detonó la pandemia del COVID-19, y garantizar su salud económica futura.
Del mismo modo, el ex magistrado de la Corte Suprema de Australia Michael Pembroke, quien ha escrito sobre la decadencia de las economías occidentales, escribió en el diario South China Morning Post el domingo 30 de agosto: “La opinión estadounidense ascendente es binaria, divide al mundo entre el bien y el mal y aboga por que Estados Unidos y sus aliados se metan en una gran lucha maniquea contra China que definirá el próximo siglo. Pompeo califica el conflicto como uno entre ‘tiranía y libertad’, y llega a proponer un cambio de régimen en Pekín. in Beijing. Entre los países de Asia oriental no hay interesados en este enfoque”.
Pero es necesario preguntarse, ¿a quién le conviene ese enfrentamiento? Aunque el Presidente Donald Trump le ha dado por culpar a China por el coronavirus y por el derrumbe económico que precipitó, esta no era su opinión sobre las relaciones de Estados Unidos con China antes de la pandemia, y parece que con eso tiene la intención de desviar los ataques de las fuerzas contrarias a Trump que le culpan de la pandemia y de la crisis económica en lo personal. Al comienzo de la crisis, el decía la verdad, al culpar del desastre a los treinta años de decadencia económica impuesta a Estados Unidos con los tratados de libre comercio que desindustrializaron al país y causaron la destrucción de la fuerza laboral industrial de Estados Unidos a nombre de la mentada “globalización”, que sometieron la soberanía nacional de todos los países involucrados a los intereses de la especulación financiera.
Y los mismos intereses financieros británicos y angloamericanos que manejan a la comunidad de inteligencia británica y estadounidense, que ejecutaron la farsa del Rusiagate, son también los autores de toda la campaña contra China, empezando con el ex director del MI5 británico, Richard Dearlove, hasta su infame agente Christopher Steele, quién le dio seguimiento a su expediente marrullero del Rusiagate con otro expediente igualmente farsante para crear un “Chinagate”; y la Cámara de los Lores, que advirtió que de ninguna manera se podía admitir un segundo período de Trump como Presidente. El imperio financiero con centro en la City de Londres y en Wall Street no puede sobrevivir sin una división imperial del mundo, y desde un primer momento se ha empeñado en impedir que Trump cumpla su propósito de tener relaciones amistosas con Rusia y con China —como lo repitió en múltiples ocasiones desde su primera campaña electoral— incluso si eso significa guerra.
La conferencia del Instituto Schiller este próximo fin de semana del 5 y 6 de septiembre, está orientada a movilizar el respaldo mundial a la propuesta de una “Cumbre del P5”, los mandatarios de los cinco países miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la OMU. Los cinco mandatarios han aceptado en principio que la cumbre es necesaria, pero no han acordado aún una fecha. Y solo una reunión de estos dirigentes, pronto, puede abordar la crisis global que enfrenta la humanidad, de la pandemia, de la burbuja financiera, del derrumbe económico, de la crisis alimentaria y de salud en el mundo en desarrollo, y del extremo peligro de una guerra entre las potencias.
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Cómo llegamos a esto: Guerras, colapso económico, Covid, Reseteo y Nuevo Tratado Verde
Fuente:
LaRouche PAC — Campaña imperial para detener el ascenso de China. ¿A quién le conviene?